Cuando el invierno tocó Invernalia - Decisión Ii.

❆ Capítulo 5

 

El regreso de la princesa a la comodidad de su habitación en el palacio de Invierno, le había sentado bien a Breena, por lo que el curandero real les dijo: ‟ella sufrió una torcedura en el pie y por eso el dolor al apoyarlo en el suelo", así que le recetó encarecidamente no moverse por unos días, tomar un pequeño reposo para que en poco tiempo pudiese caminar como si nada; también le curó algunos raspones debido a la caída que sufrió.

Su padre,fue a visitarla el mismo día que llegó a palacio y le comunicó el decreto real que había hecho a favor de Teodoro, acto que Breena agradeció con una sincera sonrisa.

La princesa estaba sentada en una silla, justo en el umbral de su enorme ventana que daba con un balcón a los jardines nevados y adornados del palacio, ella estaba pensativa y rememorando los momentos que pasó con Teodoro, sin intención alguna una sonrisa invadía su pálido rostro.

—De seguro la causa de esa sonrisa tiene nombre —comentóla sierva de edad adulta que se encargaba de Breena.

—Sí, Blanca, es Teodoro —confirmó la princesa que, acariciaba su cabello suelto a un lado.

—Desde que regresó de aquella aventura, usted viene más soñadora, princesa —mencionó la sierva, ordenando los aposentos de la heredera.

—Sí, Blanca, él me dio los motivos para estar así —volvió a responder sin voltear a verle.

—Me agrada verle así, princesa —comentó la mujer que lucía unas cuantas canas a los lados de su mata de pelo—, pero creo que debería despertar pronto, mejor si es antes de su aniversario de nacimiento.

Breena escuchó lo que su sierva le dijo, por eso dejó de lado la ventana y le vio para sincerarse:

—No puedo, Blanca, sencillamente no puedo ―dijo suspirando profundamente—. Teodoro es lo mejor que me ha pasado en mucho, mucho tiempo.

La sierva se acercó a su señora y se agachó a la altura de la silla, tomó las manos de la princesa y le habló:

―No tiene idea de lo feliz que me hace verla así, princesa —dijo con una leve sonrisa sincera—, pero debe recordar su posición y los compromisos que tiene hacia su reino.

En seguida, Breena borró la sonrisa que inundaba su rostro porque recordó lo que le esperaba en los próximos días y le daba la razón a Blanca.

El intercambio de vistas y palabras entre la princesa y la sierva, fue interrumpido gracias a la visita inesperada del propio rey Guthrie que vestía de forma imponente con sus vestidos blancos y plateados, haciendo juego con su capa real negra con bordados de plata, sus cabellos blancos combinaban con su corona plateada de diamantes y las botas negras. La sierva de inmediato se puso de pie y se inclinó ante el rey; la princesa hizo lo mismo, de pie e inclinó su rostro mostrando respeto.

―He venido a ver, ¿cómo está mi copito de nieve? ―dijo el rey acercándose a su hija―. ¿Ya estás mejor, hijita mía?

La sierva rápidamente acercó una silla de madera para colocarla frente a la princesa y que el rey tomase asiento para mayor comodidad, acto que notó el rey y se sentó frente a Breena. Blanca hizo una breve inclinación y salió de la habitación de la princesa para darles más privacidad a padre e hija.

—Estoy bien padre, mejoro rápido, no se preocupe por mí ―respondió ante las incógnitas de su padre.

―Claro que me preocupo, cuando me enteré que no aparecías por ningún lugar del palacio, imaginé lo peor. —Se sinceró el rey tomando la mano de su hija―. Sé que ese día ambos tuvimos una discusión muy grave y nada placentera.

«De seguro me va a hablar del compromiso con el descendiente de las nieves». Pensó Breena, a punto de suspirar, pero se contuvo.

—Pero comprende que tenemos obligaciones que cumplir como los mandatarios que somos en este reino —explicó el rey ante su heredera que solamente le veía con tristeza instalada en sus ojos―. Yo te juro que nunca te entregaría a un hombre que no te valorara ni te mereciera.

«Si eso fuera cierto, me dejarías elegir al hombre que yo quiero»,replicó Breena mentalmente, observando la enorme carga que su padre tenía sobre sus hombros.

—Por favor, Breena —pidió el rey, sonando como un ruego, adjunto de una caricia en la mejilla de su hija—. Acepta el compromiso que se acerca.

La preocupación de su padre era evidente en el rostro del rey, hecho que no pasó desapercibido ante la princesa, provocando que se sintiera culpable de padecer lo que sentía por Teodoro que se adueñaba de su corazón poco a poco. Después de un breve silencio entre los dos, Breena respiró hondo y decidió hablar:

—Padre, yo también quiero lo mejor para Invernalia. Pero me me molesta que elijan por mí al hombre con el que pasaré el resto de mi vida ―compartió su sentir y enseguida levantó la mano en señal de alto—. Antes de que diga algo, quédese tranquilo, yo sé las obligaciones que tengo y las voy a cumplir. —Se apresuró a decir antes de que su padre alzara la voz y le diera otro regaño.

Al escuchar las palabras de su hija, el rey dejó salir aire que al parecer tenía retenido en sus pulmones y ensanchó una sonrisa que mostraba los perfectos dientes blancos que poseía. Se levantó y abrazó a su heredera con gran placer.

―Gracias hija, no tienes idea de lo feliz y aliviado que me hace sentir al escuchar esas palabras —le reveló el rey en el abrazo.

―Y a mí me hace feliz saber que te sientes más aliviado con mis palabras, padre —reconoció ella correspondiendo el abrazo de su progenitor.

—Te amo, Breena —dijo el rey, sentándose de nuevo en la silla.

―Yo también te amo, papá —dijo con una sonrisa disimulando la tristeza.

―Dime: ¿Ya puedes ponerte de pie y caminar un poco? —le preguntó el rey a la princesa.

―Un poco —contestó Breena—. ¿Quieres ver?

―Por supuesto —afirmó el rey. Enderezó la espalda y se puso en pie, justo a unos pasos alejado de ella para darle espacio a su hija y que le mostrase como había mejorado.




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