Cuando El Poder Ama

Capítulo 5: El Precio del Silencio

Las semanas que siguieron al encuentro en el café fueron una mezcla de incertidumbre y determinación para Camila. El mensaje de Elías resonaba en su mente constantemente: el silencio puede ser cómodo, pero solo por un tiempo. Cada vez que intentaba apartarse de la política, su destino parecía llamarla de nuevo, trayendo consigo la urgencia de decisiones que no podía posponer. Pero había algo más, algo que la intrigaba tanto como la aterrorizaba: Elías.

Elías estaba cambiando. No solo en su forma de relacionarse con Camila, sino también en su enfoque hacia la campaña. La política, que en un principio le parecía un juego lejano, se había vuelto su realidad cotidiana, y la relación con el candidato estaba tomando un giro que no había anticipado.

En ese sentido, Camila había comenzado a notar ciertos movimientos extraños, las conversaciones políticas de su madre sobre las encuestas, las alusiones sutiles a las estadísticas que los asesores de Elías comenzaban a mencionar con frecuencia. Algo en el aire había cambiado. La campaña de Elías estaba ganando terreno, pero las encuestas no reflejaban esa misma evolución en tiempo real.

En la mañana siguiente a una serie de reuniones con los principales asesores de Elías, un mensaje de texto interrumpió los pensamientos de Camila. Era de él:

"¿Te gustaría venir al centro de campaña hoy? Hay algo importante que quiero mostrarte. Algo que podría cambiar las reglas del juego."

El mensaje la dejó intrigada, y aunque sabía que se estaba adentrando más en el mundo de Elías de lo que había planeado, la curiosidad pudo más que sus reservas. Después de todo, ese había sido siempre su talón de Aquiles: la curiosidad.

El Centro de Campaña de Elías

Cuando Camila llegó al centro de campaña, un moderno edificio en el centro de la ciudad, la atmósfera estaba cargada de energía. Había mesas llenas de voluntarios, gente hablando por teléfonos, y pantallas gigantes mostrando gráficas y mapas de votación. Todo en el lugar emanaba una sensación de urgencia, de que cada minuto contaba. Camila se sintió pequeña entre tanta maquinaria política, pero una pequeña parte de ella también se sintió atraída por ese mundo. Algo en las vibrantes conversaciones, las estrategias calculadas, las apuestas tan altas, la hacía sentirse viva.

Elías la recibió en su oficina, una habitación elegante y minimalista, con paredes cubiertas de pantallas donde se proyectaban datos y tendencias. Las gráficas mostraban los resultados de las últimas encuestas, que no eran tan prometedoras como los asesores esperaban.

—Camila, quiero que veas algo. —Elías la invitó a sentarse frente a una de las pantallas, donde las gráficas fluctuaban, mostrándole las cifras con una claridad desconcertante.

En la pantalla, los números indicaban que, aunque su imagen había mejorado en ciertas áreas, aún seguía siendo desconocido para un alto porcentaje de la población, y su popularidad en algunos sectores clave estaba estancada. Aunque había avanzado, especialmente en las ciudades más jóvenes y en los votantes indecisos, su campaña no había logrado consolidar el tipo de apoyo masivo que sus asesores esperaban.

—Esto no es lo que esperaba —dijo Elías, mirándola fijamente, como si tratara de entender sus propias emociones.

Camila se inclinó un poco hacia adelante, observando las cifras con una mezcla de cautela y fascinación. La política era, de alguna forma, un lenguaje que aún le resultaba ajeno, pero ahí, ante ella, se estaba dando una conversación que trascendía los números.

—¿Qué significa esto para ti? —preguntó Camila, sin apartar la vista de las pantallas.

Elías se reclinó en su silla, pasando una mano por su rostro con un gesto de frustración.

—Lo que significa es que la campaña necesita más que promesas vacías. Necesita una figura que no solo represente un cambio, sino que sea el cambio. Las encuestas nos están diciendo que la gente no está dispuesta a confiar en alguien que no tiene claro lo que quiere, que no se compromete a dar algo tangible. El apoyo está ahí, pero la gente sigue viendo a un candidato más entre muchos. Lo que falta es… algo genuino. Y ahí es donde entras tú.

El último comentario le cayó como un balde de agua fría. Miró a Elías, buscando en su rostro una confirmación de lo que acababa de decir, pero lo que vio fue solo sinceridad. No estaba haciendo promesas, no la estaba usando como una simple figura de campaña. La estaba involucrando, invitándola a formar parte de algo mucho más grande. Camila tragó saliva, procesando las palabras de Elías.

—¿Me estás pidiendo que forme parte de tu campaña? —preguntó, con un tono más alto del que había anticipado.

Elías la miró fijamente, y por un segundo, todo en la habitación se silenció, como si ambos estuvieran flotando en un espacio suspendido entre la decisión y la acción.

—No te estoy pidiendo que seas parte de la campaña, Camila. Te estoy pidiendo que seas una parte de lo que representa. Tú tienes una voz que la gente escucha. Y ese es el tipo de mensaje que necesitamos. Es un desafío, porque no todos los que me siguen entienden o aceptan lo que estamos proponiendo. Pero con tu voz... podemos llegar a algo más.

Camila miró los números en la pantalla una vez más. Las gráficas de las encuestas eran claras, y aunque la campaña avanzaba en ciertas áreas, había un evidente vacío en la autenticidad que Elías tanto mencionaba. No era un mal candidato, pero aún carecía de algo esencial: un puente genuino con las personas, un vínculo real con sus votantes.

En su mente, los dilemas comenzaron a amontonarse. Había algo en la forma en que Elías le hablaba, algo que rozaba los límites de la política y entraba en un terreno más personal, más humano. Si aceptaba ser parte de esta campaña, Camila sabía que su vida cambiaría para siempre. No podría volver a ser solo una observadora en este juego de poder y destino. Sería una jugadora más, con su propia parte de responsabilidad.




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