Cuando el invierno toca Invernalia - Corazón I.

❆ Capítulo 30 Final

 

Nivea atravesó un árbol con toda la prontitud de sus pies y fue a parar a una hermosa cabaña de troncos, rodeada de abetos con nieve, muy parecido a Invernalia, frío, blanco y solitario. Ese lugar estaba definitivamente más oscuro y frío que en Centroamérica, pues estaba más al norte y cerca del polo.

Justo frente a la puerta de la hermosa cabaña, Nivea tocó con su mano el suelo bajo la nieve y de este brotó un árbol de pinabete, con forma de un perfecto cono, verde, despidiendo un aroma espectacular y singular, el indicado para su amado.

De pronto la puerta de la hermosa cabaña se abrió y dejó salir al hombre rubio de ojos verdes que le hacía suspirar con tan solo verlo. Ella se escondió detrás del Pinabete y esperó escuchar una reacción sorprendida y quizás positiva de él.

—Pero... ¿Qué sucede aquí? —balbuceó Adriel, provocando en Nivea unas enormes ganas de salir abalanzarse sobre él, pero solamente dio unos cuantos pasos a un lado del árbol, lo justo para que él la viese.

—Es mi regalo de navidad para ti —dijo ella logrando su cometido de impresionarle.

El silencio los invadió a ambos, Nivea tragó saliva como pudo. Adriel parpadeó y se restregó los ojos, respiró entre cortado y susurró:

—Nivea... Yo no sé qué decir.

—Talvez tú no, pero yo sí. —Se adelantó a decir ella, dando un paso adelante y abrió la boca para hablar, pero no salió ningún sonido. Volvió a tragar saliva con dificultad y respiró para decir algo—: Perdóname. Te alejé de mi lado porque tenía miedo. No mereces cargar con todo lo que yo acarreo y menos colocar tu vida en peligro por mi culpa. —Se quedó callada pensando una y mil cosas a la vez; en ese momento ella entendió en parte a Doroteo y suspiró cansada. Él únicamente la veía, estático con un rostro inescrutable que provocaba nerviosismo en ella—. Yo... Yo lo que menos quiero es hacerte daño y...

—Pero lo hiciste. —Le interrumpió él, volviendo su rostro indescifrable.

Nivea dio otro par de pasos más adelante, acercándose a Adriel poco a poco, haciendo todo amago de sus fuerzas para no ir a abrazar al hombre que la veía muy profundamente.

—Lo sé... Pero es que tenía miedo.

—Yo también, sin embargo, seguí a tu lado. —Se apresuró a decir él, inmóvil en la entrada, como si esperase a que ella se acercara.

—Es que... Mi miedo era perderte para siempre tan pronto, no quiero que mueras tan joven y menos por mi culpa... Tengo miedo que me rechaces y me abandones —pausó—, por eso yo lo hice primero —confesó con la mirada baja, sintiéndose una inmadura loca después de decirlo en voz alta.

—Sé que te rechacé en cuanto me revelaste tu verdad y con total sinceridad, te digo que lo siento por no tratar de entenderte, pero tenía mis motivos para hacerlo en ese momento —contestó él con templanza; una que parecía atractiva ante los ojos de Nivea debido a su imprudente ímpetu que era retenido por un débil y delgado hilo de humildad y paciencia ante el hombre que quería tener a su lado.

—Lo sé, créeme que lo sé muy bien —aseguró ella, pues estaba enterada que por su causa la familia Edurne tenía una maldición—. Y no te culpo, es más, te entiendo perfectamente, pero debo confesar que tuve miedo, tuve miedo por primera vez desde que tengo memoria y eso me hizo actuar así.

La vulnerabilidad se apoderó de Nivea, dejando ver otra faceta muy rara en ella; eso sí, ella no dejó de verle a los ojos verdes que tan atrayentes le parecían, si para recuperar al hombre de sus deseos ella debía desarmarse como loca adolescente, pues que así fuera porque estaba dispuesta, dispuesta a obtener ese beso apasionado que le había prometido a Venecia, pero que por sobre todo, ella deseaba.

—Entonces te perdono. ¿Algo más que quieras decir? —preguntó él como si esperase otra cosa.

Nivea se quedó en silencio unos cuantos segundos, incrédula y parpadeando como tonta, esperando dar de largas la situación cuando él no abría la boca para decir más.

—¿Nada más dirás eso? —cuestionó ella.

—Sí. ¿Esperabas que dijera algo más? —Volvió a preguntar con un gesto despreocupado y desdeñoso, provocando que en Nivea se rompiera el débil hilo de la humildad y la paciencia que tanto procuró sostener.

—¡Sí! Esperaba algo como: te perdono porque te quiero o te perdono porque deseo estar contigo y no me importa quién seas —bramó Nivea con desesperación y las cejas arqueadas, avanzando hasta él para estar frente a frente y muy de cerca—. Porque, aunque no lo creas, yo sí te quiero, tu presencia me da algo de paz que no he tenido desde que tengo memoria, el latido de tu corazón se ha convertido en mi canción favorita de escuchar, tus ojos me invaden como el calor del sol al amanecer brindándome calidez y, tus labios son un festín en mi alma que traen amor, tranquilidad y sobre todo la esperanza de ser feliz, cosa que nunca me he planteado en estos últimos mil años —confesó Nivea que, con el dedo índice le acusaba, justo en el pecho de Adriel.

De repente Adriel esbozó una sonrisa sincera y su mirada la tornó suave y cariñosa al verla directamente, reacción que Nivea no se esperaba en ese preciso momento. Adriel con paciencia y ternura, agarró la mano acusadora de Nivea para jalarla hacia él y que quedasen cuerpo a cuerpo. Nivea sintió como una de las manos de él recorrió su espalda desde sus caderas hasta su nuca y la otra acunaba su mejilla pálida. Tensa como un arco a punto de disparar, esperó para conocer las palabras o acciones del hombre que la tenía en brazos.

—Te perdono porque te quiero, te perdono porque deseo estar contigo y te perdono porque no me importa quién seas —respondió él, acariciando la piel de ella con el pulgar desde la mejilla hasta la quijada, delineando trazos suaves y delicados que provocaban pequeñas pero cautivantes oleadas de calor en Nivea, desde el estómago hasta el pecho.




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