Cuando El Poder Ama

Capítulo 8: El Rumor del Viento

El día amaneció con una extraña quietud, como si el aire mismo cargara un susurro que aún no se atrevía a decir en voz alta. Camila despertó más temprano de lo habitual, incapaz de dormir tras la noche agitada. La confesión de Elías retumbaba en su pecho como una canción que se niega a apagarse.

Se levantó, se duchó, se vistió sin prestar mucha atención a los colores que elegía. Frente al espejo, se obligó a respirar profundamente. Era fuerte, lo sabía. Pero también era humana. ¿Qué se hace cuando quien podría cambiar la historia de un país confiesa que tú has cambiado su mundo personal?

Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, Elías Duarte desayunaba con su equipo más cercano. Las encuestas de la semana anterior lo mostraban como el favorito con un margen sólido. Pero él apenas prestaba atención a los números. Solo podía pensar en ella.

—¿Estás distraído, jefe? —preguntó Marina, su jefa de comunicaciones, con media sonrisa.

Él negó con la cabeza, pero su mirada se perdió más allá del informe que tenía delante.

—Estoy... enfocado en lo que importa —dijo en voz baja.

Camila, por su parte, se dirigía a su clase, pero a cada paso que daba, los murmullos la seguían. Había quienes ya sabían que ella había sido vista varias veces en el comando de campaña. Algunos la llamaban traidora, otros simplemente se mostraban curiosos.

Después de su última reunión con Elías, las redes sociales explotaron con teorías. ¿Era la nueva imagen de juventud de su campaña? ¿La asesora rebelde? ¿O algo más?

Al mediodía, recibió un mensaje escueto de él: “¿Podemos vernos esta tarde? Necesito tu opinión sobre algo importante.”

Camila dudó. No quería ser parte de una estrategia. Pero también sabía que, más allá de la política, había algo entre ellos que merecía una respuesta. Así que aceptó.

La reunión se dio en un pequeño despacho del comando. Esta vez no había tensión, sino una calma distinta. Elías estaba solo, sin traje, sin cámaras. Solo él, con los ojos un poco cansados, y una mirada que parecía buscar refugio en la de ella.

—He decidido incluirte oficialmente en el equipo de análisis juvenil —dijo, casi como excusa.

Camila arqueó una ceja, cruzando los brazos.

—¿Y eso significa que soy parte del circo o del cambio?

Él sonrió, con un dejo de cansancio.

—Eso depende de ti. Pero también significa que quiero que estés cerca. Por todas las razones correctas... y quizás algunas que aún estoy descubriendo.

Camila respiró hondo. Dio un paso más cerca.

—No me gusta ser una pieza más en el tablero. Pero si puedo moverlo desde dentro... tal vez valga la pena el riesgo.

Elías bajó la mirada, luego volvió a alzarla con determinación.

—No quiero que seas una pieza. Quiero que seas quien me desafíe cuando nadie más lo haga. Quiero que seas Camila, sin adornos, sin filtro. Necesito eso cerca de mí.

Ella lo miró largo rato. Luego, con una dulzura inusual, asintió.

—Entonces empieza por escucharme ahora mismo. Lo que hagas en esta campaña será visto con lupa. Si de verdad quieres cambiar el país, tienes que estar dispuesto a que te duela.

Él la escuchó, como si cada palabra suya tuviera peso de ley.

Camila continuó:

—Habla de lo que nadie quiere hablar. Corrupción estructural. Impunidad. Y hazlo sin miedo a perder votos. Si no, serás solo otra cara bonita en un cartel más.

Esa noche, en un mitin en Santiago, Elías Duarte se paró frente a más de diez mil personas. Sus palabras, sin que el público lo supiera, estaban impregnadas de las ideas de Camila. Habló de las heridas del país con una honestidad cruda. Asumió errores pasados de su partido. Propuso soluciones arriesgadas. Y cuando terminó, su equipo estaba en shock.

—¿Estás seguro de este nuevo enfoque? —le preguntó uno de sus asesores.

Él solo respondió:

—Nunca he estado más seguro de algo.

Más tarde, ya entrada la noche, Elías envió otro mensaje a Camila. Esta vez era una invitación.

“Esta noche no hay discursos. Solo una cena tranquila. Ven a mi apartamento. Quiero hablarte sin cámaras, sin micrófonos. Solo tú y yo.”

Camila tardó en responder. Pero la respuesta fue simple: “Voy.”

El apartamento de Elías, en un piso alto de la ciudad, era moderno y sobrio. Grandes ventanales mostraban una vista majestuosa de las luces urbanas. La mesa estaba dispuesta con sencillez: velas, vino, dos platos servidos por él mismo.

—No esperaba que supieras cocinar —bromeó ella al entrar.

—Solo para ocasiones especiales —respondió con una sonrisa sincera.

Durante la cena, hablaron de todo: de su infancia, de sus padres, de los libros que marcaron su vida, de los miedos que nunca habían confesado. No fue una conversación política, fue humana. Y en cada palabra, en cada silencio, se iba tejiendo algo más profundo.

—Camila... —dijo Elías, dejando el tenedor sobre la mesa—. No puedo seguir fingiendo que esto es solo una colaboración profesional. No lo es. Lo que siento por ti no cabe en un discurso ni en una estrategia. Es real. Me importas. Más de lo que debería, quizás. Pero ya no puedo callarlo.

El corazón de Camila latía con fuerza. Lo miró, con el alma abierta.

—Yo tampoco puedo seguir negando lo que siento. Me asusta. Porque esto podría costarme muchas cosas. Pero quedarme callada también me costaría la verdad.

Él se acercó, lentamente. No hubo urgencia, solo una ternura cargada de verdad. Cuando sus labios se encontraron, el mundo pareció detenerse. Se besaron con la intensidad de dos almas que habían esperado demasiado.

La penumbra era cálida, iluminada apenas por velas que derramaban su luz dorada sobre las paredes, y un vino profundo esperaba servido en copas altas. No hubo palabras al principio; solo miradas que hablaban de todo lo que ambos habían contenido durante semanas. Elías se acercó a ella con una suavidad cargada de deseo, el beso fue una confesión de lo que las palabras no se atrevieron a decir.




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