Cuando El Poder Ama

Capítulo 7: Lo que no puede ocultarse

Camila cito a Elias en la universidad

Camila llegó puntual. No llevaba maquillaje, ni ropa formal. Solo jeans, una blusa blanca y el cabello recogido en una trenza descuidada. Aunque no era su estilo, hoy eligió la simplicidad, como si algo en su interior la empujara a despojarse de las máscaras que normalmente usaba, tanto por el rol que desempeñaba como por las expectativas que los demás tenían de ella. Sin embargo, nunca se había sentido tan expuesta. No solo por el encuentro en sí, sino por lo que estaba a punto de suceder entre ella y Elías.

Elías ya estaba allí. Sentado en un banco, con una gorra deportiva que no disimulaba del todo su presencia. Era una imagen que se distanciaba mucho del candidato popular y calculador que todos conocían. Hoy, Elías no era el líder de una campaña política, sino simplemente un hombre con el rostro marcado por la incertidumbre.

Cuando la vio, se puso de pie, inseguro por primera vez. La convicción que solía desplegar ante multitudes, ahora estaba ausente. La voz, normalmente firme, vaciló un poco cuando dijo su nombre, como si ese fuera el primer paso hacia un terreno en el que no había mapa que seguir.

—Hola —dijo él, con una sonrisa que intentaba disimular el nudo en la garganta.

—Hola —respondió ella, con una sonrisa tímida, pero genuina. No necesitaban palabras para entender que ambos estaban nerviosos. Había algo en el aire, algo electrificado entre ellos, y no sabían bien cómo manejarlo.

Se sentaron juntos, dejando entre ellos el espacio exacto para no tocarse, pero lo suficientemente cerca como para sentir el calor mutuo, la presión tácita de una proximidad que no podían evitar. La quietud que los rodeaba era la misma que sentían en sus corazones, llenos de preguntas sin respuestas, pero también de una inexplicable conexión.

Elías la miró con una mezcla de admiración y vulnerabilidad, sin saber muy bien cómo empezar. Finalmente, la voz de Camila lo sacó de sus pensamientos.

—¿Te costó venir? —preguntó ella, mirando al frente, como si no pudiera mirarlo de frente por más de un segundo.

—Sí, pero no tanto como pensaba —respondió él, Aunque su mirada nunca se desvió de ella.

Sacó una botella de agua de su mochila y le ofreció una. Camila la aceptó sin decir palabra. Bebieron, sin apresurarse, como si el tiempo se hubiera ralentizado por completo. Y por unos segundos, el mundo fuera de la universidad desapareció. No había campaña, no había elecciones. Solo dos personas, sentadas bajo la sombra de un árbol, compartiendo algo que parecía estar más allá de la política, más allá de cualquier otra cosa.

—No quiero que esto sea un secreto, Camila. Pero tampoco quiero que te vean solo como "la chica del candidato". Eso te haría daño. Y te lo haría a ti más que a mí —dijo Elías, con la sinceridad que nunca había mostrado a nadie. Y cuando lo dijo, su tono era tan suave, tan vulnerable, que Camila sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo.

—Lo sé. He estado pensándolo todo el día. No podemos pretender que el mundo va a detenerse para que vivamos esto —respondió ella, sin apartar la mirada del horizonte. La idea de enfrentarse al mundo, a las expectativas de los demás, la asustaba, pero sabía que no podía seguir siendo una espectadora pasiva de su propia vida. Elías le había dado la fuerza para ser más que eso.

—Pero tampoco quiero dejar de sentir lo que siento solo porque da miedo —agregó Camila, con un suspiro, como si al decir esas palabras, el peso de la incertidumbre se aligerara un poco. Porque lo que sentía por él no podía ser solo un simple capricho o una distracción momentánea. Había algo más profundo, algo que la hacía sentir viva, conectada con su propia vulnerabilidad.

Elías la miró entonces, y esta vez, no evitó el contacto. Le tomó la mano con suavidad, como quien prueba si algo es real, como si necesitara confirmarlo con un gesto sencillo pero significativo. Fue un movimiento espontáneo, sin calculo, pero que transmitió más que palabras.

—Yo tampoco —respondió él, sin dudar.

El silencio entre ellos se volvió más íntimo, más cargado de intención. No había prisa, no había necesidad de resolverlo todo en ese instante. Solo había la promesa implícita de un sentimiento compartido, de una verdad que estaba comenzando a emerger, aunque no pudieran definirla con claridad aún.

—Elías... —dijo ella, con la voz más baja, como si el solo hecho de articular sus pensamientos fuera un riesgo—. Si seguimos esto, no quiero ser un punto débil en tu campaña. Ni que me ocultes. No quiero esconderme detrás de discursos. Si vas a caminar hacia algo real conmigo, tiene que ser de frente. Incluso si eso complica las cosas.

Él asintió, con los ojos puestos en ella, entendiendo que no podía seguir adelante sin asumir las consecuencias, sin dejar de ser quien era. No importaba lo que dijeran los demás, no importaba lo que el mundo pensara. Lo que importaba era que, al mirarla, él ya no podía separarse de lo que sentía.

—Entonces será de frente. Contigo, no puedo permitirme medias verdades —respondió él, con una determinación renovada.

Pasaron media hora allí, hablando de sus miedos, sus aspiraciones, incluso de libros que habían leído y películas que los habían marcado. Rieron. Se interrumpieron. Se miraron más de lo que hablaron. Y cuando finalmente se levantaron para marcharse, no se dijeron adiós. Solo se miraron largo, como si el siguiente encuentro ya estuviera pactado, como si todo lo demás pudiera esperar.

Pero mientras Elías volvía a su vehículo con el corazón latiendo diferente, alzando la vista al cielo que comenzaba a oscurecerse, su celular vibró.

Era un mensaje de su jefe de campaña.

“Tenemos un problema. Alguien tomó fotos tuyas con ella. Ya están en manos de un periodista. Necesitamos hablar. Urgente.”

Elías se detuvo en seco. El mundo parecía derrumbarse en torno a él, pero algo dentro de él se sentía más seguro que nunca. La realidad de su vida política se interponía con la realidad de sus sentimientos, pero no iba a retroceder.




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