Cuando El Poder Ama

Capítulo 10: Última Prueba

La universidad, en los días previos a los exámenes finales, se había transformado en un hervidero de tensión. Camila lo sentía en cada paso que daba: los pasillos vibraban con el susurro de apuntes repasados a última hora, los cafés se multiplicaban en las manos temblorosas de los estudiantes, y el aire parecía cargado de una ansiedad colectiva que no daba tregua.

Camila, sin embargo, caminaba con una mezcla de determinación y vértigo. Era la última recta antes de la meta. Después de cuatro años de noches sin dormir, sacrificios personales, luchas internas y externas, estaba a punto de terminar su carrera de Derecho. No había sido fácil. Había enfrentado barreras sociales, prejuicios, el peso de las expectativas familiares y la presión de saberse a sí misma una joven de clase media intentando sobresalir en un sistema que rara vez era amable con quienes no nacían privilegiados.

Las jornadas anteriores las había pasado recluida en su cuarto, rodeada de libros subrayados, códigos legales abiertos, audífonos reproduciendo clases grabadas, y un ejército de tazas de café vacías acumuladas sobre el escritorio. Elías, siempre atento, la llamaba cada noche, dándole palabras de ánimo, conteniéndola en sus crisis de inseguridad, recordándole que su lucha era también un acto de valentía.

El primer examen fue Derecho Penal. Camila llegó temprano, con el estómago cerrado, pero los ojos enfocados. Cuando recibió la hoja del examen, respiró hondo y dejó que todo lo que había estudiado fluyera como un río desbordado. Le siguieron Constitucional, Civil, Procesal… cada uno era una montaña distinta, pero Camila, empujada por la voluntad férrea de quien sabe que se está jugando su futuro, los escaló con dignidad y coraje.

El último examen lo presentó un viernes por la mañana. Al salir del aula, se detuvo en las escaleras de la facultad, alzó la vista al cielo azul caribeño, y por primera vez en semanas, permitió que su cuerpo se aflojara. Una lágrima silenciosa le rodó por la mejilla. Había terminado. Lo había logrado.

Esa noche, Elías la llamó. Le dijo que estaba orgulloso, que no podía esperar a verla. Pero no le dijo más. Camila, exhausta, cayó dormida con una sonrisa en los labios.

La graduación llegó una semana después. Camila, vestida con toga y birrete, rodeada de su padre, su hermana, y algunas compañeras inseparables, caminó hasta recibir su título. Los aplausos retumbaban en su pecho como una sinfonía triunfal. Cuando recibió su diploma, buscó entre el público. No lo vio. Se preguntó si Elías había podido ir sin llamar la atención. Pero no dijo nada.

Al salir del acto, mientras aún se tomaba fotos con su familia, recibió un mensaje de texto:

“Te espero en mi apartamento. Trae solo tu sonrisa. Todo lo demás está listo.”

Camila sintió un vuelco en el corazón. No lo dudó. Se despidió con emoción de los suyos y se dirigió al apartamento de Elías.

Cuando llegó, el corazón le latía tan fuerte que pensó que lo oiría todo el edificio. Llamó a la puerta. Él la abrió vestido de traje, sin corbata, con una copa de vino en la mano y la otra extendida hacia ella.

—Bienvenida, doctora Rivas.

Ella soltó una risa entre lágrimas.

—¿Qué hiciste?

—Pasa y mira.

El apartamento había sido transformado en un refugio romántico. Velas encendidas iluminaban suavemente el espacio, pétalos de rosa formaban un camino desde la entrada hasta el comedor, donde una mesa para dos estaba servida con esmero. Música suave llenaba el aire, y el aroma de comida casera invadía la habitación.

Camila se quedó sin palabras.

—¿Tú cocinaste?

—Con un poco de ayuda —rió él—. Pero lo importante es que esta noche es para ti. Para celebrar tu esfuerzo, tu triunfo… para recordarte que te admiro más allá de lo que puedas imaginar.

Durante la cena, hablaron de todo: del futuro, de los sueños, del miedo que aún los acompañaba, de lo que implicaba amar y crecer en paralelo. Camila le confesó que a veces le asustaba no estar a su altura. Elías le tomó la mano.

—Camila, tú no estás a mi altura. Tú eres mi altura. Eres el lugar al que yo aspiro llegar.

Ella se emocionó. Las palabras de Elías no eran promesas vacías, eran verdades tejidas con respeto y ternura.

Al terminar de cenar, él la invitó a bailar. Bailaron en silencio, abrazados, bajo la tenue luz de las velas. La música fue desvaneciéndose hasta quedar ellos dos solos, mirándose, besándose con una dulzura que lentamente se transformó en deseo.

Elías acarició su rostro con una delicadeza reverencial.

—Te amo, Camila. No por lo que lograste hoy, sino por todo lo que eres, incluso cuando crees que no estás brillando.

Ella lo besó con profundidad, con la certeza de que había encontrado en él no solo un compañero, sino un refugio, una inspiración.

Esa noche hicieron el amor con una mezcla de ternura, admiración y pasión. Cada caricia fue una promesa. Cada gemido, una rendición. Cada mirada, una alianza silenciosa.

La mañana después de la celebración en su apartamento camila despertó envuelta en la calidez de las sábanas y el perfume tenue de Elías, aún adormecida por la mezcla de emociones, elías ya estaba despierto, sentado al borde de la cama con una taza de café en las manos, observándola con una ternura que pocas veces mostraba en público. Se giró hacia ella y le acarició el cabello con suavidad, como si quisiera memorizar cada hebra.

—Camila —dijo, con esa voz grave y serena que a ella tanto le gustaba—, estuve pensando… después de todo lo que has pasado, de lo que has logrado, necesitas algo más que un aplauso o una cena sorpresa. Necesitamos tiempo. Solo tú y yo, lejos del ruido, lejos de las cámaras, de los discursos, de los planes. Quiero que nos tomemos un respiro para celebrar esto como se debe… juntos.

Ella lo miró en silencio, con los ojos aún adormecidos pero llenos de curiosidad.

—¿Qué tienes en mente?

Elías sonrió de lado, con esa expresión que ella ya conocía: la de cuando estaba por sorprenderla.




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