Cuando el sol se esconde

2

    No la despertó una de las muchas alarmas de su teléfono móvil para que corriera al trabajo como de costumbre. La despertó la creciente presión en su brazo del tensiómetro cuando una enfermera, en su ronda matutina, fue a comprobar cómo había amanecido. Cuando abrió los ojos se asustaron ambas.

    —Oh, se ha despertado —. La enfermera le mostró una sonrisa que trató de ser tranquilizadora mientras pulsaba el botón rojo que se encontraba en el cabecero de su cama— ¿Cómo se encuentra? ¿Puede hablar?

    Maya asintió con la cabeza y carraspeó. Tenía la boca muy seca. Llevaba horas sin beber y, aunque ella no lo sabía, la ambulancia que la llevó al hospital la había intubado nada más encontrarla.

    —Sí. Me encuentro bien. No sé qué hago aquí ¿Me desmayé?.

    Lo que en verdad quería preguntar pero le dio vergüenza era: ¿Bebí tanto como para provocarme un coma etílico? Por favor, dígame que no.

    —No se preocupe. Ya he llamado al médico. Ahora vendrá a hablar con usted. Yo sólo he venido a tomarle la tensión. Trate de descansar, por favor. Ha tenido una noche complicada.

    Maya se acomodó en la camilla con algo de nerviosismo. Notaba algo tirándole en el abdomen, ¿puntos? Pero no le dio importancia. Cuando el doctor, un hombre de unos sesenta años, pelo cano y bigote cuidado entró en la habitación la miró con incredulidad. Intercambió una mirada con la enfermera y fue directo a examinar las pupilas de Maya y alguna cosa más del monitor que ella no entendía.

    ¿Todo bien, doctor? preguntó Maya con preocupación.

    —Sí, el caso es que sí —. El médico parecía más sorprendido que feliz ante la situación— ¿Recuerda algo de anoche?

    Maya negó con la cabeza.

    —Recuerdo haber salido a tomar algo y poco más. No sé cómo llegué aquí o porqué.

    —Perdió usted mucha sangre —.El médico se acercó a ella y la desarropó, mostrando las gasas compresoras que cubrían todo su abdomen. Había por lo menos seis de ellas repartidas y moretones de un color morado intenso por todo su cuerpo. No se había dado cuenta de ello hasta el momento, pero el color se le fue del rostro de la impresión.

    —¿Cómo? —. No le salían las palabras, estaba en shock.

    —Es mucho que asimilar, no se preocupe. La policía quiere tener unas palabras con usted, pero no dejaremos que la molesten hasta saber seguro cual es su estado.

    El médico le explicó, con mucha paciencia, que había sido encontrada desangrándose por un par de chicas en la salida trasera de un club. Inconsciente y magullada. Cuando los servicios médicos llegaron no tardaron en identificar lo que claramente eran seis heridas de arma blanca. Su estado era crítico y había sido llevada a quirófano de inmediato. El médico no le ocultó que había habido momentos en los que habían dudado seriamente de si iba a lograrlo. La policía, por su parte, no había encontrado signos evidentes de robo pues tanto su cartera, como sus tarjetas, como su móvil se encontraban desparramados por el suelo junto a ella.

    —Hemos intentado comunicarnos con algún familiar suyo pero no hemos dado con nadie —, dijo el doctor.

    —No se preocupe. Solo tengo un hermano pero a saber dónde está —. Maya sonrió, tratando de quitarle hierro al asunto—. No nos hablamos. Eso sí, quería preguntarle por el último doctor que pasó a verme antes de dormirme. No sé qué me dio, pero acabó con los dolores de un plumazo. Denle un aumento.

    El doctor enarcó una ceja con desconcierto y echó un vistazo al archivador que tenía a los pies de la cama, revisando las visitas firmadas de los trabajadores.

    —Qué raro, el último que pasé fui yo y no le di ningún analgésico. Probablemente a alguien se le olvidó apuntarlo... No se preocupe. Su recuperación ha sido casi milagrosa, quedémonos con eso. Es usted una mujer muy fuerte. Digna de estudio, diría yo. Más tarde le echaremos un ojo a esas heridas, ahora descanse.

    Lo que Maya no quiso decirle fue que no se sentía con ganas de descansar, sino más vital que muchos días. Solo había dos temas que la preocupaban enormemente. El primero era saber por qué alguien le habría hecho eso si no era para robarle. Ella no recordaba tener enemigos, y el segundo averiguar algo del tipo que vio antes de dormirse. No podía sacarselo de la cabeza aunque no tuviera sentido. Probablemente sería a causa de las drogas legales o de la fiebre y cuando supiera algo la magia se rompería, pero de momento no podía pensar en otra cosa.

    —Antes de irse, doctor, si quiere puede decirle a la policía que pase. Me encuentro perfectamente y así ellos podrán empezar a investigar cuanto antes.

    El doctor se quedó pensativo unos instantes y finalmente asintió antes de salir de la habitación acompañado de la enfermera y dejándola sola con sus pensamientos.

    Debería estar muerta de miedo, ¿no? pensó. Sin embargo, tenía más curiosidad por la extraña situación vivida que cualquier otra sensación.

***

    Minutos después, que a Maya se le hicieron eternos, una pareja de policías, hombre y mujer, entró en la sala. La joven les sonrió y estos le devolvieron la sonrisa.

    —¿Le importa si me siento aquí, señorita? —dijo la mujer señalando la parte inferior de la camilla, cerca de sus pies.

    Maya negó con la cabeza y trató de incorporarse un poco. Ni siquiera sabía qué aspecto debía tener, no había podido mirarse en el espejo. El hombre colocó una bolsa zip en la mesita auxiliar.

    —Le he traído algunas de sus pertenencias, otras están bajo investigación todavía. Ahora nos gustaría tener unas palabras con usted si se encuentra bien y cree que es el momento.

    —Sin problemas, muchas gracias agentes. Aunque lamento decir que recuerdo más bien poco —. No había hecho nada malo, pero sin embargo su voz sonó con cierto nerviosismo. Hablar con la policía era más intimidante de lo que había pensado, a pesar de no recordar haber hecho nada malo.




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