Hannah.
—Así que, Heather se salió con la suya nuevamente, ¿no es así? — comentó la pelinegra mirándome con los brazos cruzados.
—¿Te sorprende?, porque a mí no — llevé otra cucharada de helado a mi boca.
—Lo que sorprende, querida, es que sigas ayudándola a salirse con la suya — se acercó.
Me quitó el bote de helado de las manos, hundió su cuchara en él y dio un enorme bocado. Sus ojos me miraban de forma entrecerrada.
—Habíamos acordado que dejarías de ayudarla, llevabas meses de no cumplirle caprichos a tu gemelita, Hannah.
—Que te digo, me ofreció un buen trato — me encogí de hombros, ella me miró rodando los ojos—, bañará a Pelusa por dos semanas y no tendré que hacer de Uber gratuito por un mes — entrecerró los ojos —. No me miré así, Katie.
—Definitivamente si fueras Supergirl, Heather sería tu kriptonita — volvió a sentarse a mi lado, dejando el bote de helado sobre sus piernas.
—Es mi hermana, solo quiero lo mejor para ella.
—Ese discurso ya me lo sé, Annelise— cada vez que Katie me llama por mi segundo nombre es porque está molesta —. Hoy fue un mal día para que mi refuerzo no viniera.
—¿Te refieres a Julia, a Trevor o a Landon?
—Cualquiera, sé de sobra que los tres están de mi lado— cruzó los brazos.
Entiendo el por qué Katie se pone así, y no la culpo, pues sé que tiene razón.
Toda mi vida he sido la persona que le facilita las cosas a Heather, la que se esfuerza para que ella obtenga lo que quiere, en simples palabras, malcrié a mi gemela. Desde que mis amigos se dieron cuenta, han intentado que deje de hacerlo, sobre todo después de mi catorceavo cumpleaños, pero no lo he logrado del todo.
Katie y Landon siempre dicen que soy una chica difícil de manipular, pero cuando se trata de mi hermana, me vuelvo blanda, y termino ayudándola a cumplir sus locuras.
—¿Estas enojada todavía? — le pregunté mientras intentaba sacar otro poco de helado con la cuchara.
—Solo un poco — tomó mi cuchara y la enterró en el bote —, la verdad no estoy enojada, Han, estoy confundida.
La miré extrañada. La pelinegra me tendió el bote, saqué la cuchara llena de la delicia helada de lúcuma.
—Entiendo que tu hermana está loca, pero ¿Por qué siempre la antepones a ella y no a ti? — me miró.
Esa siempre ha sido la pregunta, pero la respuesta nunca llega. Por lo menos no la verdadera respuesta.
—Solo quiero lo mejor para ella — respondí simplemente, llevé la cuchara a mi boca.
—Entiendo eso, pero ¿dónde queda lo que tú quieres? — cuestiono mi mejor amiga.
¿Lo que yo quiero? Una pregunta tan simple, pero la respuesta no lo es, aunque mucho digan que sí, que la respuesta es fácil, es mentira. Nunca me he dado el tiempo de pensar que quiero yo, ósea, sé que quiero ir a la universidad y ser una de las mejores pediatras del país, pero nada más, nunca me he permitido pensar más allá.
—Si pienso en lo que quiero — mentí —. No te preocupes tanto, Katie.
Suspiró largamente.
Le sonreí —. Y sobre Heather, me comprometo a este año no ser su facilitadora.
—¿Por la garrita? — levantó su pulgar, reí y la imité.
—Por la garrita — cruzamos nuestros dedos.
—Más te vale, Hannah Boyd, si no juro patear tu trasero pelirrojo — reí nuevamente por su comentario.
Unos maullidos en la ventana llamaron nuestra atención. Abrí la ventana y un lindo gato anaranjado entro moviendo la cola de lado a lado.
—Me alegro de que nos honré con su presencia, su alteza — dije viendo a mi bolita de pelos subir de un salto a mi cama.
Se acercó a Katie, y esta le acarició la cabeza y oreja con dulzura. Pelusa en un gato consentido y amoroso; con los que quiere, con el pelaje atigrado en tonos anaranjados y los ojos entre verdes y grises. Es precioso.
—¿Cómo estás, Pelucito? — Katie habló con voz ligera, escuché los ronroneos del gato.
Volví a sentarme en la cama. Pelusa al ver que me sentaba comenzó a hacerme gracia para que lo acariciara, mi gatito consentido. El celular de Katie sonó.
—Son los chicos — dijo ella intentado tragarse el helado —, dicen que en veinte minutos están aquí.
Asentí y me estiré la cama para alcanzar mi celular y las llaves de la casa. Katie y yo bajamos al primer piso. Papá estaba viendo la televisión mientras tomaba una taza de café.
—¿Ya se van, chicas? — preguntó él al vernos.
—Los chicos vienen en camino — contesté y miré a mi lado.
Pelusa había bajado las escaleras, caminó con gracia hasta papá, subió al sillón y se hizo un ovillo a su lado.
—¿Estás cómodo, pequeñín? — papá rió.
Katie entró en la cocina sin decir nada.
Una de las ventajas de conocernos desde los diez años es que su casa es como mi casa y viceversa, a papá no le molesta que sea asi, de hecho, ve a mis amigas como otras hijas más, al igual que a los chicos.
—¿Llevan todo lo necesario? — preguntó papá.
—Claro que sí, ¿por quién me tomas? — dije haciéndolo reír.
Katie salió de la cocina con un sándwich de queso y tomate. Reí al verla; verla con comida en las manos es lo más lógico y común del mundo.
—Por cierto, Katie — la pelinegra lo miró —, encontré tus cereales favoritos, están sobre el refrigerador.
—¡Dios!, gracias señor B, es el mejor — Katie corrió a abrazarlo.
Edgard Boyd rió por el actuar de la chica. Katie puede llegar a ser tan extrovertida y espontanea que sus acciones causan una combinación de risa y ternura.
El sonido del claxon fuera de la casa nos avisó que los chicos habían llegado, nos despedimos de papá y salimos de casa. Landon está de piloto en su jeep descapotable azul, y de copiloto está Trevor, y atrás, haciéndonos señas para apresurarnos, está Julia.
—¿Listas para la mejor fogata del verano? — gritó Trevor cuando estuvimos arriba del auto.