Cuando el invierno toca Invernalia - Corazón I.

❆ Capítulo 19

❆ Natividad Jale

El misticismo se movía bastante por las tierras Centroamericanas, realmente era abundante, en especial los lugares donde había grandes cuerpos de agua como ríos y lagos. Uno de los pueblos que rodeaba el lago más hermoso del mundo estaba muy animado por las noches, en especial las cantinas; estas más que nada estaban animadas con gente alegre de bebida y música a todo volumen durante toda la noche y madrugada.

Sucedió todo un teatro en el plano incorpóreo. Un hombre cualquiera que salía de una cantina de madrugada, en plena oscuridad y frío por las épocas de fin de año, estaba borracho, con lágrimas en los ojos y en las mejillas, lamentando su triste vida por causa de una mujer, la mujer que este amaba con locura porque estaba enamorado.

Paso tras paso torpe y silencioso, el hombre borracho caminaba por las calles en ese entonces serenas, donde la madrugada recibía con gran acogida al viento helado y el silencio sepulcral que se paseaba por la oscuridad lúgubre de la hora.

—¡Soledad! Mi amada Soledad —dijo el hombre con las palabras arrastradas sin rumbo.

—Aquí estoy mi amor, ven y llévame contigo —respondió una melodiosa y tierna voz, tan parecida a la de su amada que se llamaba Soledad.

—¿Soledad? ¿Dónde estás? —preguntó alzando la cabeza como podía.

—Aquí estoy, búscame por favor, llévame a casa —suplicaba la voz que emanaba de una calle totalmente oscura y sola, cerca de un barranco.

—No estás enojada conmigo, ¿verdad mi amor?

—No cariño, ya no lo estoy, apresúrate a encontrarme porque tengo frío.

—Ya voy mi amor, ten por seguro que no volveré a engañarte, te trataré como a una reina, mi reinita —dijo el hombre con las palabras arrastradas, tal y como él al caminar en su estado.

—Ven... ven ayúdame porque quiero ir a casa... —volvió a suplicar la voz de la mujer.

—Ya voy, ya voy, Soledad —decía él, adentrándose a la oscura calle, de la que solamente pudo ver la silueta de una mujer en camisón—. Ya estoy aquí mi amada Soledad —dijo él, balanceando los brazos al frente, justo donde estaba la mujer.

—No quiero sentirme sola, quiero que me acompañes y estés conmigo eternamente —pidió la mujer en los brazos del hombre borracho.

—Estaré contigo eternamente, mi amor —respondió él, acariciando con torpeza la espalda de la mujer que este amaba.

—¿Lo prometes, cariño?

—Sí, sabes que te prometo lo que sea con tal que no me dejes —dijo él, tocando varias partes del cuerpo de ‟Soledad", casi inconsciente.

—Entonces promete que te quedarás conmigo incluso después de la muerte.

—Sí, lo prometo, mi amor, lo prometo...

De repente, una risa burlona que sonaba de disminución en aumento a cada segundo, apareció en los labios de la mujer que el borracho estaba acariciando, poco a poco la risa de una mujer de voz melodiosa fue mutando a una risa de un espectro burlón que provocaba escalofríos al escucharla, hecho que le sucedió al hombre justo en el instante en que se despegó del cuerpo de la mujer y comprobaba que no era su Soledad.

—¿Quién eres tú? —preguntó con la borrachera espantada, tembloroso de miedo por ver que no era la mujer que amaba.

—Soy tu amada "Soledad".

La risa burlona no cesó, al contrario, aumentó considerablemente, a tal grado que el borracho hiperventiló y con su mano temblorosa ya no de borrachera sino de miedo, apartó el cabello largo y oscuro del rostro de la mujer, llevándose el susto de su vida, literalmente su vida.

Al levantarle la melena de pelo, él divisó un rostro de caballo seco y cadavérico con ojos rojos brillantes, causando un enorme y ensordecedor grito, haciendo que de inmediato su aliento de vida saliese por su boca, debido al grito y del cual la mujer misteriosa se alimentó de la vida que estaba robando. Por último, esta lo arrojó al barranco que estaba cerca, porque en medio de la oscuridad habían llegado al borde del abismo, terminando el trabajo de ese espíritu con éxito.

 

***

 

Tres aplausos lentos y sonoros fueron los que interrumpieron la gloria y la satisfacción del espíritu maligno que se ganaba a los hombres borrachos, enamorados y mujeriegos; logrando así llamar la atención del espíritu hasta donde se originaba el sonido de los aplausos.

—Algo así es lo que necesito para acabar con la patética vida de la novia inmortal...

—¿Y tú quién eres? —preguntó el espíritu maligno, al observar un ente desconocido.

—Soy un alma perdida llena de odio que una vez fue un alma llena de esperanza y amor —respondió el ente extranjero.

—Ah... un alma rencorosa, mis favoritos para divertirse —respondió el espíritu—. Ve directo al grano, ¿qué quieres?

—Me gusta —dijo el ente sonriente—, realmente me gusta tu forma de ser y de trabajar.

—Hablas de... ¿cómo consumo las almas de los hombres?

—Toda una joya para destruir la única esperanza de quien tanto odio —dijo el ente extranjero—, quiero que le hagas lo mismo que hiciste con ese pobre diablo a alguien muy especial.

De haber tenido cejas el rostro de caballo, seguro que las hubiese arqueado, pero en su lugar peinó con los dedos de las manos blancas y pálidas el cabello largo a sus costados, descansando en los hombros.

—Debes odiarlo mucho para acercarte a alguien como yo. —Se acercó al ente para observarle mejor—. ¿Qué te hace pensar que haré algo porque tú quieres? —inquirió el espíritu.

—Dime una cosa: ¿no te has aburrido de alimentarte de las almas patéticas de pobres diablos como ellos? ¿No te aburres de tomar las almas de esa escoria tan fácil? ¿Te gustaría tener un reto grande y satisfactorio con una batalla y un adversario fuerte? —le respondió con preguntas el alma perdida por el odio, adjunto de una enorme sonrisa casi diabólica.




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