Cuando el invierno tocó Invernalia - Decisión Ii.

❆ Capítulo 8

 

La velada entera de la fiesta de bienvenida estuvo más que interesante, había sorprendido a Breena y de paso también la había incomodado las situaciones dadas en esos momentos.

Comenzando por lo que más la había dejado sin palabras y boquiabierta: el descendiente de las nieves, su futuro prometido. Resultó ser aquel hombre que le provocaba culpa y pesadez en el pecho a Breena; ese fue el elegido a desposarla y para colmo le llevaba casi el doble de edad, aunque eso no pareció incomodar a los reyes y a todos los presentes, pues a Breena sí. Ella tenía el derecho a elegir con quien se casaba, pero en el momento en que lo veía a los ojos, la culpa y la pesadez inundaban el pecho de Breena. Así que, trataba de evitar verle directo a los ojos porque a todas luces ella se incomodaba y de inmediato era un manojo de nervios.

Lo otro que la dejó muy sorprendida y hasta curiosa, era el hecho de conocer a su abuela materna. Al parecer la mujer que había llegado con los descendientes de las nieves era más que una acompañante y viuda de un jefe, era la madre de la reina Camelia.

—Por favor, tomen asiento —pidió el rey, extendiendo las manos hacia la gran mesa con el banquete preparado.

Todos los invitados y la familia real tomaron asiento con el rey a la cabeza, a su derecha la reina y a su izquierda la señora Jamied. A la derecha de la reina estaba Breena y a la izquierda de la señora Jamied estaba Aspen el que sería prometido de la princesa, a su lado el hermano de este. Entonces Breena estaba frente a frente de su futuro prometido, Aspen. Por lo tanto, ella no podía evitarle mucho la mirada verdosa que le carcomía de culpa.

—Comencemos a degustar —alzó la voz Guthrie para dar inicio al banquete—. Nos alegra que esté de vuelta, señora Jamied —mencionó el rey, abriendo conversación.

—Madre, es toda una alegría volver a verte después de tantos años —siguió la reina, rebosante de emoción y felicidad—. Me alegra grandemente que estés aquí.

—Oh, mi querida Camelia —mencionó la anciana para voltear a ver al rey—. Gracias por tan hermosa recepción, noble rey. —Agradeció la mujer con una leve inclinación de cabeza—. Tenía que volver a ver a mi hermosa y única hija antes de morir.

—No digas eso, madre —replicó de inmediato la reina—, tú eres mujer fuerte, valiente y llena de vida.

—Querida, a todos nos llega la muerte algún día —contestó de lo más segura y educadamente—, eres lo único que me queda y quería verte antes de mi partida al lado de tu padre.

—Si mi amada reina me lo permite —alzó la voz el rey, observando a la señora Jamied—, le reitero mi oferta de hace años atrás, sí usted lo desea, amada suegra, puede quedarse en Invernalia a vivir al lado de su bella y extraordinaria hija, conocer a su preciosa y amada nieta y vivir por el resto de sus días en la tierra de las hadas.

—Madre, por favor acepta —pidió la reina ignorando los alimentos que todos, excepto ella y la señora Jamied habían tocado—. La vez pasada me dijiste que te regresabas para estar al lado de mi padre.

—Y así debe ser, hija mía —respondió Jamied, defendiendo su decisión pasada—. Una esposa debe estar donde su marido esté y tú necesitabas estar con tu marido sin intromisión de tus padres —aclaró, provocando más nerviosismo en Breena—. Si te casas, es para estar con el cónyuge, no con sus padres.

Las palabras de la que parecía ser su abuela, hicieron que Breena se convirtiera en un manojo de nervios, inconscientemente posó sus ojos sobre el hombre que iba a desposarla; este estaba con la mirada baja, terminando de cortar un trozo de carne que llevaba a sus labios, acción que Breena observó fascinada sin saber el porqué. Como si leyera la mente de Breena, Aspen, el futuro prometido, levantó la mirada de forma lenta y sensual hacia la princesa, provocando un rubor grande en las mejillas de la misma porque no pudo disimular, ¿su curiosidad o atracción hacia el descendiente de las nieves?

Al sentirse acalorada y totalmente caliente de las mejillas, Breena volteó la mirada hacia todos lados menos al hombre de enfrente, su control se estaba acabando como el agua en un desierto. De los nervios quiso tomar su copa de vino para refrescarse —efecto que el frío de Invernalia no lograba en ese momento tan ansiado y propicio para ella—, pero su torpe mano en lugar de tomar la copa la topó con sus dedos, provocando que el líquido carmesí cayera y la copa hiciese ruido al caer y chocara con una bandeja de plata.

Todos interrumpieron la plática y cinco pares de ojos voltearon a ver a la princesa.

Lo que menos deseaba Breena era la atención de todos cuando estaba muy nerviosa. Su corazón se sentía muy agitado y de vez en cuando su respiración se entrecortaba. De inmediato ella dio la cara ante los demás invitados para excusarse:

—Disculpen por la interrupción —dijo Breena, levantándose del asiento—. Estaba tan entretenida en su plática que no vi dónde exactamente estaba la copa que quería tomar.

Un siervo agarró la copa y secó el lugar afectado, mientras tanto la princesa no cesó sus disculpas. Otra copa con vino servido en el mismo lugar donde estaba la anterior había sido puesta como si no hubiese pasado absolutamente nada.

—Está bien, hija, los accidentes pueden pasar —respondió el rey,tratando de calmar a la jovendesde el asiento—. Por favor toma asiento, continúa comiendo —dijo él, dirigiéndole con la mano a su asiento—. Todos continuemos y omitamos este inesperado hecho.

Breena con pesar, se sentó de nuevo, ella había encontrado —sin que fuera adrede— su excusa perfecta para levantarse de la mesa e irse a refugiar a sus aposentos, pero el rey no lo permitió y solamente le quedó armarse de valor.

—Gracias, majestad —tuvo que decir la princesa—, y de nuevo pido perdón por la interrupción.




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