Cuando El Poder Ama

Capítulo 16: El Pulso de la Nación

La ciudad de Santo Domingo parecía contener la respiración. A solo días de las elecciones presidenciales, cada rincón del país vibraba con una tensión casi eléctrica. Los carteles con el rostro de Elías coronaban avenidas, farolas y paredes de barrios enteros, mientras los altavoces de las caravanas repetían sin cesar su eslogan de campaña: “Un país justo, comienza contigo”. Camila, al mirar por la ventana del comando de campaña, sentía que estaba en el epicentro de un huracán político que podía cambiarlo todo.

Dentro del edificio, la actividad era frenética. Asesores, voluntarios, líderes comunitarios y estrategas se reunían constantemente para pulir los últimos detalles. Las encuestas fluctuaban como las olas de un mar inestable, dando a veces la delantera a Elías y otras favoreciendo a su rival, quien no cesaba en su estrategia de ataques personales, discursos divisivos y manipulación mediática. Los días se convertían en noches y las noches en amaneceres sin que nadie sintiera realmente el paso del tiempo. El país estaba pendiente, expectante. Todo podía definirse con un solo error, una frase mal dicha, un gesto mal interpretado.

Camila, aunque no era parte oficial del equipo político, se había convertido en una figura influyente. Su discurso firme en la rueda de prensa, su presencia constante al lado de Elías y su historia de lucha personal habían captado la atención de los medios y del pueblo. Muchos la veían como un símbolo de renovación, de autenticidad. Pero con la exposición también venían las críticas. Las redes sociales ardían con rumores, ataques y teorías, algunos intentando descalificar su influencia y otros exigiéndole un rol más activo. Ella lidiaba con todo eso con una mezcla de entereza y agotamiento.

En los pasillos del comando, las reuniones se sucedían una tras otra. Los informes de inteligencia alertaban sobre intentos de desinformación, campañas sucias orquestadas desde cuentas anónimas, e incluso presuntas amenazas de sabotaje durante los actos finales de campaña. Elías, firme pero visiblemente tensionado, encabezaba las juntas con un temple admirable. Sin embargo, Camila percibía las ojeras bajo sus ojos, la rigidez en su mandíbula y la forma en que apretaba el puño cuando pensaba que nadie lo veía.

Una noche, mientras trabajaban en los discursos para el cierre de campaña, Camila se acercó a él con dos tazas de café. Elías, sentado frente a una pared llena de notas y cronogramas, levantó la vista y le sonrió con cansancio.

—¿Te das cuenta de lo que estamos viviendo? —le dijo ella, sentándose a su lado—. Estamos al borde de algo histórico… pero también al borde del abismo.

—Lo sé —respondió Elías—. A veces me pregunto si el país está realmente preparado. Si yo lo estoy.

Camila lo tomó de la mano.

—Tú no solo estás preparado. Eres lo que este país necesita. Y lo sabes. Solo que el peso es demasiado grande. Pero no estás solo.

Elías asintió, apretando suavemente su mano. En ese momento no era el candidato, ni el político brillante. Era solo un hombre que cargaba con los sueños de millones y necesitaba unos segundos de paz.

Mientras tanto, en los medios de comunicación, los debates se intensificaban. Se analizaban las promesas, se cuestionaban alianzas, se especulaba sobre posibles pactos ocultos. Cada frase de Elías era examinada con lupa. Su pasado, sus vínculos, incluso su relación con Camila eran utilizados para influir en la opinión pública. A pesar de eso, su discurso de cambio seguía calando profundamente en los sectores más vulnerables, en los jóvenes, en las mujeres, en quienes habían perdido la fe en la política tradicional.

Una semana antes de las elecciones, se organizó una gran caminata en el corazón de la ciudad. Miles de personas se reunieron para acompañar a Elías. Las calles se llenaron de banderas, pancartas y gritos de esperanza. Camila caminó a su lado, saludando a la gente, dejando que sus emociones fluyeran con libertad. Fue uno de los momentos más conmovedores de la campaña. Un mar de rostros anhelantes les rodeaba, y en sus ojos podía verse el deseo de un nuevo comienzo.

Aquella noche, mientras descansaban brevemente en el apartamento, Camila se recostó sobre el pecho de Elías y susurró:

—No importa lo que pase. Lo que estás haciendo ya ha cambiado muchas cosas. Has despertado algo en la gente… y en mí.

Elías la abrazó con fuerza.

—Y tú has sido mi fuerza en los momentos más difíciles. No sería el hombre que soy sin ti.

Los días siguientes estuvieron marcados por los últimos recorridos, entrevistas claves y preparativos de seguridad. Las amenazas, aunque más discretas, no desaparecieron. Pero Elías no retrocedió. Había llegado demasiado lejos. Y ahora, con todo el país mirando, debía dar el paso final.

El reloj político seguía corriendo. Las urnas estaban listas. El destino de una nación se acercaba a su punto de inflexión.

Pasaron los días como un suspiro contenido. La tensión que había dominado cada rincón del país fue dando paso, poco a poco, a un silencio expectante. La noche de las elecciones, millones de dominicanos se aferraron a sus televisores, radios y celulares, pendientes del conteo voto por voto.

Camila permanecía junto a Elías en el centro de cómputo del comando, rodeados de su equipo y familiares más cercanos. El ambiente era denso, cargado de emociones reprimidas, hasta que finalmente, pasada la medianoche, la Junta Central Electoral emitió el boletín final: Elías Duarte era oficialmente el presidente electo de la República Dominicana, con un 68.9% de los votos.

La sala estalló en aplausos, gritos y lágrimas. Elías cerró los ojos, como si intentara contener la avalancha de sentimientos que lo invadía, mientras Camila lo abrazaba con fuerza, susurrándole entre sollozos: “Lo lograste, mi amor… lo lograste”. Afuera, miles celebraban en las calles, ondeando banderas y coreando su nombre como si se tratara de un héroe nacional.




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