En cuanto entro en la oficina noto el olor a café y papel nuevo. El corazón me late tan fuerte que casi puedo oírlo por encima del murmullo de teclados. Doy un par de pasos hacia dentro y entonces lo veo.
Él.
El idiota con el que me choqué el otro día en el portal. Apoyado en el marco de una puerta, camisa remangada, mirada seria. Sus ojos se clavan en mí como si también me reconociera y, durante un segundo, tengo la tentación de dar media vuelta y salir corriendo.
Genial, Aurora, primera toma de contacto con tu posible futuro trabajo y ya empiezas con ganas de huir.
—Aurora, ¿verdad? —dice un hombre acercándose con una sonrisa amplia—. Soy Neil Harper, el director de la editorial. Encantado de conocerte.
Le tiendo la mano intentando que no me tiemble.
—Encantada, muchas gracias por recibirme.
—Este es Liam —añade, girándose hacia él—. Es uno de nuestros traductores de español y alemán.
Liam se adelanta un paso y me tiende la mano. Se la estrecho. Aprieta fuerte, más de lo necesario, como si aquello fuera una especie de pulso silencioso.
Vale, ¿a qué juegas, exactamente? ¿Quién te crees?
Le sostengo la mirada sin sonreír. No pienso ser yo la que la aparte primero. Al final, lo hago yo porque Neil carraspea suavemente.
—Ven, Aurora, pasemos a mi despacho —dice el jefe, indicándome una puerta acristalada al fondo del pasillo—. Así hablamos con calma.
Sigo a Neil, sintiendo aún el cosquilleo en la palma de la mano. Entramos en el despacho, luminoso, con paredes llenas de libros en varios idiomas y una mesa con dos sillas frente a la suya.
—Siéntate, por favor.
Lo hago, intentando colocar bien las piernas para no parecer más nerviosa de lo que estoy. Neil se sienta enfrente y abre una carpeta.
—Bien, cuéntame un poco más de ti —empieza—. He leído tu currículum, pero me interesa saber cómo te ves tú en nuestro equipo.
A partir de ahí, las palabras salen solas. Le hablo de la carrera, de las prácticas, de lo mucho que me gusta la traducción editorial, de lo que significa para mí volver a Londres. Le cuento, sin entrar en detalles, que necesito un cambio de aires y que esta oportunidad me hace especial ilusión. Él asiente, hace alguna broma que me relaja un poco y me pregunta por mis idiomas, por el tipo de textos con los que me siento más cómoda, por mi forma de organizar el trabajo.
En algún momento siento que la voz deja de temblarme. Me escucho hablar y, por primera vez en meses, me reconozco un poco.
Cuando terminamos, Neil cierra la carpeta y me mira por encima de las gafas.
—Bien, Aurora. Te voy a ser sincero: el puesto es tuyo si lo quieres.
Me quedo en blanco.
—¿En serio? —pregunto, por si acaso he entendido mal.
—En serio —sonríe—. Tus referencias son muy buenas y la prueba que nos enviaste nos gustó mucho. Además, creo que encajarás bien aquí.
Se levanta y yo hago lo mismo, todavía un poco aturdida.
—Ven, te enseño tu despacho.
Mis piernas se mueven solas mientras lo sigo por el pasillo. Pasamos junto a la zona de traducción, donde hay varias mesas con ordenadores y estanterías llenas de diccionarios. Neil abre una puerta pequeña.
—Este será tu espacio. Tendrás tu propio ordenador, tus proyectos y, si todo va bien, bastante trabajo —dice con un guiño—. Empiezas mañana a las ocho. Solo tienes que traer la documentación para el contrato y algún documento de identidad, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —respondo, casi sin aire—. Muchísimas gracias, de verdad.
—Gracias a ti por confiar en nosotros. —Mira el reloj—. No te robo más tiempo. Cualquier cosa, me escribes al correo que ya tienes.
Volvemos hacia la entrada y, antes de llegar, lo veo de nuevo. Liam está junto a la impresora, sujetando un libro como si estuviera revisando algo del interior. Levanta la vista justo cuando pasamos. Neil se detiene un segundo para dejar unos papeles encima de una mesa y yo me quedo frente a él, a unos pasos.
Nuestros ojos se encuentran. Ninguno dice nada. Él mantiene esa expresión seria, un poco distante, y yo intento que no se note que me incomoda.
Vale, perfecto, ya tengo jefe nuevo y vecino borde. El pack completo.
—Nos vemos —murmuro, más por educación que por otra cosa.
No sé si llega a oírme. Yo ya estoy cruzando la puerta.
El aire fresco me golpea la cara en cuanto salgo a la calle. Respiro hondo. Camino despacio, como si mis piernas necesitaran tiempo para procesar lo que acaba de pasar. La entrevista se repite en bucle en mi cabeza: las preguntas, mis respuestas, la frase “el puesto es tuyo si lo quieres”. Y, entre todo eso, la mirada de Liam clavándose en mí como una nota discordante.
Saco el móvil del bolsillo y abro WhatsApp.
«Pau, tengo que contarte una cosa. ¿Estás en casa?»
No tardo ni un minuto en ver los puntitos escribiendo.
«Sí, estoy con Lily. Ven, nos vemos aquí».
Sonrío sola en mitad de la acera.
Guardo el móvil, acelero el paso y, por primera vez en mucho tiempo, siento que el futuro me da un poco menos de miedo.