Cuando el invierno tocó Invernalia - Decisión Ii.

❆ Capítulo 9

 

Muchos de ustedes se preguntarán: ¿Quién es ese descendiente de las nieves que se dice ser el futuro prometido de la heredera al trono? Pues he decidido hacer una pausa a la historia principal para contar una breve experiencia de Aspen en el palacio.

En una de varias tardes de invierno, Aspen se había dado la tarea de caminar en los largos pasillos acompañado de la soledad, era un hombre muy serio y centrado, con el paso de los años también fue sencillo y ecuánime, pues aprendió a aceptar su destino. En una de sus caminatas, este llegó a dar al salón del trono, casualmente estaban comenzando hacer los preparativos para la fiesta de compromiso que se llevaría a cabo un día después, lo interesante es que el rey no estaba, sin embargo, la reina sí.

—Majestad —saludó él, haciendo una breve inclinación.

—Noble caballero —dijo ella sonriente con los ojos entrecerrados—. ¿Recorriendo los pasillos de su futuro hogar?

—Así es, si no le molesta que comience a conocer el hermoso lugar, claro está —dijo él que se había quedado parado a unos pasos de los escalones del trono.

—Claro que no, es más, pienso que la princesa debería estar acompañándole en esa sencilla tarea —comentó al momento en que ella bajaba.

—Eso sí sería muy bueno, pues tengo que conocerla lo más que pueda debido a que el enlace matrimonial ocurrirá pronto —concluyó Aspen que tomaba la mano de la reina para que bajase el último escalón—. Por eso aprovecho a preguntar a la madre de mi futura prometida, ¿cómo es ella?

Ah, una pregunta de tres palabras, pero que engloba mucho, lo cierto es que el encuentro casual entre la reina y Aspen, le había sido de gran utilidad a él, quería conversar con alguien conocido de su juventud acerca de lo que realmente le esperaba en su futuro próximo en Invernalia junto a la princesa, y quien mejor que la propia madre de la misma para decirle las características más importantes.

—Por favor, terminen de arreglar los puntos que indiqué, en seguida volveré —alzó la voz la reina Camelia que caminaba junto a Aspen hacia la puerta y directo al corredor—. Me alegra tanto verte.

—El sentir es mutuo, estás hermosa y se te da perfecto gobernar —contestó él ante el entusiasmo de la soberana.

Ambos cruzaron las enormes puertas de acero y comenzaron su caminata por el primer piso, a un ritmo lento pero seguro. En cada tanto la reina lo observaba de soslayo, como si con la mirada pudiera desentrañar su ser y descubrir los secretos de su alma.

—La edad te ha sentado de maravilla, estás más...

—¿Maduro? —intentó completar Aspen ante la escasez de palabras de su compañera de caminata.

—Iba a decir más circunspecto, pero también es correcto el término que has usado —concluyó Camelia que frotaba sus manos una con la otra, tratando de que el calor no le dejara.

—Que puedo decir, la edad nos llega conforme el tiempo pasa y es inevitable —mencionó él que imitó los movimientos de la reina, pues estaban cerca de la salida para caminar al jardín.

—Tienes razón, así como llegó tu tiempo para ser feliz y casarte con mi hija, la cual te sobre aviso que debes prepararte para tolerar su temperamental forma de ser, pues es una chica que ama con todo u odia con todo.

Eso alertó un poco a Aspen, pues él deseaba ser correspondido tal y como lo hacía para con la princesa, tantos años esperando esos precisos momentos, no debían ser en vano. Llenó sus pulmones con aire frío lo más que pudo, tragó saliva y preguntó:

—¿Y tú crees que me pueda amar?

Ambos detuvieron el paso, justo en las columnas frente al jardín nevado que yacía adornado magistralmente, listo para la fiesta de bodas, pues la susodicha de compromiso iba a ser en el salón del trono.

—Mi hija es difícil al inicio, pero creo que tú sabrás ganarte su corazón, como alguna vez lo hiciste con el mío... —determinó la reina, llevando un leve pero muy satisfactorio sosiego para el alma de Aspen.

—Aun te quiero, Camelia, sabes cuánto aprecio te tengo a ti y a tus padres, pero...

—Pero la amas —le interrumpió la reina—. Sé que es así porque te conozco y eso le da placidez a mi ser.

Aspen no era muy dado a mostrar sus sentimientos con palabras y algunas veces con hechos, pero todo aquel que lo conocía, podía ver la transparencia de su ser y la afección que este tenía hacia algo o alguien en sus ojos intensos y que transmitían todo lo que sus labios no podían. Así es como con una reverencia y una breve sonrisa cálida, él agradeció las palabras de Camelia.

El descendiente estaba realmente animado con las palabras de la reina, aunque sería un reto llegar al corazón de Breena, eso no le importaba, a él le agradaban los retos y más si se trataban de algo tan importante como lo era poner en juego su humilde y débil corazón, de lo contrario no hubiese llegado a ser el jefe de los clanes Edurne.

Soberana e invitado estaban conversando tan afablemente en el corredor del palacio que la princesa los sorprendió desde el jardín, la susodicha estaba con su cabello platinado trenzado y una capa celeste que la diferenciaba de todo lo que había en el espacio abierto y adornado, ella se encontraba practicando el tiro de arco y flecha —que seguían perdiéndose por los aires y no en el blanco—.

—Con un percance espantoso hace poco, a Breena se le metió en la cabeza lo de aprender a tirar arco y flecha sea como sea —comentó la reina que le sonreía a lo lejos a su hija, la cual dejó de tirar flechas y se acercó a los espectadores a una distancia prudente "para ella".

—Por lo que veo ella es determinada, la cual no le ayuda en nada a su puntería —mencionó Aspen, provocando una inevitable pero leve risa en la reina.

—Querida hija, qué bueno que estás aquí —alzó la voz la reina de inmediato para esconder la risa—. El caballero aquí presente está recorriendo el palacio para conocerlo, ¿podrías encargarte de mostrarle lo que le falta ver?




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