El siervo fiel de la novia, confesaba sus sentimientos guardados a la dueña de los mismos después de tanto tiempo reprimirlos, este se armó de valor y dijo aquellas palabras que tanto habían luchado por salir, pero de algún u otro modo, este conseguía la manera de tragárselas como si fuese ácido recorriendo por su garganta.
—Nivea yo... te amo.
El ‟yo te amo" para Doroteo fue como quitar un gran peso de encima, tantos y tantos años de guardarse sus sentimientos con infinidad de puertas y escudos en lo más profundo de su ser, debió ser como acumular toneladas de rocas sobre un risco a punto de caer.
Doroteo respiró más tranquilo al decir lo que deseaba, por fin decía lo que sentía y por fin Nivea lo escuchaba decirlo en un tono de voz audible, porque muchas veces este le declaraba sus sentimientos a la estatua de ella en el palacio de invierno en Invernalia, pero nada, nada superaba la sensación que él experimentaba al decirlo a una persona de carne y hueso con entendimiento y mucho menos a una mujer como ella.
Nivea se quedó en silencio, sin quitarle la vista a Doroteo de los ojos negros, brillantes y suplicantes que este sostenía en plena confesión, parecía que ella escrutaba sus oscuros luceros, hecho que animó a Doroteo a seguir hablando.
—Te amo desde hace mucho tiempo y considero que mereces saber la verdad —fue lo único que dijo, porque él vio que ella volvió su vista al árbol de Sauce con un gesto de pasar por alto sus muy sinceras y en parte dolorosas palabras.
—Lo sé —dijo ella en un tono seco—. ¿Crees que no sé qué me amas desde que recibimos esta maldición? —Hizo la pregunta sin ver a su compañía—. Sé que me amas, pero lo que no entiendo es: ¿por qué no lo seguiste callando como lo venías haciendo?
Doroteo sintió que la tierra temblaba bajo sus pies, su saliva al pasar por su garganta le ardía como si fuese una lija gruesa y áspera, por supuesto que dejó de respirar por un momento que parecía otros mil años más a los que había vivido en la tierra. El nerviosismo y el labio inferior de sus pequeños y pálidos labios, aumentaron al momento en que Nivea volvió su vista a él, directo a sus ojos con una mirada desdeñosa, seria, fría y con cierto aire de reproche.
Doroteo sintió que una furia le burbujeaba el estómago y le subía por la tráquea a punto de salir.
—Porque... —Tragó saliva—. Porque no lo soporté más, esto que siento por ti me mata, me quema en el corazón y me ahoga —confesó dejando salir lo que por mucho tiempo guardó—, teniéndote tan cerca pero tan lejos a la vez... es algo que no deseo que sienta nadie, vivir con esta carga y esta maldición puede matar hasta el alma más pura.
Doroteo no lo soportó y se puso de pie, alzó las manos por arriba de la cabeza tratando de sacar la furia contra el aire. Sonrió con cierta ironía mientras cerraba los ojos, alzó la cabeza junto con la mirada y respiró para volverse hacia su amada señora.
—No tienes idea de lo doloroso y atormentante que es tener los labios cerrados, viéndote sufrir por tu falta de memoria, guardarte tus sentimientos ante la persona que amas y reprimir tus deseos para que no se entere y tampoco se sienta incomoda —protestó con cierto ímpetu que lo hacía agitarse—. Mi castigo en verdad es un tormento que no le deseo a nadie y menos a ti.
Nivea esbozó una de las comisuras de sus labios, parecía que su estado de ánimo había mutado a uno un poco más risueño, relajado y descarado.
—¿Ya dejaste de quejarte? —cuestionó Nivea con las cejas arqueadas, causando en Doroteo un estado breve de estupefacción que ayudó a calmar la furia que sentía—. Sabía que me amabas desde un principio de esta maldita encrucijada, pero nunca entendí por qué razón lo callabas. Decidí esperar a que tú mismo me lo dijeras sin intervención mía para no hacerte sentir incómodo. —Nivea hundió los pies en la nieve y se levantó del banco para dar un paso y estar frente a Doroteo. Por un breve instante ella pareció dudar, pero finalmente puso una mano sobre el ancho hombro de él—. Perdóname si te hice sentir mal en todo este tiempo junto a mí, no tenía intención y mucho menos una idea de lo que te sucedía al guardarte tanto tiempo un sentimiento tan puro y poderoso como lo es el amor.
Doroteo se quedó patidifuso, parpadeando al ver a semejante mujer frente a él. Definitivamente ella había cambiado en gran manera, pues creyó que ella no lo entendería debido a su falta de memoria y la frialdad de su corazón por la ausencia de amor en su alma; pero de pronto él comprendió que su cambio había sido gestado por la presencia inconfundible del prometido que tanto ella como él, habían esperado por siglos. En conclusión, ella estaba enamorada de él, enamorada de su verdadero prometido.
Doroteo sonrió levemente con tristeza, asintió dos veces con lentitud y resignación al rechazo evidente y profetizado por El Gran Espíritu aquella vez que fue maldito.
—No es tan fácil como se oye. Siempre supe que tú y yo no estaríamos juntos de esa manera, porque tú le perteneces a él... —dijo Doroteo con cierta credulidad que hizo colocar un rostro más serio a Nivea—. Le perteneces al prometido desde antes de que este naciera.
Un breve silencio se produjo entre los dos sin dejar de verse a los ojos mutuamente; Nivea parecía determinada a discernir lo que las palabras de su siervo habían querido transmitir, pues Doroteo habló con vehemencia y sentimiento profundo que, sin duda alguna tenía un oculto significado.
—Estoy seguro que cuando sea el momento, tú vas a venir a mí y volveremos a tocar este tema. Por ahora te pido que por favor no vuelvas a tocarlo —exigió él seriamente, volviendo a tomar asiento en el banco frente al Sauce, dejando la mano de Nivea en el aire levantada a la altura del hombro, justo donde ella la había puesto sobre él.
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Editado: 13.12.2023