Cuando el corazón despierta

Capítulo 8 - Aurora

Cuando salgo de la editorial, todavía siento el corazón un poco acelerado. El aire frío de Londres me golpea la cara y me viene bien. Respiro hondo. Podría coger el metro y volver directa a casa, pero no me apetece encerrarme todavía.

Camino sin prisa hasta que llego a un parque. Hyde Park. Ya he estado alguna vez, pero hoy lo miro distinto. El cielo está gris claro, pero no amenaza lluvia. Me compro un café para llevar en un puestecito y busco un banco junto al lago. Hay varios cisnes deslizándose por el agua, tranquilos, como si nada les afectara.

Me siento, apoyo el vaso caliente entre las manos y, sin pensarlo demasiado, saco el móvil del bolsillo. Abro WhatsApp. Deslizo hasta la conversación con Cristian.

Los últimos mensajes son suyos.

“Te echo de menos.”

“Hablemos, por favor.”

“No quiero que esto termine así.”

“Te quiero.”

Nunca los contesté.

Me quedé tan rota que no tuve fuerzas ni para luchar ni para hablar. Como si alguien hubiera apagado la luz de golpe y no hubiera interruptor para encenderla de nuevo.

Cierro la conversación y bloqueo la pantalla. El reflejo de mi cara aparece sobre el agua cuando me inclino un poco hacia delante. No sé si estoy mejor, pero al menos estoy en otro sitio. Y eso ya es algo.

Termino el café despacio y, cuando el frío se me mete otra vez en los dedos, me levanto y vuelvo a casa.

En cuanto abro la puerta, escucho unas patitas corriendo por el pasillo. Lolo aparece disparado, con las orejas medio caídas, y se me planta delante, esperando.

—Hola, vida mía —susurro agachándome.

Me olisquea los dedos, como si pudiera adivinar que acabo de tocar un vaso de café y medio Londres. Dejo el bolso en la silla de la entrada, me quito los zapatos y voy directa a la cocina. Abro la nevera, cojo una fresa y se la parto por la mitad.

Lolo me sigue, atento.

—Ya sabes que esto es ocasión especial —le digo, aunque probablemente hoy ya sería la segunda “ocasión especial” de la semana.

Le dejo la fresa en su cuenco y lo veo comer con una concentración que me hace sonreír.

Voy a mi cuarto, cierro la puerta y me dejo caer boca arriba en la cama. Miro el techo durante unos segundos y, sin pensarlo mucho, cojo el móvil y llamo a Inma.

Es la única persona capaz de decirme exactamente lo que no quiero oír… y justo por eso la necesito.

Contesta al segundo tono.

—¿Sí?

—Hola —digo, y solo con oír su voz se me afloja algo por dentro.

—A ver —responde—. ¿Qué ha pasado? Tienes voz de “me ha pasado algo y me lo estoy guardando”.

Me río flojito.

—Eres una pesada.

—Y tú una dramática —contesta—. Habla.

Le cuento el día. La entrevista, a Neil, el despacho, la sensación rara de ver a Liam allí sentado. El reto de la traducción. Todo.

Inma escucha en silencio, solo se oye de fondo el ruido de la tele.

—Así que tu compañero es un idiota borde que te dio la mano como si fuera a desmontártela —resume.

—Más o menos —suspiro.

—Auri, es un tío random del trabajo —dice—. No le des más importancia de la que tiene. Tú haz lo tuyo, céntrate en el proyecto y ya está.

—Ya, pero me pone nerviosa. Es como… no sé. Me recuerda que no tengo nada bajo control.

—Nunca has tenido nada bajo control —responde sin piedad—. Y aquí sigues. Además, sinceramente, suena a que el tío solo existe para picarte el orgullo. Igual hasta te viene bien para ponerte las pilas.

—Te odio un poco —murmuro, aunque sé que tiene razón.

—Lo sé. Por eso me quieres —dice—. ¿Y Cristian? ¿Has vuelto a saber algo?

Trago saliva.

—No. O sea… no directamente. He mirado hoy la conversación. Los últimos mensajes siguen ahí.

—¿Y tú?

—Yo nada.

Se hace un silencio corto.

—Hiciste lo que pudiste en su momento —dice Inma, más suave—. Y si no tenías fuerzas, no tenías fuerzas. No te castigues más por eso.

Me noto los ojos un poco calientes, pero parpadeo hacia el techo.

En ese momento, empieza a sonar música muy alta. Batería, guitarra, una voz intentando seguirles el ritmo. El techo vibra un poco.

—¿Y ese ruido? —pregunta Inma.

—Los del piso de arriba, creo —respondo, llevándome la mano a la frente—. Deben de tener un grupo o algo. Ensayan por las noches. Muy fuerte.

—Qué bien, así no te duermes pronto —dice con sarcasmo.

—Como esto siga así una noche más, subo a decirles algo, te lo juro —murmuro, mirando al techo como si pudiera atravesarlo.

Inma se ríe.

—Eso sí quiero verlo. Aurora enfrentándose a unos punkis ingleses.

—No tienen por qué ser punkis.

—Vale, indie deprimido. Mucho mejor.

Me río también.

—Piensa en el proyecto —añade—. Mañana empiezas de verdad, ¿no?

—Sí. Neil nos envía hoy el material. Dos meses para preparar una propuesta de traducción.

—Pues ahí lo tienes. Ponte en modo empollona y céntrate en eso. Si el borde este sirve para que te piques y lo hagas mejor, perfecto. Pero que no ocupe más espacio del necesario en tu cabeza.

—Lo intentaré —digo.

—No. Hazlo. Intentar es para la gente que se queda a medias.

—Pesada.

—Te quiero —responde.

—Yo también.

Colgamos. Me quedo un momento con el móvil apoyado en el pecho, escuchando todavía la música que llega del piso de arriba. Subo el volumen de mi propia playlist para taparla un poco y me encojo bajo las sábanas.

Mañana empezaré con el proyecto y haré todo lo posible para que sea mío.

Y, por primera vez en mucho tiempo, la idea de pelear por algo no me parece tan imposible.




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