Cuando el Corazón Recuerda

CAPÍTULO 15 : Susurros que Despiertan

Adrián había salido de madrugada con la intención de recuperar su puesto de capitán de la armada. Pasó el día de oficina en oficina, solo para descubrir que, debido a su amnesia, no estaba calificado. Más tarde, terminó aferrándose a una botella, sin que nadie lograra sacarlo de la barra de un bar.

Ricardo entró al bar con pasos tranquilos pero firmes, escuchando cómo la madera del suelo crujía bajo sus zapatos. Dejó la chaqueta en el respaldo de una silla y respiró hondo mientras lo envolvía una mezcla de licor añejo, y humo de cigarro. Frunció el ceño con un dejo de fastidio: —Par de locas, casi me derriban…

Adrián levantó una ceja y forzó una sonrisa. Su mirada vagaba por el bar semioscuro, intentando atrapar algún recuerdo, moviendo la copa entre los dedos. El líquido ámbar reflejaba la luz cálida de los focos.

—Tus padres están preocupados —dijo Ricardo de pronto, firme pero cálido, notando el temblor apenas perceptible en los hombros de Adrián.

Adrián bajó la vista y apuró el último sorbo. El licor quemó su garganta y dejó un cosquilleo en el pecho. —Pensé que el alcohol me devolvería parte de mi vida… —murmuró, casi para sí mismo.

Ricardo lo observó preocupado, viendo la tensión en su mandíbula, el vacío en sus ojos. —Debes ir a descansar.

Adrián suspiró largo, cargado de amargura. —Las personas piensan que por haber perdido la memoria he perdido mis capacidades… y quizá tengan razón.

—No digas eso. Eres la persona más inteligente que he conocido. Los recuerdos no te definen; si te lo propones, puedes hacer lo que quieras.

Adrián esbozó una sonrisa melancólica. Ricardo puso una mano firme sobre su brazo, transmitiéndole calma, y lo condujo hacia el auto. La noche fresca les golpeó el rostro, mezclando el aroma del asfalto húmedo.

—No quiero ir a casa… —dijo Adrián, con una sonrisa forzada y los músculos rígidos—. Mi madre no dejará de interrogarme.

—Entonces ven a mi departamento —respondió Ricardo, encendiendo el motor. El rugido del auto parecía marcar un ritmo seguro para el corazón agitado de Adrián.

Mientras en otro lado de la ciudad, Isabela observaba a Florencia dormida en el sillón. La luz amarillenta de la lámpara iluminaba su rostro tranquilo, aunque sus brazos y piernas se movían inquietos, haciendo que la cobija cayera una y otra vez.

—Tienes tan mal dormir… —susurró con una pequeña risa, mientras el aroma a tela limpia y perfume suave flotaba en el cuarto.

Se sentó a su lado, dejando que el silencio llenara el espacio, mientras su mente insistía en recuperar momentos que no quería perder.

Y mientras los recuerdos de Isabela nítidos acompañaban sus noches de insomnio. En otra parte de la ciudad, Adrián se consumía en un sueño profundo.

“Adrián e Isabela se encontraron bajo la luz suave del atardecer que se filtraba por la ventana. Sus miradas se cruzaron y un cosquilleo recorrió la espalda de ambos, como si un recuerdo antiguo despertara. Adrián mantenía las manos en los bolsillos, el corazón acelerado con cada paso de ella.

Isabela jugaba nerviosa con su cabello, sintiendo mariposas en el estómago. Se sonrieron tímidamente, conscientes de la intimidad silenciosa que compartían.

—¿Deberíamos tomarnos de las manos? —preguntó Adrián, reuniendo valor.

Ella se encogió de hombros y entrelazó sus dedos con los de él, un calor inesperado recorriéndole el brazo. —Me gusta esta sensación —susurró Adrián, con voz temblorosa.

—A mí también —respondió Isabela, con el corazón ligero.

El silencio se volvió ternura compartida. Adrián, apenas audible, se atrevió: —¿Serás mi novia?

—Claro —contestó ella, segura.

Adrián rió entrecortado por la emoción. —Entonces ya somos novios.

—Sí —asintió Isabela, y ambos comenzaron a reír suavemente, un sonido cálido que se mezclaba con el viento de la tarde.

Con timidez, sellaron el momento con un beso breve, lleno de promesas silenciosas.”

Adrián despertó sobresaltado, los músculos rígidos y el corazón desbocado. —¿Eh? ¿Quién está ahí? —preguntó, confundido, con el eco del sueño aun vibrando.

Ricardo encendió la luz. —Tranquilo.

Adrián respiró hondo, intentando calmarse. —

—Solo fue un sueño —aseguró Ricardo.

Adrián sonrió débilmente. —Pero… una risa permanece en mis oídos. Y por algún motivo me sentí… feliz.

Ricardo se sentó frente a él, respiró hondo, —no te hablaré como médico, ni de términos enredados... pero te diré que algunos sueños se desvanecen, sí… pero los que tocan tu corazón, los que laten con fuerza… esos… siempre encuentran la manera de quedarse, aunque sea un instante.




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