Cuando el invierno toca Invernalia - Corazón I.

❆ Capítulo 1

❆ Nivea Edelweiss

El frío de Invernalia se mezclaba con la nieve que tocaba el suelo de lo que alguna vez fue un hermoso y próspero reino antiguo. El invierno llegó a sus suelos desolados y sus habitaciones despobladas.

Nivea Edelweiss había regresado a su antiguo Palacio de invierno, como todos los años, a través del enorme Sauce blanco que se encontraba sembrado en el centro del extinto reino, envuelta en miles de ramas blancas, cafés y hasta verdes, delgadas como enredadera que salían desde las raíces y el centro del tronco. La misma rutina de todos los inviernos desde muchos siglos atrás.

El cautiverio que la novia inmortal padecía cuando el invierno llegaba en la tierra de las hadas, era muy solitario y vacío, por esa razón, Nivea prefería viajar a la tierra de los hombres, hasta que su prometido apareciera. Mientras eso llegaba a suceder, ella no podía morir. Era inmortal hasta que la maldición fuese rota por el descendiente de las nieves, ese al que tanto deseaba encontrar y por el cual ella viajaba buscándole.

El siervo fiel de dicha novia era Doroteo, un hombre igualmente inmortal hasta que ella cumpliera su propia condena. Su aspecto era de cabello corto y oscuro, piel morena clara y ojos oscuros que podían hipnotizar; cargaba su propia maldición, según él, igualmente culpable que ella y muy fiel a esperar por su ama todos los inviernos en la entrada del palacio.

—Un gusto verte un año más, Doroteo —saludó Nivea con su auténtica y fría cortesía.

Con una mirada sin transmitir algún atisbo de sentimiento y acorde al entorno, ella caminó hasta la puerta principal del antiguo palacio, perseguida por su fiel y único amigo.

—El gusto y placer es mío, su belleza ilumina esta tierra cada vez que la pisa —le saludó él con toda la calidez posible que ella pudiera soportar.

—Como siempre tan encantador y halagador, Doroteo, pero no digas mentiras —contestó con un tono jocoso. Subió las amplias y congeladas escaleras, buscó su antigua habitación y dio por finalizado el tema—. ¿En qué fecha estamos?

—Estamos a finales del mes de noviembre.

—Cada año que pasa, el invierno tarda más en llegar —mencionó Nivea en un suspiro. Se detuvo en su caminar frente a la puerta de la habitación que buscaba—. Cuando me percate, estaré de regreso en la mismísima Navidad.

Nivea solamente permanecía un aproximado de tres meses y medio en la tierra de los mortales, porque ese era el tiempo que tardaba el invierno en la antigua tierra de las hadas.

—El planeta tierra está cambiando, ya no es como antes —contestó Doroteo, abriendo la puerta de la habitación de su señora.

—A pasos agigantados.

Ella entró a la habitación y observó su reflejo en el enorme espejo, cabello platinado como hebras de lana blanca, piel pálida como la nieve, labios decolorados y ojos azul índigo, casi neón. No era novedad para ella, lo esperaba al igual que el maldito collar que abrazaba su cuello.

—¿Noticias de mi prometido?

—Solamente que ha sido hallado, la madre está en su sexto mes de embarazo—informó Doroteo con cierto deje de emoción.

Esa respuesta hizo abrir más los ojos de Nivea, pues había esperado mucho tiempo para que llegase ese preciso momento. El hecho significaba que la maldición estaba por concluir más pronto de lo que ella imaginó; tanto año ya le había hecho dudar de la llegada del mismo y comenzaba a resignarse a ser maldita por la eternidad o lo que el dichoso Espíritu estableciera. Estaba más cerca de tocar la libertad, al fin había aparecido ese ser tan deseado.

—¿Estás seguro? ¿Tiene el padecimiento del pecho?

—Así es. Los he estado monitoreando por décadas y el bebé es un varón —contestó él.

Nivea acercó una silla de madera frente al espejo y se sentó con buen ánimo —si es que lo aparentaba pues muy pocas veces lograba sentir, eso debido a su frío corazón—.

—Sería más fácil de llevar esta carga si tan solo pudiese recordar mi pasado —decía mientras cepillaba su plateada cabellera con una elegante y arcaica peineta de una repisa que yacía en su antigua habitación—. Y tú no puedes contarme porque es parte de tu propio castigo —concluyó con un tono desdeñoso.

—Exacto, aunque lo hemos intentado muchas veces, está al tanto de que no puedo decir nada, mis labios, mis pensamientos, mis manos y todo medio de comunicación que pueda revelar el pasado están sellados debido a la maldición.

—Que estupidez que solo él pueda darle fin a esta vida condenada que llevamos —masculló, resignada a su destino.

Invernalia estaba sin vida a causa de la maldición que poseía su regente. Por lo poco que Doroteo le pudo contar a Nivea, a lo largo de varios siglos atrás, Invernalia estaba desolada a causa del error que ella cometió, sus pobladores murieron y otros fueron dispersados alrededor de todo el continente americano en el que los descendientes de las nieves se encontraban.

Pero unas cuantas décadas atrás habían encontrado a los descendientes de las nieves viviendo en Yellowknife Canadá, desde entonces, Doroteo y Nivea no habían perdido la pista y seguían de cerca los movimientos de los primogénitos varones, debido a que entre ellos estaba el hombre que cambiaría el rumbo, el destino y la vida de Nivea y Doroteo, solamente era cuestión de algunos meses para que naciera su prometido.

—Mantenme informada.

Doroteo solo asintió.

—Una cosa más, Doroteo, ¿cuánto tiempo nos resta para seguir usando los apellidos que tenemos ahora? —preguntó con curiosidad, volviéndose a su ventana amplia con vista de lo que una vez fue un bello jardín.

—A usted le queda un aproximado de cinco a seis meses, el mío en un año —respondió él a la brevedad, bajo el marco de la puerta.

—Por mí está bien, últimamente es más difícil pasar desapercibido ante las personas, la humanidad ha evolucionado muy rápido y la tecnología es un problema muy grande si no queremos llamar la atención —concluyó Nivea, sin dejar de observar el paisaje árido y frío.




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