LINDA
La mañana en Titan Tech era un caos. Apenas crucé la puerta, la recepción parecía una escena de película apocalíptica. Periodistas, cámaras, micrófonos, luces. Un enjambre de voces y flashes.
—¡¿Es cierto que Aaron Lancaster murió?!
—¡¿La empresa caerá en quiebra?!
—¡¿Quién lo sucederá?!
Apreté los dientes y traté de pasar desapercibida. Las miradas se posaban sobre mí como cuchillas. Yo, la recepcionista. Yo, la mujer que todos sabían que estaba casada con Pablo, el conserje. Yo, la única que sabía que Aarón Lancaster… no estaba muerto. Al menos no completamente.
Por cierto, desde ayer no sabía nada él y de cierta manera me preocupaba, no él, sino el cuerpo de Pablo.
Un auto negro se detuvo frente a la entrada. Leonardo Gómez, socio y mejor amigo de Aarón, descendió del vehículo con una expresión sombría. Un guardaespaldas le abrió paso hasta el atril improvisado que alguien había colocado en el centro del hall. La multitud enmudeció.
—Gracias por venir —dijo con la voz rasposa, tragando saliva—. Es un día muy doloroso para Titan Tech y para mí en lo personal. Con profundo pesar, debo confirmar que Aaron Lancaster falleció anoche en un trágico accidente automovilístico.
Un murmullo recorrió la sala como un sismo invisible.
—El vehículo perdió el control y cayó por un barranco. El impacto fue devastador. El auto se incendió. El cuerpo… quedó irreconocible. Solo fue posible identificarlo por restos de su reloj y otros elementos.
Alguien sollozó.
—¿Y su prometida, Sylvia? —preguntó un reportero desde el fondo.
Leonardo bajó la mirada un instante, luego respondió:
—La señorita Sylvia está profundamente afectada. Está siendo acompañada por sus familiares y un equipo médico. Esta noche realizaremos un servicio funerario privado. Les pedimos respeto en este momento tan delicado.
Terminó la rueda de prensa sin responder más preguntas. Los flashes cesaron, los murmullos se disolvieron en los pasillos.
Yo me giré para regresar a mi escritorio, cuando escuché una voz familiar.
—¡Linda!
Era Igor, el jefe de mantenimiento. Un tipo bonachón de unos cincuenta, con bigote espeso y ojos amables.
—¿Cómo estás? ¡Vaya caos, ¿no?! Oye, ya hablé con recursos humanos. Todo está arreglado. Pablo no va a perder su puesto.
Mi estómago se revolvió. Sentí un nudo en la garganta.
—Gracias, Igor… de verdad. Pero… Pablo… tuvo un accidente.
—¿Qué? —sus cejas se arquearon—. ¿Cuándo?
—Anoche. Está… recuperándose. Pero está muy confundido. No puede volver por ahora.
—¡Caramba, Linda! Lo siento muchísimo. Pero dile que no se preocupe, ¿sí? Titan Tech lo espera.
Asentí con una sonrisa que me dolía en el alma. ¿Cómo decirle que Pablo estaba… muerto? ¿O no del todo? ¿Cómo explicar que su cuerpo caminaba con otro espíritu dentro?
Entonces, mi celular vibró.
—¿Linda Solano?
—Sí.
—Le hablamos de la comisaría de la 12. Tenemos a un hombre que insiste en que usted es su contacto. Está algo… exaltado. Dice que es su esposo.
Mi estómago se desplomó. Claro. Aarón.
—Voy para allá.
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La comisaría olía a sudor viejo y desesperación. Cuando entré, escuché su voz desde el fondo.
—¡Quiero hablar con mi abogado! ¡Quiero una llamada más! ¡Soy Aarón Lancaster, maldita sea!
Un policía rodó los ojos.
—No ha parado desde que llegó. Insiste en que es otra persona. Nos está volviendo locos.
—Es… es mi esposo —mentí, mordiéndome la lengua—. Disculpe su comportamiento. Está… confundido.
—Si no se calma, no sale —dijo otro oficial—. Lo metimos por intento de allanamiento.
Me acerqué a los barrotes. Aarón estaba despeinado, ojeroso, con una chaqueta sucia y mirada encendida.
—Linda. ¡Por fin! ¡Estos idiotas no entienden nada!
—¡Cállate! —le susurré con los dientes apretados—. ¡¿Quieres quedarte aquí para siempre o qué?! ¡Compórtate!
—¡Diles quién soy! ¡Diles la verdad!
—La verdad es que estás en el cuerpo de mi esposo, y si no bajas la voz, te quedas aquí por escándalo público.
Se quedó callado. Por fin. Hablé con los policías, firmé un documento y minutos después lo soltaban. Subimos a un taxi sin hablar, pero la tensión entre nosotros vibraba como un cable eléctrico.
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En el apartamento, lo miré como si estuviera viendo a un niño berrinchudo con cuerpo prestado.
—Parece que tengo que recordarte algo —le dije cerrando la puerta—. Estás muerto. Oficialmente. Legalmente. Emocionalmente. ¿Lo entiendes?
—¡No estoy muerto! ¡Estoy aquí! ¡Estoy vivo!
—¡Estás en un cuerpo que no te pertenece! ¿Quieres ir a gritarle eso a los periodistas? ¿A tu novia?
—¡Quiero hablar con Leonardo! ¡Con Sylvia! ¡Que me vean! Ellos me van a reconocer.
—¡Hoy en la noche van a hacer un funeral por ti, Aarón! Es la única forma en que podemos entrar a tu casa sin llamar la atención.
Él se quedó en silencio. Trastabilló un poco y se dejó caer en una silla.
—No puede ser… —murmuró—. No puede ser…
—Sí puede. Y ya pasó. Lo único que podemos hacer ahora es buscar una solución. Pero para eso tienes que empezar a actuar con la cabeza. No con el ego.
Él alzó la vista, con ojos casi llorosos.
—No puedo vivir así. No puedo ser este tipo…
—Este tipo era mi esposo. Y si quieres que te siga ayudando, vas a dejar de insultarlo. ¿Está claro?
No respondió. Solo asintió.
—Ahora —me crucé de brazos—, ve a bañarte. Usa la ropa de Pablo. Si vamos a ese funeral, no puedes ir con cara de fugitivo y olor a desesperación.
—¿Y si alguien me reconoce?
—Te verán como el esposo de la recepcionista. Y eso es lo que eres ahora. Hasta que encontremos cómo devolverte tu vida… o lo que queda de ella.
Lo vi levantarse, vencido.