No fue una de las muchas alarmas de su móvil la que la despertó, como siempre. Fue la presión creciente del tensiómetro en su brazo. Una enfermera, en su ronda matutina, había ido a comprobar cómo había amanecido. Cuando Maya abrió los ojos, ambas se sobresaltaron.
—Oh, se ha despertado —dijo la enfermera, forzando una sonrisa tranquilizadora mientras pulsaba el botón rojo del cabecero—. ¿Cómo se siente? ¿Puede hablar?
Maya asintió y carraspeó. Tenía la boca pastosa. Llevaba horas sin beber agua, y ni lo sabía, pero la ambulancia la había intubado al encontrarla.
—Sí. Estoy... bien, creo. ¿Qué hago aquí? ¿Me desmayé?
Lo que en realidad quería preguntar era: ¿Bebí tanto como para acabar en coma? Por favor, dígame que no.
—No se preocupe. Ya he avisado al médico, vendrá en unos minutos. Yo solo venía a tomarle la tensión. Intente descansar. Ha tenido una noche complicada.
Maya se acomodó, intranquila. Algo le tiraba en el abdomen. ¿Puntos? No le dio demasiada importancia. Cuando el médico entró, un hombre de unos sesenta, pelo canoso y bigote bien cuidado, la miró como si no creyera lo que veía. Intercambió una mirada con la enfermera y se acercó para revisarle las pupilas y los datos del monitor.
—¿Todo bien, doctor? —preguntó Maya, incómoda.
—Sí. Eso parece —respondió, aunque no sonaba convencido—. ¿Recuerda algo de anoche?
Maya negó con la cabeza.
—Salí a tomar algo... y ya está. No sé cómo acabé aquí.
El doctor suspiró, se acercó y retiró con cuidado la sábana. Le mostró las gasas que cubrían su abdomen. Al menos seis, repartidas entre moretones de un morado intenso. Maya se quedó sin color al verlas.
—¿Qué...?
—Seis heridas de arma blanca. Perdió muchísima sangre. Estuvo al borde. La encontró un par de chicas en la salida trasera de un club, inconsciente, desangrándose. La ambulancia llegó justo a tiempo. La llevamos directo al quirófano.
Maya seguía sin procesar del todo.
—¿Me... atacaron?
—Sí, y no fue para robarle. Su cartera, móvil y tarjetas estaban junto a usted. Nada había desaparecido.
Maya parece confundida.
—Intentamos contactar con algún familiar, pero sin suerte.
—Solo tengo un hermano y no tengo ni idea de dónde está. No hablamos.
Trató de sonreír, de quitarle hierro al asunto, pero la angustia seguía ahí. Entonces recordó algo.
—Ah, por cierto... el último doctor que pasó anoche antes de dormirme. Me dio algo que me quitó el dolor al instante. Denle un aumento.
El médico frunció el ceño. Consultó el archivador al pie de la cama.
—No figura nadie más después de mí. Y no le administré ningún analgésico.
—¿No?
—Probablemente alguien olvidó registrarlo. No se preocupe. Lo importante es que está aquí. Su recuperación ha sido... extraordinaria. Es usted una mujer fuerte. Casi de estudio. Más tarde revisaremos esas heridas. Por ahora, descanse.
Maya no dijo nada. No quería descansar. Se sentía más despierta que en semanas. Dos cosas no la dejaban en paz, ¿quién la había atacado, si no era para robarle? ¿Y quién era el hombre que vio antes de perder el conocimiento? Tal vez solo fuera una alucinación, fiebre o efecto secundario. Pero no podía quitárselo de la cabeza.
—Antes de que se vaya... dígales a los policías que pueden pasar. Me siento bien. Que empiecen cuanto antes.
El doctor la miró en silencio unos segundos, luego asintió y se fue con la enfermera. Maya se quedó sola.
Debería estar muerta de miedo, pensó. Pero no lo estaba. Tenía más curiosidad que otra cosa.
Pasaron unos minutos eternos. Finalmente, entraron dos policías: un hombre y una mujer. Maya les sonrió. Ellos devolvieron la cortesía.
—¿Puedo sentarme aquí? —preguntó la agente, señalando el borde de la cama.
Maya asintió y trató de incorporarse un poco. Aún no sabía qué aspecto tenía. El otro agente colocó una bolsa zip sobre la mesa auxiliar.
—Le trajimos algunas de sus pertenencias. Otras siguen bajo investigación. Si se siente capaz, nos gustaría hacerle algunas preguntas.
—Claro. Aunque... no recuerdo mucho —respondió Maya. Su voz tembló un poco. No había hecho nada malo, pero hablar con la policía imponía.
—Tranquila —dijo la agente, experta en esto—. Iremos a su ritmo.
Durante más de media hora, hablaron de cosas básicas: a qué hora salió, con quién, a qué sitio fue, qué recuerda. Le repitieron algunas preguntas con distintas palabras. Maya entendió que buscaban incoherencias.
—Creo que dejé de recordar sobre la 1:30 AM. Había bebido, sí, pero no como para perder el control. No estaba tan mal.
El policía anotó algo.
—Hemos pedido pruebas toxicológicas. En unos días sabremos si hubo alguna sustancia en su sistema. ¿Alguien podría haber querido hacerle daño? ¿Una expareja, tal vez?
—Ex, tengo. Pero no creo que ninguno me odie tanto. ¿Y si fue un error? Como si alguien se equivocara de persona en un ajuste de cuentas.
—Es una posibilidad. Aun así, necesitaremos una lista de contactos: exparejas, compañeros de trabajo...
Maya les dio todo lo que recordaba, incluido su hermano, a quien no veía desde hacía cinco años.
—Trabajo en una empresa de software. Antivirus, VPNs, recuperación de datos. Somos diez, contando a mi jefa. Yo me encargo del almacenamiento en red.
—¿Buena relación entre todos?
—Hay gente con la que saldrías de cañas y gente con la que mejor solo cruzarse en el pasillo. Pero odiarnos, no. Nada de eso.
La entrevista terminó cuando un par de enfermeras entraron a curarle las heridas. Los policías se despidieron asegurándole que seguirían investigando y le dejaron su contacto por si recordaba algo más.
Maya sabía que debía haberles hablado de Viktor. Que no mencionarlo era un error. A ojos de cualquiera, él sería el principal sospechoso. Pero algo dentro de ella se lo impedía. Tal vez era algo que necesitaba resolver por su cuenta. Algo que aún no sabía cómo nombrar.