Cuando el sol se esconde

1

 

    La música de discoteca retumba en los oídos de Maya rítmicamente. Baila al ritmo de la canción que está sonando en ese momento y lo da todo. Lleva solo un par de copas, pero nunca ha sido una mujer muy vergonzuda. Es joven, atractiva y acaba de conseguir su primer trabajo. Siente que el mundo está a sus pies.

    Muchos hombres se acercan a bailar o a ofrecerle una copa, pero ella los ha rechazado a todos. No es que sea una mojigata, pero se considera a sí misma muy selectiva. Le gusta gustar.

    El local en el que se encuentra, The old cathedral, es literalmente una catedral que fue abandonada y después renovada para servir como discoteca. Las vidrieras antiguas con representaciones de escenas bíblicas contrastaban enormemente con el estilo brutalista e industrial de los muebles del lugar. Las escaleras eran de hierro forjado y en caracol, las pasarelas y el suelo de rejilla metálica en la planta superior y el escenario de roca. Las luces tenues luces rojas que iluminaban el lugar, en conjunto con el resto de inmobiliario ayudaban a dar una sensación de misticismo que a Maya le encantaba.

    Maya se acercó a la barra a pedir otro mojito. Mientras se lo servían no pudo evitar fijarse en un hombre, que estaba rodeado de otras chicas bailoteando alrededor y acercándose a él de forma insinuante. Llevaba puesto un traje de corte años veinte y un peinado que Maya calculó sería de la misma época, más largo por arriba que por los lados. Su amiga Anna habría dicho que parecía un Peaky blinder. Vestía como uno, desde luego. Tenía los ojos claros y el pelo oscuro. Bebía una copa de vino tinto, aunque a Maya le dio la sensación de que el líquido de la copa era algo espeso no le dio mayor importancia.

    —¿Un vino? —preguntó el hombre a una distraida Maya.

    Maya se sintió un poco avergonzada de que la hubiera pillado mirándola de improviso, pero trató de disimular.

    —No gracias, ya me he pedido un mojito —dijo Maya señalando la bebida que acababan de traerle—. Soy Maya, por cierto.

    —Viktor —dijo el hombre tras pensarlo unos instantes— ¿Nos hacemos las típicas preguntas de cortesía o pasamos a bailar directamente?

    Maya soltó una risotada. Normalmente habría considerado un descarado a cualquier hombre que le hablara así, pero este chico la atraía mucho. Cogió su vaso e hizo un gesto con la cabeza para que la siguiera. El hombre cogió su copa y la siguió a la pista de baile.

    Maya bailaba pegada a él pero sin llegar a tocarlo y Viktor hacía lo mismo. La joven no sabía si era el alcohol u otra cosa, pero mirarlo a los ojos hacía que se le subieran los colores. El chico se acercó un poco más y puso una mano en su cintura, mirándola a los ojos para comprobar su reacción. Maya mostró una sonrisa burlona.

    —No muerdo, ¿sabes? —dijo Maya rodeando su cuello con los brazos.

    Ahora estaba segura de que el alcohol actuaba por ella, pero le dio igual. Él dejó la copa en una mesa que había cerca y puso la otra mano en su cintura, con delicadeza, mientras se acercaba más. Sus rostros casi se tocaban.

    Fue Viktor el primero en aventurarse a rozar los labios de Maya fugazmente, pero fue Maya la que lo atrajo hacia sí con más fuerza y comenzó a besarlo con intensidad. Para Maya la música ambiente ya no se escuchaba, era como si estuvieran solos en aquel lugar, le ardía la piel. Viktor rozó su mentón y lo dirigió a un lado con delicadeza para comenzar a besarle el cuello. Maya se dejó besar mientras se abrazaba a él. Lo miró a los ojos y no hizo falta intercambiar más palabras, los dos sabían que querían salir de allí. Viktor la tomó de la mano, la besó con suavidad, como un caballero, y la condujo a la salida.

    Entre la calle y la salida del club había un jardín, propiedad de la antigua catedral, de piedra, con cesped descuidado a los lados, vallas puntiagudas de forja negra, un portón del mismo material y algunos cipreses desparramados por el cesped.

    Antes de llegar a la salida, pasando por debajo de uno de esos cipreses, Maya sintió de repente una sensación de peligro inminente y se detuvo en seco. Viktor se rodeó hacia ella y la miró intrigado, luego miró más allá de ella, a algo que estaba detrás. Antes de que ninguno de los dos pudiera reaccionar, Maya sintió un dolor lacerante en el costado y poco después todo se volvió oscuro.

***

    La conciencia de Maya se desvanece por momentos. Siente como si estuviera soñando y despierta a la vez. Está acostada en una cama incómoda y un foco de luz blanca la ciega cada vez que hace el titánico esfuerzo de abrir los ojos ¿Dónde estoy?, se pregunta. Lo cierto es que no recuerda nada después del tercer whiskey de la noche. Bailó, bebió y se divirtió, y después... nada. Hasta ese momento. Ahora se revuelve entre la conciencia y la incosciencia. No es dueña de su cuerpo. No se puede mover ni puede hablar. Siente muchas manos sobre su cuerpo y también un dolor lacerante pero los siente como si ocurrieran en el cuerpo de otro ¿Qué me está pasando?, piensa.

    —La perdemos—. Escucha como a través de un cristal— ¿Dónde están las bolsas de sangre? ¡El parche compresor, rápido!

    El vocabulario médico que puede escuchar en los momentos de vigilia suena como un galimatías para ella, que no sabe si lleva allí minutos u horas. Solo sabe que quiere que acabe todo. Tiene mucho sueño pero algo, probablemente el dolor, la impide dormir por fin y descansar. Está harta de luchar y resistir.

    —La situación es critica... Todo depende de... —. Escucha entrecortadamente decir a un doctor— La noche es crítica... Si la pasa.... No creemos que lo consiga... Demasiada sangre... Se ensañó...

    Intenta hablar pero nadie parece oirla o entenderla. Tras lo que parecen ser horas los médicos abandonan la habitación. Cree que siente cómo la cambian a otra estancia pero no está segura de nada. Ahora solo la acompañan el pitido constante del monitor cardiaco y los ruidos amortiguados por las ventanas de la ciudad en la noche. Cierra los ojos unos instantes.




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