Cuando El Poder Ama

Capítulo 29: El día más esperado

Las semanas avanzaban con rapidez, y con ellas, también el embarazo. Camila, ya con su vientre más notorio, había comenzado a asistir a clases prenatales, apoyada por una comitiva especial del gabinete que se aseguraba de que tuviera todo lo necesario sin entorpecer su independencia. La residencia presidencial se había transformado en un espacio cálido y maternal: muebles suaves, fragancias dulces y una habitación completamente decorada en tonos pastel donde pronto dormiría su hija.

Una mañana, Elías canceló parte de su agenda para acompañarla a una nueva ecografía. En el trayecto hacia el hospital, ambos hablaron sobre cómo se imaginarían a su hija: si tendría los rizos de Camila o los ojos serenos de Elías, si sería inquieta o calmada, si algún día caminaría por los mismos pasillos del palacio como ciudadana, no como hija de un presidente. Tomados de la mano, entraron a la consulta. El sonido del corazón de la bebé —fuerte, claro, lleno de vida— los emocionó profundamente. “Cada latido me recuerda que hicimos bien en luchar por esto. Por nosotros”.

De regreso a casa, se detuvieron brevemente frente a la costa para mirar el mar. Elías sacó una pequeña libreta donde venía anotando posibles nombres. Camila rió al ver algunos tan extravagantes como “Aurora del Carmen” o “Reina Isabela”. Pero entre las páginas, uno se destacaba: “Emma”. Corto, dulce, poderoso. Camila asintió, emocionada. Elías la miró y dijo: “Será fuerte, como tú. Y noble, como quiero llegar a ser”.

Hablaron del porvenir, de cómo sería criar a una hija en medio del servicio público, y de los valores que querían transmitirle: honestidad, compasión, coraje. Camila posó su cabeza sobre el hombro de Elías mientras él acariciaba su vientre. Aunque el país entero los observaba, en ese instante, solo eran dos seres humanos aguardando con ilusión el milagro de una nueva vida.

Llego el momento del parto.

La mañana había comenzado tranquila en la casa. Camila se despertó temprano, sintiendo una calma extraña en su interior, como si su cuerpo supiera que algo importante estaba por suceder. Elías aún dormía a su lado, con un brazo protector sobre su abdomen ya muy abultado. Ella se quedó unos minutos observándolo, admirando la serenidad de su rostro. Desde que supieron que tendrían una niña, la vida había tomado un nuevo ritmo: más esperanzador, más vibrante, más real.

Alrededor de las diez de la mañana, un ligero dolor comenzó a recorrerle la espalda baja. Camila lo reconoció de inmediato, ya se lo habían explicado en las clases prenatales: las contracciones estaban comenzando. Trató de mantenerse tranquila, se duchó, desayunó ligero y le habló a Elías con voz firme pero serena.

—Amor… creo que ya es hora.

Él abrió los ojos de golpe, saltó de la cama y la rodeó con sus brazos como si pudiera protegerla del mismo tiempo. En cuestión de minutos, el equipo de seguridad estaba preparado, la doctora personal ya había sido alertada, y la caravana salió rumbo al hospital.

Durante el trayecto, Camila respiraba profundo, aferrada a la mano de Elías, mientras este le repetía palabras de aliento.

—Ya casi, amor. Estamos tan cerca. Vas a estar bien. Nuestra niña está en camino.

El hospital estaba preparado para recibirlos. Las instalaciones, resguardadas por un operativo discreto pero efectivo, se convirtieron en una burbuja de calma para ambos. Camila fue llevada directamente a la sala de parto, mientras Elías se vestía con una bata estéril y se preparaba para acompañarla.

Las horas siguientes fueron intensas. Camila demostró una fuerza que Elías jamás imaginó. Entre gritos ahogados, sudor y lágrimas, también hubo sonrisas, caricias y miradas cómplices. Las contracciones se intensificaron, y con cada una de ellas, el corazón de Elías latía más fuerte. Quería absorber el dolor de ella, sostenerla, aliviarla.

Finalmente, después de más de siete horas de labor, los gritos se transformaron en un llanto agudo y fuerte que llenó la sala.

—¡Es una niña! —anunció la doctora con una sonrisa amplia, mientras colocaba a la bebé sobre el pecho de Camila.

Camila lloraba. Elías también. No había palabras. Solo el sonido de ese pequeño milagro que ahora respiraba en el mundo. La niña se aferró instintivamente al calor de su madre, mientras Elías les rodeaba a ambas, sintiéndose el hombre más afortunado de la tierra.

—Es perfecta —dijo Elías, con la voz entrecortada por la emoción—. Gracias, mi amor… gracias por este regalo.

Horas después, ya instalados en una habitación privada, Camila sostenía a su hija entre los brazos, contemplando su pequeño rostro con ternura. Elías no se separaba de su lado, sentado en una silla junto a la cama, hablándole suavemente a la bebé.

—Bienvenida al mundo, Isabella —susurró él, pronunciando por primera vez el nombre que habían elegido juntos.

El nacimiento de Isabella no solo marcó un nuevo capítulo en sus vidas, sino también en la historia del país. Los medios ya se hacían eco de la noticia, pero en esa habitación del hospital, lo único que importaba era ese instante: íntimo, sagrado, eterno.

Es el momento de regresar a casa.

Isabella dormía plácidamente mientras Camila la observaba, sentada en una mecedora con una manta de hilo sobre sus piernas. Era su tercer día en casa desde que salieron del hospital, y la rutina que antes estaba dominada por reuniones, decisiones políticas y protocolos de seguridad, ahora giraba en torno a las tomas de leche, los pañales y el suave murmullo de una nueva vida.

Elías entró en la habitación con pasos suaves, cargando una bandeja con desayuno. Había insistido en encargarse de los detalles más simples durante esos primeros días. Como presidente, su agenda estaba llena; como esposo y padre, su corazón estaba completamente entregado.

—¿Cómo están mis dos amores esta mañana? —preguntó en voz baja, colocando la bandeja sobre la mesa de noche.

—Bien —susurró Camila, con una sonrisa aún adormilada—. Isabella durmió casi tres horas seguidas.




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