Cuando el invierno toca Invernalia - Corazón I.

❆ Epílogo

La mujer misteriosa que había llegado a buscar a Doroteo en uno de los cementerios de Londres, los había llevado a ambos de vuelta al oscuro, frío y solitario reino extinto de Invernalia.

—¿Por qué me traes de vuelta a Invernalia? —preguntó Doroteo, molesto por regresar al lugar en el que menos quería estar.

—Te dije que debes ver algo y es importante —aclaró la mujer del vestido rojo—, ocurrirá a partir de este Sauce —dijo ella, señalando el enorme Sauce de Invernalia que se hallaba en el centro del reino desolado.

Ambos se sentaron en el banco que anteriormente habían ocupado Nivea y Doroteo, la diferencia es que hacía más frío y estaba muy oscuro además de la compañía —que por cierto, no era muy grata—, hechos que no le gusto ni un pelo al hombre.

—Quiero irme, está a punto de ser navidad y no me apetece absolutamente nada estar en este lugar a esta hora —se explicó Doroteo, frunciendo el ceño y hundiendo los pies en la nieve para pararse.

—Es que ese es el punto, querido, debes estar aquí justo a la media noche porque a esa hora comenzará el espectáculo —reveló la mujer elegante, arqueando las cejas con alegría y ansiedad estampada en su rostro.

—¿De qué espectáculo me hablas? Sé clara por favor —pidió Doroteo, relajando los pies en la nieve y con el ceño fruncido porque sospechaba que iba a descubrir algo más ligado a su destino.

—No puedo decir nada, debes verlo por ti mismo —sentenció ella, viendo fijamente el cielo frío y nocturno que los envolvía.

«Odio cuando haces eso...». Se quejó mentalmente Doroteo, rodando los ojos de fastidio.

—Si no hago ‟eso", entonces no habría suspenso y menos misterio, me encanta ver las reacciones y expresiones de los humanos al sorprenderse, eso es muy grato para mí —le respondió ella muy sencillamente, cosa que irritó más a Doroteo.

—Entre otras palabras: somos un simple entretenimiento para ti —masculló él, viendo fijamente el Sauce blanco—. Tal y como lo fue ella...

—Sí —aceptó la mujer, asintiendo varias veces con cierto desaire.

—Que honor —volvió a mascullar Doroteo con sarcasmo porque se irritaba más por la actitud de esa mujer.

—Ay, Doroteo, me causas gracia —mencionó ella con cierta sonrisa sosegada en el rostro—. Solamente relájate y disfruta del show que está a punto de empezar.

Doroteo rodó los ojos, suspiró cansado y resignado, se dejó caer en el respaldo del banco y sacó su reloj para divisar la hora; faltaba exactamente un minuto para la media noche del veinticinco de diciembre, una fecha inolvidable y memorable para él porque su pasado estaba marcado por una noche con fecha como la que vivía en ese momento.

—Hace más de mil años, por estas fechas fue que inició tu historia —mencionó la mujer sin verle, hecho que él agradeció—. Pues ahora inicia el final de tu historia...

Doroteo frunció el ceño, dispuesto a preguntar lo que ella quería decir en realidad, pero fue interrumpido por una estridencia en forma de trueno que provenía desde el Sauce hacia los cielos y el viento envolvía un misticismo casi fascinante que provocaba admirar el lugar de otra forma que no fuese con añoro y desolación. Ambas cabezas no podían dejar de mirar los cielos porque parecía que en cualquier momento estos se abrirían y darían paso a algo glorioso.

Sin más tiempo por esperar, de nuevo resonó por todo el lugar otro sonido que prácticamente hizo estremecer el Sauce, del cual comenzaron a salir una serie de luces brillantes y mezclados como el arcoíris que se desvanecían poco a poco en el cielo, dando un espectáculo asombroso que Doroteo no veía desde aquella noche de Invernalia en el que iba a huir del reino antiguo.

—Esas luces son...—tartamudeó él, muy asombrado.

—Así es —respondió la mujer elegante con una sonrisa de oreja a oreja observando la reacción de Doroteo—. El portal entre Invernalia y el mundo de los hombres, ha sido abierto una vez más.

«¡Por todo lo bueno y sagrado!». Exclamó en su mente Doroteo «Eso únicamente significa que Nivea ya ha encontrado al prometido y puede que su memoria ya...» se quedó callado en voz y mente.

—Anda, vamos... —incitó la mujer a Doroteo para que terminase de pensar lo que él había descubierto en sus divagaciones—. Termina de pensarlo porque estás en lo correcto.

—¿Su memoria ya fue restablecida? —preguntó él, aun incrédulo con el alma pendiendo en un hilo.

La mujer no contestó con palabras, más sí con un asentimiento de cabeza y la seguridad brillando en sus ojos que cambiaban de color conforme ella quería.

«¡Por Invernalia!». Gritó Doroteo en su mente.

Por fin había llegado el momento que tantos, pero tantos años había esperado. Esa maldita espera que se llevó tantas cosas que Doroteo amaba, por fin habían terminado, por fin su amada recordaba el pasado y lo recordaría a él tal y como era en verdad.

El corazón de Doroteo estaba agitado por la emoción y la ansiedad que provocaba saber lo que estaba sucediendo en esos momentos y en otra parte, él quería ir hasta donde estaba ella y decirle: «¿Me recuerdas por fin? ¿recuerdas lo que sucedió en tu primera vida? ¿Ahora me entiendes?», pero no podía porque también sabía que ella estaba con su verdadero prometido, aquel que era la llave para el fin de sus maldiciones adquiridas por mérito propio.

—¿Ahora entiendes porque tanto misterio? —cuestionó la mujer de rojo—. Permito que ustedes mismos descubran sus propios caminos, las consecuencias que estos traen y por supuesto que ustedes mismos saquen sus propias conclusiones —explicó ella, con un suspiro al final.

—¿Cuánto falta para que termine mi condena? —Se atrevió a preguntar Doroteo debido a que afloraba en el ambiente un estado de cierta sinceridad y quería aprovecharla.

—Poco —respondió ella, sonriente por la actitud de Doroteo—, si sabes que puedo leerte la mente, ¿verdad? —preguntó ella con un deje divertido—. Porque sería el colmo que hasta estas alturas no lo supieras.




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