—¡Si, si… ya vi que están bonitos! —dijo Cinthia refiriéndose al par de vestidos que su madre le mostraba. Ella en verdad los creyó lindos, pero… —Pero la respuesta sigue siendo: ¡no! No usaré ninguno de esos, me pondré mi overol.
Se atrevió a decir con absoluta determinación. Pero tan pronto dijo eso notó cómo las cejas de su madre se juntaron por el disgusto, al tiempo en que le preguntaba:
—¿Cuál overol?
—El jean desgastado o el morado oscuro, no sé, aún no lo decido —le contestó de todos modos, y sin ningún rodeo.
Pero al notar que la expresión tanto corporal como facial de su madre se había congelado entre un no me digas y un atrevete, se echó para atrás.
—Es broma —dijo entonces, con una sonrisa dulce, traviesa y triunfante: años y años de escuela le habían enseñado a ser tanto directa como sarcástica y, algunas veces, insoportable. Pero con Carmen no era capaz de sacar más que un asomo de esas armas: su madre era, sin lugar a dudas, la única persona contra la cual era incapaz de luchar en términos reales.
—Escúchame muy bien Cinthia, porque no te lo voy a volver a repetir: si este año te pones uno de esos trapos para ir a la escuela, te los quemo, y créeme que esta vez sí va en serio —advirtió Carmen como si dictara sentencia—. Y ahora, volviendo al punto, ¿por qué no te gustaron estos?, ¿qué tienen de malo?
Cinthia sacudió la cabeza ligeramente antes de contestar:
—Ma, no sé para qué me compraste más ropa si sabes que no me la voy a poner.
—¿Y por qué no?
—Porque no quiero, porque no me importa lo que digan de mí en la escuela, no me disfrazaré de niña linda solo para que los demás se sientan a gusto.
—Es que tú no te tienes que disfrazar de niña linda, ya lo eres; lo que sí es feo es tu actitud.
—¡Y por lo mismo, ¿qué importa mi apariencia?! —exclamó Cinthia con una expresión de triunfo en su rostro.
Carmen se limitó a negar con la cabeza y observarla en silencio, para luego retomar su comentario como si no hubiera habido ninguna interrupción:
—¡Actitud…!, que ni siquiera es tuya, así que ya es hora de que te dejes ver; que tengas un año normal; de que compartas con los demás; de que te diviertas.
—¿Y quién dice que no?, si de hecho, me divierto un montón — aseveró Cinthia.
—No te creo y no puedo creer que vayas a terminar la preparatoria sin hacer ni un solo amigo.
—Por suerte —aseguró Cinthia.
Pero Carmen volvió a regañarla con la mirada. Por lo que a ella no le quedó más opción que defenderse:
—Ma, tú misma lo dijiste, este es mi último año de escuela y quiero llevarlo a mi modo, ¿sí me entiendes?
—Es que no lo haces a tu modo, hace años que no estás siendo tú misma. Sino todo lo contrario: estás haciendo hasta lo imposible por esconderte —dijo Carmen.
Pero Cinthia no se permitió flaquear.
—Ma, lo siento, pero no me vas a convencer, así que ya no insistas —declaró en un tono tan sereno y seguro que no fue necesario decir nada más.
—Está bien, ya no insistiré más si al menos me prometes una cosa.
—¿Qué?
—Que no vas a ir por ahí enseñándole el dedo a todo el que te plazca. Eso no solo desdice de ti como niña educada, sino también de mí como madre.
—¡Pero ma! —exclamó Cinthia en total desacuerdo.
—Pero nada —dijo Carmen buscando imponerse. Por lo que Cinthia no hizo más que cruzarse de brazos, ella ya sabía lo mucho que su madre despreciaba ese gesto suyo: desde que la vio hacer la seña por primera vez, no dudó en explicarle lo feo y de mala educación que le parecía. Y desde entonces no había parado de intentar convencerla de no usarla más. Por lo que, finalmente, consideró darle el gusto.
—Bueno, está bien, ya no lo haré más.
—¿Segura?
—Sí.
—¿Me lo prometes?
Cinthia no se mostró muy segura de contestarle, después de todo hacerle una promesa a su madre no era lo mismo que hacérsela a sí misma. Pero al final de cuentas lo hizo:
—Si, está bien, te lo prometo —dijo.
—Bueno, está bien, pero si lo vuelves a hacer tendrás que ir a la escuela con lo que yo te elija, ¿de acuerdo?
—Ah no, si es así, no hay trato.
—Ah, pues si no aceptas, seguiré insistiendo —advirtió Carmen y de inmediato se puso en acción—. A ver, a ver, ¿qué tenemos por aquí? Ah, ¿qué te parece esta falda? ¡Está preciosísima! Y con una blusa blanca o con el t-shirt color vino que te compré hace unos meses te quedaría perfecta. ¿Qué opinas?
Cinthia se preparó para oponerse a ese atuendo de la misma forma que se había opuesto a todos los anteriores, pero antes de emitir la primera palabra, Carmen le quitó la mirada de encima diciendo:
—Claro que si no te gusta, seguro que podemos encontrar algo más.
Al escuchar eso, a Cinthia le quedó claro que su madre no pararía de insistir hasta lograr una de dos: que se vistiera o que se comportara mejor. Definitivamente estaba apostando a ganar o ganar, y cuando se lo proponía, su madre sabía cómo ser incluso más terca que ella. Así que al final no tuvo de otra que aceptar sus condiciones y proponerse ser muy cuidadosa: ya no podría volver a sacarle el dedo a nadie o en consecuencia tendría que vestirse como ella le dijera. Y eso definitivamente no estaba entre sus planes para ese año escolar.