El silencio del frío y el bosque; un arco tensado con su respectiva flecha en posición; su cuerpo muy bien abrigado —exceptuando los dedos de las manos—; atención, agilidad y control era todo lo que Teodoro necesitaba para salir a cazar a la profundidad del bosque de Invernalia, un par de lobos o quizás un bisonte con suerte.
Teodoro era hijo de un armero de Invernalia, ayudaba a su padre a hacer las armas que vendía, sin embargo, su arma favorita era el arco y la flecha, amaba cazar en el bosque con su arco y era realmente bueno en ello. Su padre le había pedido que cazara algún animal porque necesitaban pieles, Teodoro no había podido cumplir tal pedido por falta de tiempo, no obstante, ese día, en esa hora y en ese momento preciso, él tenía la oportunidad perfecta para cumplir el deseo de su padre.
Había perseguidoel rastro de unos lobos, los vigiló sigilosamente por horas ya que eran muchos y no podía combatirlos a todos, necesitaba una buena distracción para poder matar algunos.
Ensilencio y con gran habilidad, se subió —no tan alto— a un árbolde Abeto, cubierto por nieve para no ser descubierto, desde allí podía lanzarflechas, pero los lobos lo verían llegar y se espantarían dejándole sólo y sin la posibilidad de dormir máscálido. Estaba a punto de darse por vencido y buscar otra presa cuando escuchó y vio llegar a una joven mujer de cabellera clara y trenzada, abrigada y con vestido celeste que parecía ser muy fino, ella caminaba sin rumbo y sin saber el peligro que corría por estar allí.
«¡Eureka!». Exclamó mentalmente, su distracción perfecta estaba allí, sus ruegos fueron escuchados por el Gran Espíritu, y, al parecer a los lobos les gustaba la carnada porque divisó como unos cuantos salían con sigilo de sus escondites para seguir a la joven mujer.
—¿Hay alguien allí? —preguntó la muchacha al percatarse que tenía muchos ojos sobre ella, incluidos los de Teodoro.
Un gruñido fue la respuesta a la pregunta de la joven y la señal para que Teodoro apuntara y obtuviera sus pieles. La joven quedó atrapada entre los lobos y un árbol, seguidode una enorme roca, cerró los ojos muy asustada y fue cuando elcazador aprovechó para disparar al lobo que más se acercaba a la muchacha.
La flecha quedó clavada entre las costillas de la bestia y un quejido agudo salió de las fauces del que quizás sería su próximo tapete o abrigo. La muchacha pegó un grito ahogado al ver a la bestia retorcerse de dolor, mientras tanto, Teodoro apuntaba otro blanco y le atinó al clavar la flecha entre las fauces, los demás lobos se lo pensaron dos veces para tirarse a atacar a la muchacha, así que retrocedieron —pero como siempre existe uno que corre el riesgo—, uno de ellos salió de entre los demás y se tiró al ataque de la joven, Teodoro lanzó la flecha y esta silbando en el aire, se clavó en el cuello de la bestia, muriendo instantáneamente.
La muchacha pegó otro grito al ver semejante panorama, así que salió corriendo para huir. Mala idea porque los lobos que ya habían decidido irse, divisaron que su comida se alejaba del lugar donde era defendida.
Teodoro decidió bajarse del árbol y como pudo emprendió carrera porque los lobos se acercaban a la muchacha, la cual solamente corría sin rumbo. Cuando Teodoro pudo divisar de nuevo a los lobos, este disparó y la cacería comenzó de nuevo. Al final aquellos animales se dispersaron y huyeron de los silbidos de las flechas que los perseguían.
Agitado por la persecución, Teodoro respiró hondo y suspiró, rápidamente se acordó de la muchacha y se dio cuenta que no había ruido alguno, ni un pequeño sonido, no se escuchaban los pasos, ni gritos de miedo. Inmediatamente se puso alerta y buscó con el arco tensado y la flecha dispuesta a atravesar a cualquiera por un ataque.
Teodoro se acercó al lugar y entendió porque los lobos estaban estáticos, la muchacha cayó en una pequeña peña, entre dos rocas y el espacio entre ambas parecía muy angosto, las rocas estaban sumamente cubiertas de nieve y quizás por eso la joven no se dio cuenta y los lobos no la siguieron debido a la profundidad —muy listos para ser unas bestias—.
—Señorita, ¿puede oírme? —preguntó él, alzando la voz desde la orilla, pero no recibió respuesta.
«Puede que esté lastimada, además parece estar inconsciente». Pensó el joven cazador.
—Señorita, ¿se encuentra bien? —volvió a alzar la voz sin recibir respuesta.
«Si me voy por ayuda, puede que no despierte por el golpe y muera de frío», se debatió los sesos sin saber qué hacer. «Necesita de atención y calor».
El tiempo no le ayudaba, la noche estaba a nada de caer,el frío era cada vez más denso y la claridad le cedía elprotagonismo a la oscuridad. Teodoro decidió buscar madera seca en alguna cuevao entre rocas para hacer fuego cuando entrara con la muchacha en la peña, pero no encontró. Aun así, él se metió entre las rocas con cuidado y al llegar al suelo se llevó una enorme sorpresa:
—Es la princesa... —susurró al ver a la muchacha tendida en la roca, inconsciente.
Teodoro no se había dado cuenta que era la princesa porque estaba distanciado cuando la vio en el árbol, al estar cerca, la reconoció por el fino vestido y la cabellera plateada. Solamente el rey o reina descendiente del invierno y sus hijos tenían la cabellera plateada en Invernalia; y en esos días únicamente el rey Guthrie y la princesa Breena poseían los cabellos blancos.
Con gran temor, Teodoro revisó la cabeza de la princesa para ver si seguía viva; afortunadamente continuaba respirando. El muchacho se sentó y colocó a la princesa cerca de él, de echo la mitad para arriba, ella estaba sobre las piernas de él, como si fuesen una almohada, esperando a que despertase.
La preocupación, el temor y la impaciencia, fueron los culpables de que Teodoro pensara en huir de esa tierra, si la princesa no despertaba y los guardias del palacio los encontraban, él sería el total culpable de la muerte de un miembro de la familia real y estaba seguro que su padre se moriría en ese instante, pues era la única familia que le quedaba.
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Editado: 02.10.2023