Cuando El Poder Ama

Capítulo 6: La Confesión

Elías Duarte estaba acostumbrado a que lo escucharan. Sus palabras, medidas con precisión quirúrgica, solían surtir efecto inmediato: calmar, motivar, persuadir. Pero desde que Camila había irrumpido en su rutina con la furia serena de quien no busca impresionar, algo en su mundo comenzaba a desordenarse.

Era martes, y aún conservaba la libreta donde Camila había anotado aquellos nombres del pueblo en el sur. La hojeaba con respeto, como si se tratara de un documento sagrado. Había frases entrecomilladas, garabatos, fechas. Y entre los márgenes, notas personales: "No olvidar la promesa a Clara", "los niños con un solo cuaderno", "la mujer que curaba con hojas y fe".

—¿Estás bien? —preguntó su jefe de campaña, interrumpiendo el silencio de la oficina.

Elías cerró la libreta.

—Estoy pensando.

—Las encuestas suben, Elías. Tu índice de credibilidad también. Pero hay preguntas. ¿Quién es esa muchacha que ahora aparece en cada rumor político? ¿Por qué tu discurso ha cambiado tanto? Y lo más importante: ¿vas a mantener ese rumbo?

Elías no respondió de inmediato. Se levantó, caminó hasta la ventana. En el jardín, unos técnicos instalaban nuevas luces para una entrevista en vivo. El show debía continuar.

—Camila no es parte de una estrategia. Es parte de lo que quiero construir, aunque no sepa bien cómo hacerlo todavía.

—¿Entonces es personal?

Elías asintió, como si solo en ese instante aceptara lo obvio.

—Sí. Es personal. Muy personal.

Camila, por su parte, intentaba retomar su vida universitaria. Pero todo había cambiado. Sus profesores la miraban con un respeto nuevo. Algunos compañeros la evitaban; otros la buscaban como si esperaran que tuviera todas las respuestas.

Esa tarde, recibió un mensaje inesperado:

"Voy a presentar el nuevo plan social en un barrio de la capital. Sé que no te gusta ser parte de espectáculos, pero me ayudaría que vinieras. Esta vez, solo para observar. Nada más. —E."

Camila vaciló. Sabía lo que implicaba estar cerca de él en público. Pero también sabía que no podía desentenderse ahora. Contestó con una palabra:

"Voy."

El evento fue sencillo, casi íntimo. Elías presentó propuestas reales, con cifras verificables. Habló poco, escuchó mucho. En el público, Camila se mantuvo al margen. Pero sus ojos no dejaban de seguirlo. Algo en su lenguaje corporal había cambiado. Estaba más abierto, más auténtico. Más vulnerable.

Después del acto, Elías se acercó. Ella lo esperaba junto a una pared de concreto, lejos de las cámaras.

—Gracias por venir —dijo él, sin protocolo.

—Solo observé. Como pediste.

—Y... ¿qué viste?

—Alguien que intenta, por fin, escuchar.

Elías la miró con detenimiento. Por un segundo, se olvidaron de todo lo que los rodeaba. Del ruido político. De la prensa. De los compromisos.

—A veces me encuentro buscándote en medio de todo esto —dijo él.

Camila bajó la mirada, confundida por la confesión.

—No sé si eso es bueno —murmuró.

—Yo tampoco. Pero es verdad.

El silencio entre ellos fue distinto esta vez. No era tenso. Era denso. Como un aire cargado de posibilidades.

Camila se giró para irse. Pero antes de dar el primer paso, susurró sin mirarlo:

—No me busques si no estás dispuesto a perder.

Y se fue.

Esa noche, Elías no durmió. Las encuestas eran favorables. Sus asesores estaban exultantes. Pero su mente regresaba una y otra vez a esa frase. A ese susurro. Y entendió, sin más rodeos, que lo que sentía por Camila no era solo respeto. No era solo admiración. Era deseo. Era miedo. Era algo que crecía, lento y firme, bajo su piel de político, como una grieta que no se podía tapar con discursos.

Por primera vez en mucho tiempo, el hombre detrás del candidato comenzó a enamorarse.

La mañana siguiente.

Camila caminó por el campus como si el mundo se hubiera vuelto más pesado. No era solo el cúmulo de tareas pendientes o las miradas curiosas que la seguían a todas partes. Era algo interno, más profundo: una batalla que no había previsto librar. Elías Duarte no era simplemente un político ambicioso ni una cara bien maquillada para la televisión. Era un hombre que, a pesar de su poder y privilegios, había logrado penetrar una parte de ella que creía blindada. ¿Cómo se permitía sentir algo por alguien que representaba todo lo que había cuestionado durante años? Y, sin embargo, ahí estaban esas palabras suyas.

—"Me encuentro buscándote en medio de todo esto"— reverberando en su mente como una nota persistente.

No podía negar que su presencia la inquietaba, que sus silencios eran tan elocuentes como sus discursos, que su forma de mirarla la dejaba desarmada. Pero Camila también se conocía: no era de las que se dejaban llevar por una emoción fugaz.

Necesitaba certezas, coherencia, una causa. Y Elías era una paradoja viviente. Por eso, cuando se encontraba sola, entre apuntes de Derecho Penal y resúmenes de jurisprudencia, sus pensamientos volvían a él como un eco involuntario. Lo que sentía era, al mismo tiempo, atracción y resistencia. Admiración y duda.

Un vértigo peligroso. Se odiaba un poco por permitir que su corazón tambaleara justo ahora, cuando el país parecía también caminar sobre una cuerda floja. Y, sin embargo, en el rincón más oculto de su alma, había una voz tenue —casi un suspiro— que le preguntaba si acaso no era precisamente ese tipo de amor el que podía cambiarlo todo.

Esa misma mañana Elias cito a camila en el comando de campaña.

La sala de reuniones del comando de campaña estaba vacía, a excepción de los dos. Afuera, las luces seguían encendidas, y las voces de los asesores aún retumbaban por los pasillos, pero Elías había pedido que lo dejaran solo. Solo con ella. Camila entró con paso firme, los brazos cruzados, la mirada inquisitiva, como si quisiera protegerse antes de saber por qué la había citado en privado.




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