La mañana de Maya transcurrió entre curas y pruebas. Ver sus heridas por primera vez fue más duro de lo que esperaba. Sabía que estaban ahí, pero no era lo mismo saberlo que verlas. Aun así, lo que realmente la sacudió fue mirarse al espejo del baño.
—Es normal impresionarse —dijo la enfermera al ver su reacción—. En serio, sanan muy bien. Si no lo hubiera visto con mis propios ojos diría que llevan días cerrándose.
Maya no respondió. Se miraba en el espejo sin reconocerse. Despeinada, con ojeras profundas y un tono de piel enfermizo, parecía un eco de sí misma. Su cabello negro contrastaba brutalmente con su rostro pálido. Los moretones y las marcas de defensa eran lo único con color. Sus ojos verdes, ahora hinchados y rojizos, tenían la mirada perdida de alguien que había estado al borde.
Era absurdo, lo sabía, pensar en su aspecto con todo lo que había pasado. Pero no podía evitarlo.
De vuelta en la habitación, se dejó caer en la cama con cuidado. Sentía los puntos tirar. Agarró su móvil por primera vez. Estaba roto por varias partes, pero funcionaba. Al encenderlo, las notificaciones estallaron: primero mensajes del trabajo preguntando por su ausencia, luego preocupación genuina. ¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda? La policía me llamó, ¿quieres que vaya? ¿Te llevo ropa?
Marcó el número de su jefa. No dio ni un tono.
—¡Maya! ¿Estás bien? —La voz de Reyes sonaba desbordada—. La policía estuvo aquí esta mañana. ¡Yo... estaba enfadada contigo, y de repente...!
—No pasa nada, Reyes. Es normal que pensaras mal. No avisé. No fui.
Hubo un silencio al otro lado. Culpabilidad. Reyes era estricta, sí, pero tenía corazón.
—Iremos a verte esta tarde. Tonny y Marina también. No me creo que esta ciudad se haya vuelto así de peligrosa.
Maya no supo qué decir. Sonrió, aunque nadie pudiera verla, y cambió de tema.
—No terminé el vaciado de la notaría de...
—Shh. Olvídate del trabajo por ahora. Nosotros lo cubrimos. Tú céntrate en recuperarte.
Tras unos minutos de conversación cordial, Maya colgó alegando que estaba cansada. No era cierto. Sentía una inquietud creciente. Sus pensamientos no paraban de volver al sueño. Intentaba recordar el rostro del hombre. Pero cada vez que lo forzaba, le estallaba la cabeza.
Los días pasaron lentos. Las heridas casi cerradas, la policía seguía sin respuestas, y ella sin recuerdos. Pero nada de eso la obsesionaba tanto como él. El del sueño. No había vuelto a verlo, pero cada noche deseaba que regresara. Debe ser el trauma, se repetía. Una forma de procesar.
La última noche en el hospital, tras la cena y ya sin cables conectados a su cuerpo, decidió pasear. Los pasillos no le daban miedo. Le recordaban a su oficina: brutalistas, impersonales. Recorrió las zonas vacías, salas de espera apagadas, la cafetería cerrada. Frente a los laboratorios, una luz encendida. Una puerta entreabierta. Voces dentro, bajas. No alcanzaba a entenderlas.
Iba a dar media vuelta cuando alguien salió.
Un hombre alto. Cabello oscuro. Corte años veinte. Gabardina camel, traje gris, zapatos relucientes. Llevaba una nevera médica con el logo del hospital.
Maya se quedó inmóvil. Era él. El hombre del sueño.
No la vio. Pasó de largo.
***
—Llegas temprano —dijo Ethan al ver entrar a Viktor.
Este puso los ojos en blanco y colgó su abrigo en la silla.
—Día largo. Estoy despierto desde el atardecer —contestó Viktor—. Seguimos investigando a la criatura.
Ethan guardaba bolsas de sangre en la nevera portátil.
—Definitivamente no era uno de los vuestros. Tal vez iba a por ella en concreto.
—No tiene sentido —replicó Viktor—. Si fuera uno de los nuestros, no se habría expuesto así. Y menos para no alimentarse. Yo fui a verla. Habría detectado el rastro. Si alguien se ha colado en la ciudad, necesitamos saber quién.
—¿Le hiciste algo cuando la visitaste? —preguntó Ethan, mirando de reojo.
Viktor lo fulminó con la mirada. El aire se volvió denso, como si el color abandonara el mundo.
—¿Qué estás insinuando? —dijo con voz tranquila, demasiado tranquila.
—Nada. Solo preguntaba.
La tensión se disipó. Ethan terminó de guardar las bolsas y carraspeó.
—Está listo. Pero no puedo seguir con este ritmo sin levantar sospechas.
—No volverá a pasar. Lo del otro día fue un accidente —Viktor se puso el abrigo—. A partir de ahora, como siempre, cada dos semanas. ¿Alguien ha notado algo?
Ethan negó, le entregó la nevera.
—Nadie. Pero tenía que decirlo. Solo precaución.
Mientras Ethan recogía instrumental, Viktor se detuvo antes de salir.
—El virrey quiere que investigues si ha habido ingresos similares. Si encuentras algo, te recompensaremos. ¿Has oído algún rumor?
—Nada. Pero revisaré los registros. Si hay algo, te llamaré.