Cuando el invierno toca Invernalia - Corazón I.

❆ Capítulo 20

"Es mejor que me vaya pronto, debo resolver unos pequeños conflictos en sus inversiones" fue lo último que dijo Doroteo antes de irse de nuevo a Invernalia y viajar por el mundo.

Al parecer, Venecia, la hermana de Adriel se dio cuenta que Doroteo estaba enamorado de Nivea y por esa razón ella decidió regresar a Canadá con su padre, estar pendiente de su futuro sobrino y dejar de nuevo sólo a su hermano menor; la situación molestó mucho a Nivea con Doroteo, pues ambos sabían que debían quedar bien con los descendientes de las nieves para que el prometido —cuando tuviese edad suficiente— apareciera ante ella y tuviera buenas referencias de Nivea expuestas por su familia.

Solamente dependía de Nivea quedar bien con Adriel, aunque fuera el futuro tío de su verdadero prometido, sabía que no era correcto estar con él, pero no le importaba porque por primera vez en más de mil años ella sentía algo más, algo diferente a un vacío, una incompatibilidad y un desprecio con un hombre; definitivamente Adriel era especial y le hacía sentir en su corazón, hecho que no experimentaba desde que tenía memoria y no lo dejaría ir por nada o eso creía.

Venecia Edurne estuvo con su hermano hasta la tarde del otro día del paseo, después del cual ella partió a la capital para ir al aeropuerto y tomar un avión de regreso a Canadá. Adriel regresó al hotel y Nivea a su cabaña, ambos alegaron que debían hacer cosas que ocupaban su tiempo.

 

❆❆❆

 

Al llegar la media noche, una visita inesperada fue a interrumpir el sueño de la novia inmortal, exigiendo su completa atención y obediencia en sus palabras, acontecimiento que no tomó nada bien Nivea, pues ella no recibía órdenes y menos de un ser tan despreciable como el que tenía frente a ella en su pequeña arboleda.

—Por fin puedo conocerte, novia inmortal, últimamente me han platicado mucho acerca de ti —reveló el visitante inopinado.

—¿Qué quieres? —preguntó de golpe Nivea, con un rostro inexpresivo con el viento frío ondeando su cabellera plateada.

—Vengo a darte un mensaje de alguien que quiere verte... —Hizo una pausa para esbozar una sonrisa nada agradable—. Sufrir.

—¿Quién en esta tierra? Y ¿por qué rayos te envió a ti? —Hizo sus preguntas la novia inmortal, con el camisón blanco de seda agitándose sobre sus curvas.

El espíritu maligno que le visitaba era una mujer que escondía una cara de caballo muerto y ojos diabólicos que hacía a cualquiera sucumbir ante su siniestra sonrisa, cualquiera menos Nivea que también estaba condenada.

—Digamos que ese ente especial y yo compartimos intereses y tenemos gustos similares en temas de tormento hacia los humanos —confesó el horrendo espíritu nativo—. El mensaje es simple: aléjate del descendiente de las nieves o morirá.

Ese mensaje había entrado directo al corazón de Nivea, justo para crear una punzada de miedo en su interior frío que, por supuesto, este se descongelaba a causa de Adriel, definitivamente algo le sucedía a esta mujer con él. Pero el orgullo de Nivea no iba a permitir mostrar el recién temor creado en su pecho a un espíritu despreciable y odioso como el que tenía enfrente.

—¿Y tú crees que con un aviso como ese yo voy a obedecer tan sólo una pequeña parte del mismo? —respondió con una pregunta la novia inmortal, arqueando una ceja.

—No. Lo que en realidad esperaba era justo esa actitud, deseo probarte hasta ver tu límite y de lo que eres capaz. —Escupió el visitante.

—No te atrevas a tocarlo, porque entonces allí sí que vas a probarme y te arrepentirás. —Masculló Nivea con la paciencia drenando por el atrevimiento de ese impertinente espíritu—. Dile a tu mensajero que se muestre ante mí y me diga en la cara lo que en verdad quiere.

Esa respuesta solamente sirvió para que el espíritu maligno ensanchara su asquerosa y maquiavélica sonrisa huesuda. Con deje de flotar, este retrocedió un paso y asintió para volver a decir unas palabras:

—El aviso está dado, el mensaje entregado y el gusto de conocerte, complacido.

Dicho eso el espíritu repugnante ante los ojos de Nivea, desapareció haciéndose uno con el aire y la oscuridad de la noche; solamente entonces fue que ella se dejó caer al suelo y pensó en la amenaza recibida. ¿Quién diablos era ese ser que quería verla destruida al punto de querer matar a un inocente como Adriel?

No lo pensó más y como pudo se levantó y fue entre los árboles para desaparecer en ellos y presentarse en la habitación de hotel de Adriel. Allí estaba él, acostado sobre la cama tamaño Queen y cubierto por una sabana de un color claro, iluminado por la luz lunar que se colaba entre la rendija y cortinas de la ventana cerrada.

Nivea se acercó al borde de la cama y se sentó para observarlo más de cerca dormir, tal y como lo había hecho días atrás en aquella tienda de acampar en la punta del volcán, observarlo. Aunque esa vez no solo iba a observarlo, también iba a admirarlo y rememorarlo en su vasta mente; su mano más cercana a él por necesidad, la levantó para querer tocarle el contorno de la quijada cuadrada y las siluetas masculinas de su fisonomía atractiva, porque quisiera o no Nivea encontraba a Adriel condenadamente atractivo y casi imposible impedir a sus ojos fríos contemplar su imagen atrayente, calmada y apacible.

Estaba muy claro que Nivea no iba a dejarle sólo, pero algo en su interior le decía a ella que tendría que tener muy en cuenta las palabras de ese maldito espíritu y que tratarían de varias maneras separarla de Adriel temporal o permanentemente.

La mano de Nivea cobró vida propia, porque sin darse cuenta, esta estaba recorriendo el pecho de Adriel desde su rostro hasta posarla sobre su corazón cálido y palpitante, dos cosas que ella no sentía ni experimentaba desde hace muchos, pero muchos años en el pasado; es más, ella no recordaba esa sensación en su memoria mental, pero sí en la memoria del tacto y el pecho, porque su ser se estremecía con el tacto cálido y vibrante que emanaba del pecho de ese hombre, un cosquilleo precioso y apacible le recorría todas y cada una de las terminaciones nerviosas de su inmortal cuerpo hasta desembocar a su propio pecho, hecho que parecía embriagante por la memoria de su tacto, era como si se sintiera en verdad un ser válido y vívido que tenía un hogar en este enorme mundo, un pequeño pero reconfortante lugar, el corazón de Adriel.




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