Cuando el sol se esconde

3

    La mañana de Maya pasó entre curas y pruebas. La primera vez que vio sus heridas se llevó una fuerte impresión. Sabía que las tenía pero no era lo mismo verlas que saberlo, más cuando ella se encontraba tan bien. Sin embargo, la mayor impresión se la llevó al verse en el espejo del baño por primera vez después del incidente.

    —No se preocupe. Es normal impresionarse —, dijo la enfermera intentando hacerla sentir bien—. Tienen muy buena pinta, de hecho. Si no hubiera estado yo ayer en el proceso hubiera dicho que llevan ya varios días puestos, fíjese lo que le digo.

    No quedaba ni rastro del maquillaje de la noche anterior, por supuesto, pero no era ese el motivo por el que no se reconocía en el espejo. Completamente despeinada, con unas ojeras kilométricas y un color entre pálido y morado el rostro del espejo le devolvía una mirada de incredulidad. Su oscuro cabello negro contrastaba con la palidez de su cara y brazos. Lo único que aportaba algo de color eran las magulladuras y moratones de haberse defendido del ataque. Sus, en otro momento, despiertos ojos verdes se encontraban hinchados y rojizos ahora. Se sentía como un fantasma de lo que ella era.

    Sabía que pensar en algo así durante la situación era pueril, pero no podía evitar pensarlo. Cuando llegó a la habitación de nuevo, con cierto esfuerzo por los puntos, cogió su móvil por primera vez y lo encendió. La pantalla tenía varias roturas de la caída pero todavía era perfectamente funcional.

    Como se imaginaba al encenderlo saltaron unas cuantas notificaciones de mensajes del trabajo. Las primeras preguntando por qué no se había presentado al mismo, las últimas de genuina preocupación. Los ¿dónde estás? se convirtieron en ¿estás bien? ¿necesitas ayuda? y finalmente en Oye, la policía ha hablado conmigo, ¿quieres que vaya?, ¿te llevo ropa?

    Maya se metió en la agenda y marcó el númerdo de su jefa. No dio ni un tono de llamada cuando ya escuchó a alguien al otro lado de la línea.

    —¡Santo cielo! Maya, ¿cómo estás? —La voz sonaba preocupada tras el auricular—. La policía vino esta mañana. Estaba enfadada contigo, y de repente me entero...

    —No te preocupes, Reyes. Es normal que pensaras eso. No fui y no avisé.

    Reyes guardó silenció unos instantes. Se sentía avergonzada. Era una jefa estricta, pero no tenía mal corazón.

    —Iré a verte luego. Tonny y Marina también vendrán. No puedo creerme que la ciudad se haya vuelto tan insegura.

    Maya no supo que contestar y sonrió como si estuviera viéndola a través del teléfono, luego se apresuró a cambiar de tema.

    —Ayer no pude acabar con el vaciado de la notaría de....

    —Shh, no hables ahora de eso. Ya nos encargaremos nosotros, tú descansa. De verdad.

    Maya suspiró y trans unos minutos de conversación cordial cortó la llamada diciendo que se encontraba cansada. No era cierto, pero conforme pasaba el día una inquietud iba creciendo en su interior, y sus pensamientos volaban inevitablemente hacia el sueño que había tenido. Intentaba recordar el aspecto de aquel extrañó y lo único que obtenía era un dolor de cabeza.

    Los días en el hospital pasaban lenta pero inexorablemente. Cada día la ansiedad que sentía por la situación era mayor. Ya ni siquiera pensaba en los acontecimientos que la habían llevado a acabar en el hospital o en sus heridas prácticamente curadas, solo podía pensar en el tipo del sueño. No había vuelto a verlo, dormida o despierta, pero todas las noches había deseado que volviera visitarla. Debe ser algún tipo de respuesta al trauma, Maya. No pienses en ello, se decía.

    La última noche que pasaría allí según los doctores, poco después de la cena, y ya desconectada completamente de toda maquinaria, decidió pasearse por los pasillos del hospital. A mucha gente le daban mal rollo, pero lo cierto es que para ella era solo un edificio brutalista más, parecido en cierto modo a las oficinas donde trabajaba. Recorrió los pasillos tenuemente iluminados por las luces fluorescentes que quedaban encendidas cuando la hora de visita acababa, la sala de espera de las consultas de día vacías, la cafetería cerrada y la entrada a los laboratorios, que también estaba vacía salvo por una de las salas de extracción, que estaba entreabierta y de la que salía luz. Dentro, dos personas tenían una conversación, pero ella no lograba escuchar lo que decían. Cuando ib a a dar la vuelta para volver a su cuarto una de las personas salió del interior.

    Era un hombre alto, de cabello oscuro y con un corte estilo años 20, más largo por arriba que por los lados. Llevaba una gabardina color camel cerrada, unos pantalones de traje gris marengo, zapatos de vestir que parecían casi a estrenar y una nevera médica con el logo del hospital impreso a un lado. Maya se quedó de piedra al verlo, aunque él no reparó en ella. Era el hombre de su sueño.

***

    —Llegas temprano —dijo Ethan a su compañero conforme este cruzaba la puerta.

    Viktor puso los ojos en blanco y dejó su abrigo en el espaldero de la butaca antes de sentarse él.

    —Ha sido un día complicado. Llevo despierto desde el atardecer —dijo Viktor—. Seguimos investigando lo de la criatura.

    Ethan lo miró de reojo mientras recogía las bolsas de sangre y las ponía en la nevera portatil del hospital.

    —No era uno de vosotros, definitivamente —afirmó Ethan—. Quizá sólo le interesaba ella en concreto. Igual tenía asuntos pendientes.

    —No tendría ningún sentido que fuera uno de nosotros, Ethan. Por mucho que estuviera en contra del velo sería estúpido exponerse así ante un desconocido, más si luego no te vas a alimentar —. Viktor se encogió de hombros—. Yo vine a visitarla para comprobarlo, habría olido el rastro. Aunque solo tuviera algo contra ella y no dé más problemas necesitamos saber qué criaturas deambulan en nuestra ciudad.




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