Cuando el invierno toca Invernalia - Corazón I.

❆ Capítulo 5

Adriel Edurne

El asalto que Adriel había recibido más temprano ese día, fue totalmente repentino como todos los que una persona sufre en esas circunstancias, pero lo más extraño es que aquel hombre lo atacó sin razón alguna, ni siquiera le pidió dinero o el celular, absolutamente nada le exigió a cambio de su vida y eso era lo que lo había dejado con una sensación inextricable y abochornado. Sin embargo, la frase "la novia inmortal" se repetía una y otra vez en su mente, como si ya lo hubiese escuchado antes y al pronunciarlo la voz tétrica de ese hombre, viniera a remover algo en un profundo hueco de su memoria.

Por eso, Adriel decidió no entrar al hotel ni pedir una habitación, ya que iría directamente a la dirección donde estaban los dichosos árboles de Pinabetes y al obtener lo que había llegado a buscar volvería inmediatamente a la capital. Una vez enviado el árbol, tomaría un vuelo de regreso a Yellowknife. Estúpido sería quedarse en ese lugar de dementes que buscaban matarlo sin razones.

De pregunta en pregunta, Adriel avanzó caminando por senderos de tierra, piedras y hierba que rodeaban el lago en lo alto, dándose cuenta que el sitio que buscaba estaba cerca de un imponente volcán si no es que al pie del gigante mencionado. Al final de tanto caminar, alzó los ojos y observó una pequeña arboleda, todos parecidos a los Abetos y en su interior estaba un tipo de cabaña que sacaba humo de la chimenea. Parecía una casa de ensueño en esa tarde de viento y con buen paisaje. El camino empinado hacia arriba iba a dar a esa arboleda peculiar y con cada paso que daba, el fresco aroma de los árboles lo atraía más y más al punto de reproducir en su memoria los recuerdos de las navidades pasadas.

 

❆❆❆

 

Por fin, Adriel llegó a lo que parecía ser un portón casi idéntico al del hotel, pero más bajo, pues cumplía su cometido de impedir el paso a extraños a tan bonita y peculiar propiedad. Adriel tocó un pequeño timbre que estaba al lado derecho de la columna de piedra donde estaba sostenido el portón, deseaba que le atendieran lo más pronto posible, pero su suerte no daba luces ya que no aparecía absolutamente nadie.

Lo intentó de nuevo y fue cuando vio a un hombre alto de cabellera morena, piel clara y ojos oscuros que salió a su encuentro para atenderle, este abrió la puerta dejando flotar entre los dos el sonido de un chirrido de las bisagras y al final le dejó pasar a la fresca y encantadora arboleda que esparcía el agradable y atractivo aroma, propiciando los recuerdos de la navidad.

—¿En qué le puedo servir?

—¿Estos árboles son los famosos Pinabetes? —inquirió Adriel, observando por sobre los hombros de su interlocutor las hileras de los ya mencionados.

—Así es.

—Quiero comprar uno de ellos, el más grande, hoy mismo. ¿Usted es el dueño? —dijo Adriel, directamente.

—No. Pero le ahorro tiempo al decirle que no están en venta.

―Si usted no es el dueño, entonces sí pierdo mi tiempo. Debo hablar con el dueño de los árboles, es importante que hable con él directamente.

Adriel alzó la cabeza para ver un poco más la propiedad por dentro. Pero la complexión fuerte y ancha de aquel hombre que le había ido a atender le estorbó la vista.

―Señor, entienda por favor, no están en venta y el dueño no querrá vender ni una rama a nadie y menos a un extranjero que viene exigiendo ―aclaró el hombre que todavía sostenía el lateral de la puerta.

Adriel no lo soportó más, estaba cansado, irritado y presionado, no iba a permitir una negativa de parte de alguien que decía no ser el dueño legítimo de los dichosos árboles. Con total seriedad, Adriel respiró hondo y empujó con su mano derecha la puerta para entrar sin permiso.

El hombre le solicitó con educación que saliera de la propiedad privada sin obtener un resultado favorable, él le demandó una y otra vez tratando de sacarlo con tranquilidad, pero no lo logró. Con ese hecho el verdadero dueño iría hasta allí, aunque sea para sacar a Adriel de su propiedad y sería su oportunidad para pedir por un Pinabete mientras lo echaban o eso pensaba hasta escuchar una voz familiar.

—Doroteo, ¿qué sucede? ¿Por qué dejaste las cosas incompletas? ―preguntó una voz seria y femenina que salía de la pequeña casa.

—Este hombre ha venido hasta aquí para comprar un Pinabete, se lo negué y se metió pidiendo hablar con usted, la legitima dueña de los ya mencionados ―explicó el hombre de ojos oscuros que parecía llamarse Doroteo.

Adriel alzó la vista hacia la dirección de la voz familiar y se encontró con el rostro hermoso de una mujer rubia y pálida como la piel de aquella mano que lo salvó más temprano del infortunio, sus ojos mostraban una indiferencia y soledad que le provocó un pequeño escalofrió desde el pecho hasta sus extremidades, pero lo más curioso que Adriel veía en la mujer, era su vestimenta casual de tenis deportivos negros, pantalón de lona, blusa de manga larga azul y en su pálido cuello un collar corto de diamantes en formas de copos de nieve. Definitivamente aquel collar no jugaba a favor de esa vestimenta, aunque sí a ella.

—¿Acaso no entendió lo que el caballero le dijo? No están en venta ―señaló ella con voz firme y serena—. Ahora salga de mi propiedad.

―Esto parecerá algo de otro mundo, corríjame si estoy mal—pidió Adriel, al acercarse a la entrada de unos treinta pasos de distancia entre el portón y el acceso de la cabaña―: ¿Usted fue la mujer que me ayudó con aquel hombre que buscaba apuñalarme apenas unas horas atrás?—preguntó, dubitativo.

—Sí, fui yo. Ahora salga de mi propiedad porque no venderé nada hoy —contestó tajante la mujer.

Adriel se sintió humillado por la forma tan apática en que esa bonita y altanera mujer le contestó, así que perdió la paciencia, olvidó las formalidades y preguntó:




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