Desde la inesperada visita de aquella misteriosa, elegante, sin igual y guapa mujer... bueno, aquella mujer que le mostró un futuro posible de un pasado a Doroteo en el árbol de Sauce, él se sentía distraído, culpable, egoísta, temeroso y ajeno a lo que le había sido descubierto, porque ese momento lo habían estado esperando Nivea y él con tantas ansias y anhelo que hasta llegó a dolerle el alma; en esos momentos, Doroteo se atrevió a desear no saber el paradero ni la identidad de aquel que salvaría sus ‟vidas", prefirió seguir cómodamente envuelto en la ignorancia, pues sabía que su final estaba cerca.
Tantos años esperando por el prometido descendiente de las nieves, le trajo a Doroteo una comodidad que en segundos no podía terminar, no así como así, porque en el momento más inesperado apareció el dichoso hombre capaz de cambiar su existencia entera al igual que el de su amada Nivea.
Lo peor de todo es que se había equivocado y la verdad había sido revelada a él, el menos preciso e interesado de los dos seres malditos, porque se sentía egoísta al no querer revelar la verdad a su amada; los celos de compartir al amor de su vida con otro le provocaban tristeza, desesperación, depresión, falta de hambre, hasta juraba sentirse enfermo cuando él no sufría de ello desde su primera vida.
Por otro lado, este experimentaba la necesidad de alarmarla para que el prometido fuese protegido porque corría peligro de muerte por otro ser afectado como ellos, la diferencia es que su odio lo había llevado a cometer actos terroríficos, tales como asesinar gente inocente que no tenía nada que ver con sus vidas y trampas mortales tanto para ella como para el prometido.
Doroteo no era malo, eso estaba realmente claro y tanto Nivea como aquella mujer misteriosa lo sabían. Lo que en realidad le sucedía, era que su lado humano todavía estaba vivo, latente a pesar de tantos años vivir entre los hombres y tantos años ocultarse en la historia misma —exceptuando la temporada en que se presentó como un hombre normal ante una mujer—; este a diferencia de Nivea, no había permitido morir su humanidad y tenía la memoria intacta. Por esa razón su lado humano era el que hablaba en esos momentos, era su lado humano el que lo hacía callarse la verdad, era su lado humano el que hacía aflorar su apetito concupiscible como el irascible, cuando realmente este debía actuar racional y lógicamente.
¡Por fin! su condena de años acabaría con ese hombre, cualquiera correría hasta Nivea y Adriel para decir la pura verdad y acabar con la maldición de los tres, pero Doroteo no, él simplemente no podía hacerlo debido a su extraño, inmenso, noble y humano corazón, él quería a Nivea para sí mismo desde su primera vida y sabía que si ella llegaba a recuperar la memoria, entonces su deseo más ferviente se cumpliría.
Lo fatídico en eso, era que Nivea estaba enamorándose de Adriel y ella tendría su corazón dividido al recordar su primera vida, además, la única manera en que la novia inmortal recordara su pasado, era con el beso de amor mutuo con el mismísimo prometido. Entonces... ¿Qué iba hacer?
Pensándolo bien, Doroteo no tenía salida, porque tarde o temprano Nivea iba a enterarse de quién era su prometido, ya fuera por el beso o porque lo deduciría por los constantes ataques de muerte hacia Adriel Edurne, pero de que saldría la verdad a la luz, saldría con toda seguridad, tal y como el sol lo hacía cada día.
❆❆❆
En la banca frente al árbol de Sauce, Doroteo yacía sentado y meditando, estaba resignado a aceptar la verdad y decirle a Nivea lo que en realidad estaba pasando, pues había transcurrido unos cuantos días debatiéndose en decir la verdad o callarla.
Muy repentinamente el árbol de Sauce dio paso a la presencia de la novia inmortal, luciendo un vestido de dos colores que hacía lucir el collar de diamantes —la prueba de su condena—, y por supuesto su más grande atractivo, el cabello platinado suelto con algunos sujetadores a los lados, totalmente orgullosa.
«Elegante y hermosa como siempre», pensó Doroteo al divisar a Nivea acercarse a él.
—¿Me esperabas? —preguntó ella al llegar a un paso de este en la banca.
—En realidad no, de echo me sorprende su presencia aquí —contestó él, erguido y de pie para recibirla.
Nivea le vio con una expresión neutra, fría, distante, quizás irritada y eso era más de lo normal. Doroteo lo había notado, tantos años conviviendo con ella no era de extrañar que la conociera más que sí misma. Ella tomó asiento en un extremo de la banca y él se sentó después de ella en el otro extremo, Nivea dejó su bolso a un lado de ella, el lado opuesto a él y soltó un suspiro cansado.
—Si me permite preguntar, ¿qué hace aquí? —dijo Doroteo, tratando la manera de no irritarla más de lo que pudiese estar—. Sus vacaciones aún no han terminado.
—Cancelo mis vacaciones, pasaré la navidad aquí y si es posible el año nuevo también hasta que deba regresar al cautiverio en la estrella —respondió ella con las palabras arrastradas y... ¿desanimada?
—Puedo preguntar, ¿por qué? —cuestionó Doroteo, muy curioso por tan repentina decisión.
—Quiero alejarme lo más que pueda del descendiente de las nieves, él y yo no debemos estar juntos o morirá —mencionó ella con la vista perdida en el árbol de Sauce blanco.
Esa respuesta hizo encender una pequeña chispa de esperanza a Doroteo de tener una mínima oportunidad con su amada, pues estaba llegando el final de su condena y esa vez él se permitiría expresar lo que por tanto guardó y escondió.
—Se suponía que usted estaba con él para protegerlo de los atentados que sufría, debió ocurrir algo más para que tomara esa decisión —razonó él, observando el perfil desganado, serio y frío de Nivea a su lado.
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Editado: 13.12.2023