❆ Adriel Edurne
—¿Hola?
—¿Por favor dime que no me llamaste ayer en todo el día porque encontraste algo que realmente te agradó o que fue por una chica? —Pidió la voz femenina en respuesta del saludo que salía del auricular de su celular.
—Venecia —reconoció él—, ya te dije que no volveré a estar con otra mujer —aclaró, terminando de arreglar su maleta mientras sostenía el celular con el hombro y la oreja izquierda—. Ayer no te llamé porque estuve ocupado tratando de cerrar el trato, pero no logré nada, solo sufrí una clase de atentado y de no ser por ella que intervino dos veces...
—¡Espera y detén ese tren! —exclamó Venecia—. Dijiste de no ser por ‟ella" —dijo con un tono de énfasis—. ¿Quién es ella?
—¿De verdad, Venecia? —preguntó desconcertado—. Te cuento que sufrí un atentado y ¿eso es lo que preguntas?
—Adi, sabes que te quiero y mucho, pero tu vida se había vuelto monótona, una rutina y un encierro —afirmó el otro lado de la línea—. Necesitabas una clase de atentado para despertar de esa vida gris que llevabas.
—O sea que, ¿no te importa que me muera? Porque eso precisamente iba a pasar, si no era por un agujero en mi pecho entonces iba a ahogarme —reveló Adriel, tratando de hacer entender a su hermana lo grave de su situación.
—Claro que me importa tu vida y por eso te motivé a que hicieras ese viaje —replicó ella de inmediato—, por suerte no te pasó nada malo gracias a... —se detuvo adrede para que su hermano menor picara el anzuelo.
—Eres incorregible —masculló Adriel por las actitudes de su hermana. Suspiró rendido—. Es la mujer con la que vine a cerrar un trato y donde me hospeda...
De inmediato Adriel se arrepintió de decir algo sobre su hospedaje en la cabaña de Nivea porque Venecia pegó un grito que lo dejó casi sordo al pobre, haciendo que se le cayera el teléfono del hombro al suelo.
—¿Es bonita? ¿Es joven? ¿Cómo te salvó? ¿Le gustas? ¡¿Te gusta?! —Lanzó preguntas como si fuese parte de la prensa amarillista, loca por el chisme.
—Dime hermana: ¿Cuántos años tienes? —preguntó con sarcasmo después de volver a colocar el teléfono en su anterior puesto.
—Treinta y cuatro años muy bien vividos y disfrutados, ¿por qué?
—Pues pareces una adolescente de dieciséis años buscando chisme de romance barato en mi vida gris —replicó el hombre con ironía, al sentarse en el sillón grande de la sala y tomando su celular con la mano para cambiarlo de oreja.
—Oye, no me culpes por querer verte vivir y ser feliz, como hermana mayor tengo el derecho de exigirte unas cosas, como que me cuentes parte de tu vida amorosa, sabes que me encanta —explicó ella como si defendiese su posición frente a un estrado—. Ahora no te hagas el tonto y responde a las preguntas que te hice.
—Que fastidio... —masculló Adriel, resignado a contestar las preguntas de su hermana—. Sí, es bonita; sí, es joven, también evitó que me clavaran una navaja en el pecho al interponer su mano en las manos de ese extraño y me siguió mientras estaba de sonámbulo para meterme al lago... algo muy insólito en mi opinión. —Hizo una breve pausa y respiró—. Y por supuesto no sé si le gusto y yo...
—Te gusta o al menos no te es indiferente.
—¿Esa es tu conclusión, hermanita?
—Escucha, Adi —pidió con cierta seguridad femenina—. Si no te interesara, aunque sea un poquito; primero: no te hubieses quedado en su casa sea la razón que sea que te llevó a quedarte allí. Segundo: al salvarte el pellejo le hubieses agradecido y te irías de inmediato de su casa. Y tercero: si no te interesara, no me estarías hablando de ella sabiendo que me gusta meterme en tu vida amorosa. Admítelo hermanito, te gusta.
—De todo lo que maquiló tu ingeniosa y fantasiosa cabeza en un par de segundos, solamente admitiré una cosa: estoy interesado en ella porque, hay un misterio que la rodea, tengo una corazonada que me impide alejarme de este lugar —admitió Adriel, mordiendo su labio inferior pensando en si fue bueno decirlo o no.
—Sea atracción, gratitud o misterio, cualquier motivo que te interese de ella, trata de conocerla para que puedas socializar de nuevo.
Él observó por el ventanal la llegada de Nivea a la cabaña.
—Te voy a dejar, ella regresó y parece molesta —aclaró Adriel casi colgando—. Te amo mucho, Venecia, hasta pronto.
Adriel se levantó del asiento y fue a abrir la puerta, recibiendo un ligero cabeceo y una mirada seria de parte de ella.
—Señor Edurne, seré breve y directa: es mejor que se vaya de aquí, no sé qué mal le persigue y no estaré cerca de usted cada vez que tenga un atentado —declaró Nivea muy puntual, caminando hasta la cocina sin darle la cara a Adriel.
Este se sintió confuso. Ella se había comportado de una manera muy serena y hasta algo amigable con él cuando despertó al amanecer, horas después fue muy seria y cortante, casi echando a Adriel de su casa.
—Concuerdo con usted, pero antes quería agradecerle por sus atenciones y disculparme por las molestias que tuvo que soportar por mi causa —agradeció Adriel como un detalle por lo que había hecho Nivea en menos tiempo de lo que hubiese imaginado.
—No fue nada y ya pasó. Ahora le suplico, señor Edurne que por favor se vaya, retome su camino y jamás vuelva a este lugar, mucho menos a buscarme —pidió ella muy inquieta que se dirigía a su habitación.
—Me temo que aún no puedo irme —contestó él, más confuso de lo que estaba porque no entendía la actitud tan esquiva de Nivea. Ella salía de la habitación con tenis y ropa deportiva como si fuese a escalar, pero lo más cómico de su atuendo era que el collar de diamantes con forma de copos seguía sobre su cuello—. Sabe a qué vine a este lugar.
Nivea colocó una mochila negra con detalles en fucsia sobre la encimera de la cocina, suspirando como si estuviese irritada.
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Editado: 13.12.2023