Cuando El Poder Ama

Capítulo 27: Un nuevo latido

La tarde caía sobre Santo Domingo. Camila, sentada en el asiento del copiloto junto a Elías, llevaba una de sus manos sobre el vientre, como si intentara descifrar un lenguaje que solo su cuerpo conocía. Habían pasado semanas intensas: reuniones diplomáticas, proyectos de ley, visitas internacionales… pero en medio de toda esa vorágine, Camila había empezado a notar algo distinto en sí misma. No era solo el cansancio o las náuseas matutinas, era esa intuición silenciosa, ese presentimiento íntimo que le susurraba que algo nuevo estaba comenzando.

Esa noche, mientras cenaban juntos en la terraza de su apartamento, Camila se mantuvo en silencio más de lo usual. Elías notó su distracción, pero no insistió; había aprendido a respetar los momentos introspectivos de su esposa.

Al día siguiente, aprovechando un espacio libre, Camila fue al hospital de confianza de la familia. Lo hizo sin decirle a Elías, queriendo evitarle una preocupación innecesaria hasta tener una respuesta concreta. El médico fue amable y discreto, entendiendo que no trataba con una paciente cualquiera. Tras los exámenes pertinentes y una espera que le pareció eterna, el doctor entró con una sonrisa suave y la mirada brillante. “Camila… felicidades. Estás embarazada.”

En ese instante, el mundo se detuvo para ella. Sintió un nudo en el pecho y una emoción indescriptible que la hizo cubrirse la boca con las manos. Todo cobraba sentido. El malestar, las emociones intensificadas, ese sexto sentido que había intentado racionalizar. Iba a ser madre. Iba a formar una familia con el hombre que amaba.

Pasó el resto del día caminando por la ciudad con una sonrisa serena y un secreto latiendo en su pecho. Compró un pequeño par de zapatitos blancos, diminutos como una promesa, y una cajita elegante donde los colocó con una nota: “Nos vemos en unos meses, papá.”

Esa noche, Elías llegó al apartamento agotado pero feliz. El día había sido intenso, pero lleno de avances políticos. Al entrar, encontró a Camila en el centro de la sala, vestida con una bata de seda y una expresión de complicidad en los ojos. La mesa estaba servida con una cena ligera, pero cuidadosamente presentada. Encima del plato de Elías, reposaba la cajita envuelta con un lazo azul.

—¿Y esto? —preguntó, mientras ella lo observaba en silencio.

Elías desató el lazo con suavidad, abrió la caja… y se quedó en silencio. Sus ojos se posaron en los zapatitos diminutos, luego en la nota. Su rostro pasó de la incredulidad al asombro, del asombro a la emoción, y finalmente, a la ternura más absoluta.

—¿Es en serio, Camila? —susurró, alzando la vista con un brillo húmedo en los ojos.

Ella asintió, conteniendo las lágrimas.

Él la abrazó como si tuviera entre sus brazos el universo entero. La besó con ternura, con reverencia, con una mezcla de amor y admiración que solo puede entender quien ha encontrado un nuevo propósito en la vida. Y en medio del silencio de la noche, con la ciudad durmiendo bajo sus pies, supieron que acababan de abrir juntos una nueva puerta. Una vida los esperaba.

La noticia del embarazo de Camila no tardó en recorrer los pasillos del Palacio Nacional, filtrándose entre asesores y funcionarios como una corriente eléctrica cargada de entusiasmo. Aunque ella y Elías aún no lo habían hecho público, las sospechas comenzaron a surgir cuando la Primera Dama canceló discretamente algunos compromisos internacionales fue apenas una semana después de aquel emotivo momento en su sala que decidieron, juntos, hacer oficial el anuncio.

Lo hicieron con sencillez pero con elegancia: una fotografía publicada en las redes sociales donde Elías abrazaba a Camila por la espalda mientras ella sostenía en sus manos una ecografía. El texto que la acompañaba era sobrio, pero profundamente humano: “La vida nos bendice en medio del servicio. Hoy celebramos no solo la esperanza de un país que avanza, sino también la de una nueva vida que viene en camino. Gracias por compartir este viaje con nosotros.”

La reacción fue inmediata y masiva. Las redes sociales colapsaron con mensajes de felicitaciones, tanto de ciudadanos comunes como de líderes políticos, figuras del arte, la educación y de la comunidad internacional. Camila, quien ya había capturado el corazón del pueblo con su sencillez y compromiso social, se transformó aún más en un símbolo de esperanza y ternura. Los titulares eran elocuentes: “Una nueva etapa para la Primera Dama”, “Camila y Elías: del Palacio al corazón del país”.

Camila, sin embargo, mantenía la serenidad que la caracterizaba. No buscaba protagonismo, sino intimidad; deseaba disfrutar este momento sin dejar de cumplir con sus deberes. En una reunión privada con Elías, pidió mantener lo más protegida posible su privacidad en esta nueva etapa. Él, como siempre, la escuchó con atención, le tomó la mano y le prometió que su bienestar, y el del bebé, serían siempre una prioridad, por encima incluso del ruido político.

La imagen del poder se suavizaba, se volvía más humana, más cercana. El pueblo no solo veía a su presidente, sino al futuro padre; no solo a su Primera Dama, sino a una joven que, como muchas, estaba a punto de iniciar el viaje más importante de su vida.




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