Cuando El Poder Ama

Capítulo 13: Tormentas en el Horizonte

La tarde caía sobre Santo Domingo con una calidez espesa que anunciaba lluvia. En el comando de campaña, la atmósfera era densa. Elías había convocado a una reunión urgente con su equipo más cercano, incluidos sus estrategas, asesores de imagen y Camila, quien se había convertido en una presencia clave en las decisiones más delicadas.

Sentados alrededor de la mesa ovalada del salón principal, las expresiones eran serias. Una reciente filtración de documentos falsificados atribuía a Elías la supuesta firma de contratos turbios con una empresa extranjera cuando fue viceministro. Aunque las pruebas eran débiles y fácilmente desmontables, los medios ya las estaban explotando, y el candidato rival aprovechaba cada segundo para sembrar dudas.

—Esto no es un ataque casual —dijo Rodrigo, el jefe de campaña, mirando a todos con el ceño fruncido—. Es una operación bien planificada, y está claro quién está detrás.

Camila tomó la palabra con serenidad, pero firmeza:

—Lo que está en juego aquí no es solo tu reputación, Elías, sino la credibilidad de todo un movimiento. Debemos actuar con estrategia, no con impulso. Hay que responder, sí, pero también demostrar que estamos por encima de la política sucia.

Elías asintió, pero su rostro denotaba cansancio. La campaña se había vuelto una guerra de desgaste. Levantó la vista y clavó la mirada en su equipo.

—Si quieren destruirme, van a tener que hacerlo con la verdad. Porque yo no voy a negociar con el miedo, ni con la mentira. Pero esto nos obliga a reforzar la unidad, revisar cada detalle… y entender que estamos en el punto más vulnerable.

En ese momento, uno de los asistentes entró con urgencia. Traía un sobre cerrado. Al abrirlo, Elías leyó en silencio y luego lo pasó a Camila. Era una citación judicial: una denuncia anónima lo acusaba de tráfico de influencias. Una burda maniobra, pero suficiente para generar ruido.

El equipo de Elias convoco a un debate.

El escenario del debate presidencial estaba encendido, con luces brillantes y cámaras enfocadas en cada movimiento. El auditorio rebosaba de tensión, periodistas, asesores y ciudadanos expectantes se mantenían en un silencio denso mientras los candidatos ocupaban sus respectivos atriles. Elías, con el porte sereno y la mirada firme, se enfrentaba al senador Ernesto Lantigua, su más feroz contrincante, conocido por su retórica agresiva y su maquinaria política tradicional.

El moderador lanzó una pregunta directa sobre la corrupción en la administración pública, y Lantigua no perdió tiempo en intentar golpear primero. “El señor Guerrero habla de transparencia, pero su entorno ha sido salpicado por denuncias y escándalos. ¿Qué clase de cambio puede ofrecer alguien rodeado de sospechas?” El público murmuró. Elías mantuvo la compostura y esperó su turno con paciencia. Cuando le cedieron la palabra, su voz sonó clara y penetrante. “Lo que este país necesita no es un espectáculo de acusaciones sin pruebas, sino una visión de futuro.

Mientras usted ha estado en el poder durante décadas sin transformar ni una sola institución, nosotros hemos propuesto una reforma fiscal progresiva, una justicia independiente, y una ley de transparencia que su partido bloqueó tres veces en el Senado.” La audiencia reaccionó con un murmullo de aprobación. Lantigua, visiblemente irritado, intentó interrumpir, pero el moderador lo detuvo. “Los ciudadanos están cansados del mismo grupo que se recicla en el poder”, continuó Elías, dirigiéndose ahora al país entero, “y por eso esta elección no es entre dos candidatos, sino entre dos modelos: uno que representa el pasado, la impunidad y el clientelismo, y otro que se atreve a proponer una nueva forma de hacer política, con ética, con gente joven, con mujeres como Camila que no le deben favores a nadie.” El nombre de Camila flotó en el aire como una declaración de principios. Lantigua frunció el ceño. Elías, sin embargo, mantuvo la mirada alta, sabiendo que había encendido una chispa en el corazón de miles que lo veían desde sus casas: una chispa de esperanza.

El debate había terminado, pero las ondas de choque apenas comenzaban a sentirse. Al amanecer del día siguiente, los titulares de los principales periódicos no hablaban de otra cosa: “Elías Guerrero se impone con firmeza y visión”, “Lantigua tambalea ante acusaciones directas”, “Una nueva política se asoma con Camila a su lado”. En redes sociales, el nombre de Camila Rivas se convirtió en tendencia nacional, no solo por la mención que hizo Elías en el escenario, sino por lo que representaba: una mujer joven, íntegra y ajena a los círculos tradicionales de poder.

En paralelo, el equipo de comunicación elaboraba una nueva estrategia: transparencia total, denuncias formales ante la Junta Electoral, y un mensaje fuerte a la población: no se trataba solo de una elección presidencial, sino de una batalla por la verdad. En las calles, mientras tanto, las encuestas comenzaron a reflejar algo inesperado: un repunte en la intención de voto a favor de Elías. La gente no solo lo veía como un político preparado, sino como un hombre que luchaba con dignidad, junto a una mujer que no era adorno, sino símbolo. La guerra sucia estaba lejos de terminar, pero por primera vez, el poder tradicional sentía que el pueblo comenzaba a despertar.

Aquella noche, de regreso en el apartamento, Camila se quitó los tacones apenas cruzó la puerta y caminó descalza hasta la terraza, en silencio. Elías la siguió unos pasos detrás, dándole espacio, sabiendo que ella necesitaba unos minutos a solas con sus pensamientos. Afuera, la ciudad resplandecía bajo las luces nocturnas, indiferente al torbellino que había desatado el debate y lo que le siguió. Camila apoyó las manos en la barandilla de vidrio, respiró hondo y por fin dejó caer algunas lágrimas que había contenido todo el día. No eran de debilidad, sino de desahogo. Elías se acercó, en silencio, y la abrazó por detrás, apoyando el mentón sobre su hombro. “¿Estás bien?”, murmuró. Ella asintió con la cabeza, pero luego negó. “Estoy cansada, Elías. No de ti, ni de esto… sino de tener que demostrar todo el tiempo que no soy una amenaza por ser mujer, joven, por pensar distinto.




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