❆ Nivea Edelweiss
Al llegar a la arboleda en su pequeña cabaña, Nivea decidió ir sola al pueblo para abastecer su despensa y de paso comprar algunas cosas que quizás necesitaría en su corta estancia de casi dos meses, Doroteo se había quedado acomodando todo y de paso limpiando para que Nivea estuviese más cómoda. Lo que no imaginó ella, fue encontrar una situación poco probable que fuera a reconocer su verdadero ser como un ente inmortal y menos en ese lugar retirado que parecía ser el fin del mundo.
Nivea andaba desde el lago por un camino empedrado que la llevaba hasta la plaza central, lugar para comprar y admirar su entorno alegre y colorido, no obstante, en el transcurso del camino empedrado, se detuvo al sentir una presencia familiar y poco común en esas tierras, algo totalmente confuso para ella porque así era como reparaba su soledad y el dolor en Invernalia ―los únicos dos sentimientos que podía percibir para colmo de males―, una existencia miserable que la rodeaba todo el tiempo en su tierra mágica y extinta.
Fue cuando ella giró su cabeza a un lado y vio a un hombre rubio que peleaba por no ser apuñalado por otro hombre moreno y más bajo de estatura, este veía con semblante de odio al turista que perdía fuerzas, Nivea dedujo que de allí era que emanaba esa aura miserable y de soledad nada envidiable, pues suficiente tenía cuando era retenida en la estrella la mayor parte del año. Nivea se acercó y detuvo el ataque al hombre turista que estaba a punto de morir en manos del otro que parecía nativo, pero lo que había en él sin duda alguna no era de ese lugar, por muy místicas que fuesen esas tierras, ella estaba segura que aquello pertenecía a su hogar. Lo supo por el odio y el desprecio que vio en el reflejo de sus ojos. Le quedó más claro cuando este le mencionó que ella era la novia inmortal y lo expulsó de ese cuerpo al darle el golpe en el pecho.
Las dudas eran constantes en su cabeza: ¿Por qué ese desconocido era atacado por una presencia propia de Invernalia? ¿Quién era él? Y ¿Qué buscaba esa presencia allí? Al llegar a la cabaña de nuevo, le narró a Doroteo todo lo que había sucedido, pues quizás, él que recordaba el pasado sí sabía lo que acontecía en ese lugar y si la suerte estaba de su lado, también sabrían el por qué.
Lastimosamente Doroteo tampoco tenía la certeza, lo único que él podía deducir era que esa presencia la siguió para continuar atormentándola, poseyendo a la gente de allí, aunque si Nivea lo pensaba bien, eso no tenía sentido, pues años anteriores ella nunca sintió nada igual fuera de Invernalia en ninguna otra parte del mundo, ni siquiera en su primera visita a esas tierras. Solamente les quedaba una conclusión y era que ese turista fue el que llevó esa presencia, pero la pregunta seguía persistiendo: ¿Por qué? En cualquier caso, ya había pasado y trataría de olvidar el incidente, pero no sucedió porque el turista llegó hasta su casa.
Nivea cambió de opinión, estaba dispuesta a llegar al final de dicho enigma al tener a ese hombre frente a ella, negándose a salir por sus puertas si no le vendía el Pinabete, hecho que no iba a permitir por varias razones, una de las cuales era porque no quería venderlo, pero la razón más importante era porque este le daría información sobre él mismo para deducir y discernir la verdad sobre aquella presencia misteriosa.
Su decisión se reforzó al escuchar al hombre rubio llamarla "novia inmortal" y la cercanía del turista que dejaba ver los ojos que poseía, la llevaron a ver por breves segundos una imagen similar en su mente, como si hubiese sido un recuerdo vago que encajaba con aquella mirada verdosa e intensa, el recuerdo de un hombre rubio de cabello largo hasta la quijada y con barba corta que subía su mirada hacia ella de forma lenta y sensual, sintiendo una leve agitación en su pecho; inmediatamente esa escena se cortó de la vista de Nivea. Por esa razón ella cerró los ojos con fuerza y bajó la cara intentando ver de nuevo aquella imagen, pero no logró nada más que la preocupación de Doroteo.
❆❆❆
Cuando su siervo se había ido, ella procedió con el plan de cortar ese tema de una vez por todas.
―Dígame, ¿cuál es su nombre? ―preguntó ella, viéndole con los ojos estrechos y pensando en quién podría ser.
—Mi nombre es Adriel Edurne y vine hasta aquí porque quiero un árbol de Pinabete ―respondió el hombre, señalando los árboles con un dedo.
La respuesta provocó que Nivea abriera los ojos con asombro.
«Es un Edurne, un descendiente de las nieves», pensó Nivea al escuchar su apellido «Mi prometido será, según la maldición, un Edurne; Ellos son descendientes directos de las nieves...». Tragó saliva.
—Ya veo... pues creo que se va quedar con el deseo de adquirir un árbol, porque como dije anteriormente: hoy no vendo Pinabetes —respondió Nivea, negando el pedido para prolongar la estancia del hombre en ese lugar y porque no podía vender esos árboles.
Adriel Edurne se quedó callado un momento, como si meditara las palabras de Nivea porque de un momento a otro este levantó la mirada y con seguridad le volvió a hablar.
―Dijo hoy... quizás mañana sí.
«¡Bingo!», exclamó mentalmente Nivea, pues había logrado su propósito.
—Hombre listo ―comentó ella—, pero se equivoca, señor Edurne, ni hoy, ni mañana, ni nunca venderé esos árboles, no están en venta. ―Levantó una ceja—. Además, no entiendo porque tanto afán de tener un Pinabete, compre un Abeto pequeño y tendrá un árbol parecido.
Adriel bufó poniendo los ojos en blanco. Era obvio que quizás ya había intentado esa solución.
—El árbol no es para mí, es para una mujer que se enamoró de ellos.
—Típico. Hombre joven y atractivo queriendo impresionar a una mujer con objetos casi imposibles de obtener ―comentó, de alguna manera le decepcionó.
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Editado: 13.12.2023