Tras las fructíferas reuniones con la ONU y la consolidación del nuevo rumbo internacional de la República Dominicana, el presidente Elías Duarte decidió impulsar una serie de foros nacionales para escuchar directamente a los jóvenes, líderes comunitarios, académicos y emprendedores. La visión era clara: construir un país desde las voces del futuro, no solo desde los escritorios del poder. El Salón de la Asamblea del Palacio Nacional fue adaptado para recibir a más de doscientos jóvenes de distintas regiones del país, representantes de universidades, sectores productivos y organizaciones sociales, en lo que fue bautizado como el Encuentro por la Nueva República.
Genesis, como parte activa del equipo presidencial y rostro joven del nuevo gobierno, abrió el evento con un emotivo discurso donde resaltó la importancia de gobernar desde la escucha activa:
—No venimos aquí a enseñar, sino a aprender. Este país también les pertenece a ustedes, y solo avanzaremos si caminamos juntos —dijo, mientras una ovación espontánea llenaba la sala.
Durante los debates, surgieron propuestas innovadoras sobre cómo fortalecer el sistema educativo, ampliar el acceso a la tecnología, crear empleos verdes y fomentar la participación juvenil en la política. El ambiente era distinto al de la formalidad diplomática: había energía, sinceridad y el murmullo constante de ideas chocando y construyendo futuro.
Paralelamente, el Ministerio de Relaciones Exteriores organizaba una cumbre caribeña en Santo Domingo, donde representantes de Haití, Jamaica, Puerto Rico, Barbados y otras islas vecinas llegaban para consolidar alianzas económicas, educativas y culturales. La República Dominicana, gracias a su nuevo posicionamiento, era ahora vista como un puente entre América Latina y el Caribe, y el liderazgo de Elías Ferrer como un modelo pragmático, moderno y profundamente humano.
En un gesto inesperado, el Secretario General de la ONU envió una carta abierta publicada en los principales medios, felicitando al gobierno dominicano por su enfoque inclusivo y comprometido.
—Ustedes han demostrado que la política también puede ser un acto de amor a la gente —se leía en un párrafo que emocionó a todo el gabinete.
Ambos acababan de salir del Encuentro por la Nueva República, y aún llevaban en sus rostros la emoción que había impregnado cada rincón del gran salón donde más de doscientos jóvenes dominicanos compartieron ideas, sueños y propuestas con una libertad inusual en las dinámicas de poder tradicionales. Camila, vestida con una sobria elegancia, recordaba cada rostro, cada palabra, cada aplauso, y hablaba con convicción sobre la necesidad de transformar muchas de las inquietudes expresadas por los jóvenes en políticas concretas. Elías, aún con la libreta en la que había tomado notas durante las intervenciones, repasaba mentalmente algunas de las iniciativas más urgentes: becas internacionales para estudiantes sobresalientes, programas de primer empleo con incentivos fiscales, la creación de centros tecnológicos en comunidades rurales, y hasta la propuesta audaz de una plataforma digital para el diálogo permanente entre el Estado y la juventud.
Mientras avanzaban, la conversación se desvió hacia las reuniones diplomáticas que también se desarrollaban en paralelo. Elías le habló a Camila del progreso en la cumbre caribeña, del interés de Barbados en establecer acuerdos turísticos compartidos, de la cooperación agrícola con Haití, y de la intención de Jamaica de enviar estudiantes a universidades dominicanas como parte de un nuevo programa regional de intercambio. Camila, con su visión jurídica y su sentido social, sugirió mecanismos de transparencia para supervisar esos acuerdos y garantizar que los beneficios llegaran a los sectores más vulnerables. En ese instante, un asistente del despacho presidencial los alcanzó con una carta en la mano: era del Secretario General de la ONU. Al leerla juntos, bajo la luz anaranjada del ocaso, ambos se sintieron profundamente conmovidos por el reconocimiento internacional. Las palabras “acto de amor a la gente” resonaron con una fuerza casi espiritual. No era solo una frase: era la validación de todo lo que habían soñado construir juntos.