El eco de la rueda de prensa aún retumbaba en las paredes del apartamento cuando Camila apagó la televisión. Elías, de pie junto a ella, mantenía la mirada fija en la pantalla negra, como si aún pudiera ver su propio reflejo enfrentando a la prensa nacional. La confesión había sido clara, directa, sin margen para interpretaciones ambiguas: “Camila Rivas no solo es una mujer a quien admiro profundamente por su inteligencia, compromiso y ética, sino también la persona con la que comparto mi vida”.
Camila sentía el corazón desbocado. No por miedo, ni siquiera por inseguridad, sino por la intensidad con la que la vida se estaba transformando. Sabía que aquel momento cambiaría muchas cosas: su privacidad, su imagen pública, incluso su relación con su familia. Pero lo que más le sacudía era la certeza de que Elías no había dado ese paso solo por estrategia, sino por amor. Lo había sentido en su voz, lo había visto en sus ojos.
—¿Estás bien? —le preguntó él, acercándose lentamente.
Camila asintió, aunque su mirada estaba vidriosa. —Sí... solo que es mucho. Escucharte decirlo en público, sin titubeos… me hace sentir más vulnerable, pero también más segura de nosotros.
Elías la rodeó con sus brazos, acariciándole el cabello. —Ya no había razón para esconder nada. Si voy a luchar por un país más justo, debo empezar por ser honesto sobre lo que amo.
La noticia se esparció como pólvora. En menos de una hora, el rostro de Camila acompañaba el de Elías en todos los canales, portales digitales y redes sociales. Las opiniones eran tan polarizadas como apasionadas. Algunos la llamaban “oportunista”, otros la describían como una “abogada brillante” que dignificaba la figura del candidato. Pero el ruido mediático no era lo que más le preocupaba a Camila en ese instante.
Su celular no dejaba de vibrar. Mensajes de amigos, compañeras de clase, profesores, periodistas... y entre todos ellos, el que más le provocó un escalofrío: Papá.
—Tenemos que ir a mi casa —dijo Camila, mostrando la pantalla a Elías—. Mi familia acaba de ver la rueda de prensa.
La casa de los Rivas estaba sumida en un silencio tenso cuando Camila llegó de la mano de Elías. Su padre, don Ramón, los esperaba en la sala con expresión grave, acompañado por su madre y su hermana menor, quienes intercambiaban miradas inquietas. La televisión aún mostraba fragmentos de la rueda de prensa en un bucle incesante.
—¿Esto es cierto? —preguntó su padre sin rodeos, sin levantar la voz, pero con el peso emocional de una sentencia.
—Sí, papá —respondió Camila con serenidad—. Estoy con Elías. Lo amo. Y él me ama.
Don Ramón bajó la mirada, respiró hondo. No era un hombre emocional, pero Camila conocía ese gesto: estaba luchando entre el orgullo que sentía por su hija y el miedo inevitable de padre.
—¿Tú sabes lo que esto significa, Camila? Estás con un hombre que puede convertirse en presidente. Tu vida no será tuya nunca más. Cada paso tuyo será observado, juzgado, manipulado...
—Lo sé —intervino Elías, dando un paso al frente—. Y por eso no podía seguir ocultando lo que siento. Amo a su hija. Y aunque sé que esto la expone, también sé que juntos podemos ser más fuertes. No pretendo arrastrarla a la oscuridad de la política, sino protegerla dentro de la verdad.
La madre de Camila, doña Leticia, se acercó en silencio y le tomó la mano.
—Yo solo quiero que seas feliz, mi niña. Y si este hombre te respeta como veo que lo hace, entonces cuenta con mi apoyo.
Su hermana, entre lágrimas, corrió a abrazarla. —¡Vas a ser la Primera Dama joven más dura que ha pisado el Palacio! —le dijo en broma, rompiendo la tensión con una risa nerviosa.
Incluso don Ramón, luego de varios segundos en silencio, se levantó, se acercó a Elías y le extendió la mano.
—Yo no voté por usted la vez pasada, señor Guerrero. Pero si de verdad cuida a mi hija como dice… tal vez este año cambie mi decisión.
Esa noche, ya de regreso en su apartamento, Camila y Elías se sentaron juntos en el balcón. La ciudad parecía dormir ajena al torbellino que vivían. Él le sirvió una copa de vino, y durante un largo rato no hablaron. No hacía falta. La complicidad que habían forjado en la intimidad, ahora expuesta al mundo, los unía con una fuerza nueva.
—¿Y ahora qué viene? —preguntó Camila finalmente.
—Ahora vienen más ataques, más retos, más pruebas. Pero también vienen oportunidades, caminos nuevos… y vienen contigo a mi lado.
Ella se inclinó para besarlo suavemente.
Mientras la ciudad comenzaba a murmurar con teorías, opiniones divididas y titulares que giraban en torno a la confesión pública de Elías, Camila no podía conciliar el sueño. Desde el balcón del apartamento, observaba las luces lejanas de Santo Domingo y sentía que, aunque su mundo se había hecho más pequeño en términos de privacidad, se había expandido emocionalmente de formas que nunca imaginó.
Las palabras de su padre, aunque sobrias, le resonaban aún con fuerza: “Tu vida ya no será solo tuya”. Pero ella no lo veía como una pérdida, sino como una transición. Ya no era solo una estudiante, ni una joven de ideales firmes; ahora era una figura visible en un tablero mucho más grande, al lado de un hombre que no solo amaba, sino que representaba una posibilidad real de cambio para el país.
Elías, recostado a su lado, le acariciaba la mano con ternura. “¿Te arrepientes?”, le preguntó en voz baja, apenas un susurro entre el viento y la sombra. Camila negó suavemente con la cabeza. “No. Si algo, me siento más viva que nunca”. Y en ese instante, supo que todo lo que viniera —las críticas, las amenazas, los desafíos— solo serían parte de una historia mayor, una que ellos estaban escribiendo juntos, con amor, coraje y convicción.
A la mañana siguiente, Camila despertó con el sonido constante de notificaciones en su celular. Mensajes de antiguos compañeros de universidad, llamadas perdidas de colegas, correos de medios de comunicación que ahora querían entrevistarla. Pero lo que más le llamó la atención fue el chat familiar. Su madre había enviado un mensaje sencillo, pero cargado de emoción: “Estamos orgullosos de ti.” Su hermana menor, entusiasta, compartió un video del momento en que Elías la mencionaba en la rueda de prensa, mientras comentaba: “¡Ahora todo el mundo sabe que mi hermana es la novia del futuro presidente!” Pero fue su padre quien, después de un largo silencio, envió un mensaje de voz.