La mañana del siguiente día a la despedida de Venecia, Adriel despertó sonriente y la causa fue porque había soñado con ella, simple y sencillamente había soñado con Nivea Edelweiss y eso le dejaba una arrolladora sensación de placer en el corazón, además de un toque de deseo porque él no era ningún santo para tener sueños castos y puros.
Adriel había soñado con la visita nocturna de Nivea a su habitación en la que ella vestía un camisón blanco de seda que se ceñía débilmente sobre sus atractivas curvas, el collar de diamantes que no le faltaba y su cabello —que por cierto estaba plateado—, era brillante con la tenue luz lunar, este le caía en forma de cascada por toda su espalda, dejando al descubierto más piel de la que había visto en los días pasados. Nivea se sentaba en el borde de su cama y ella le acariciaba la piel desnuda de su torso con los ojos azules como el hielo, pero con un brillo que reflejaba pasión y deseo, ese deseo por estar con él.
«¿La veré hoy?», se preguntó adquiriendo ansiedad por hallarse con ella.
Después de levantarse y darse un baño, Adriel estaba listo para dar un paseo por el grande y hermoso hotel de estilo colonial que tenía vista al lago, pero un pequeño toque en su puerta le retrasó el impulso porque al momento de abrirla este la vio, él la vio allí parada con un aire tierno y atrayente natural que prácticamente lo dejó sin palabras del impacto.
«¿Por qué cada día que la veo me gusta más al punto de dejarme mudo?», se preguntó mentalmente, inmóvil frente a ella.
Nivea tenía un vestido celeste pastel de manga larga, falda amplia que le llegaba a la altura de la pantorrilla y cuello en v con un moño del mismo color que el resto del vestido incluidos unos cuantos botones, resaltando sus hechizantes ojos azules; un pequeño cinturón color melón que rodeaba su reducida cintura, del mismo color eran sus zapatos de charol y tacón; su cabello rubio lo llevaba recogido en una cola de caballo que dejaba al descubierto su pálido y terso cuello sin olvidar el collar de diamantes. Ese pedazo de piel provocaba a Adriel un deseo primitivo de abalanzarse a olisquearlo al mismo tiempo que besarlo.
—¿Vine en mal momento? —preguntó ella, inclinando brevemente el rostro a un lado.
—Iba... iba de salida.
Al instante que dijo esas palabras, Adriel se arrepintió porque no quería sonar descortés y lo que más deseaba era estar con ella, vaya que sí quería.
—Iba a recorrer el hotel —agregó, azotándose mentalmente la cara por bobo.
Nivea esbozó una pequeña sonrisa al levantar brevemente las comisuras de sus labios, después le vio directo a los ojos, provocando más enmudecimiento en él. ¿Qué rayos le pasaba a él esa mañana que actuaba como tonto adolescente enamorado?
—Quería pedirle su compañía el resto del día —dijo ella al ver el silencio que persistía entre los dos—. Iré a una casa orfanato para entregar unos cuantos regalos a los niños, es temporada navideña y creí que sería lindo tener ese detalle con ellos.
Vaya que sí era lindo ese detalle.
Adriel se sorprendió por la actitud navideña y la iniciativa de Nivea, porque desde que la conoció la había visto como una mujer de buena posición y acaudalada, seria, reservada, misteriosa, con intereses elevados, talvez una que otra ocasión insensible y por supuesto altanera que tenía a disposición cualquier cosa y a cualquiera, pero jamás imaginó un lado tan sensible como el que estaba presenciando en la mujer que lo cautivaba poco a poco en un lapso de días... ¿irónico?
—Será un placer —respondió él con una sincera y cariñosa sonrisa.
❆❆❆
Pocas horas después, Adriel estaba conduciendo una camioneta blanca con el baúl y los asientos traseros a tope de regalos, eran tantos que incluso Nivea llevaba unos cuantos entre sus pies y sobre el regazo, todos y cada uno con su respectivo papel de regalo y un simple moño de colores vibrantes y populares en las épocas de fin de año, propios de la navidad.
—El lugar se llama: ‟La Casa feliz" —musitó Nivea con la mirada ida en el camino de adoquines del pueblo—. ¿No cree que es algo cruel?
—¿El nombre?
—Sí —respondió ella.
—Creo que es irónico —opinó él, haciendo la parada en el dichoso orfanato.
La casa tenía un amplio portón negro y alto, justo unos centímetros debajo del susodicho nombre en el inmueble, con un estilo colonial muy común en amplios edificios del pueblo con vista del volcán que había escalado días atrás. Al caballeroso descendiente de las nieves le tocó bajar y entrar al jardín los regalos mientras Nivea conversaba con la encargada del orfanato, aclarando asuntos y divirtiéndose al observar cómo Adriel corría de un lado a otro con los regalos navideños; definitivamente allí estaba la mujer que sí reconocía desde el volcán, donde ella no llevaba nada para pasar la noche en la cima y él cuidó de ella.
Después de un agitado trabajo y una leve molestia, Adriel respiró más tranquilo rodeado de verde naturaleza que llenaba al pequeño jardín y acogía su persona con muchas cajas envueltas en papel navideño que, por supuesto no se oponía por los niños que les encantaba y sacaba muchas sonrisas de sus pequeñas bocas, pero le provocaba nervios porque nunca fue un partidario fiel de la navidad debido a sus tristes recuerdos con su difunta esposa, excepto de niño.
El viaje a sus tristes recuerdos con Celeste fue interrumpido, primero por Nivea que le ofreció una botella de agua, después por una estampida de pequeños humanos que les brillaban los ojos por ver tantos regalos repartidos por todo el jardín, tomaban uno, dos hasta tres regalos cada uno debido a los muchos que eran repartidos por el pedazo de tierra bañado de verde y algunos colores de flores sobrevivientes al viento frío de la época.
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Editado: 13.12.2023