Cuando el sol se esconde

4

  Maya sabía que tenía que reaccionar rápido si quería decirle algo, pero lo cierto es que no tenía claro qué decirle. No tenía sentido su obsesión con él pero sin embargo no podía evitarlo. Ahora que lo tenía delante no había duda de que el sueño había sido todo el rato sobre la misma persona.

   —¿Viktor? —dijo con la voz entrecortada Maya.

   El hombre se dio la vuelta y la miró con una expresión de incertidumbre, como si no supiera si se estaba dirigiendo a él. Maya pensó que igual aquella noche no le había dado su nombre real.

   —¿Si? —se limitó a contestar él, claramente sin saber cómo llevar la situación.

   —¿Eres el doctor que me trató la otra noche, hace poco más de una semana, cuando me ingresaron de urgencia en la madrugada? — Maya fingió no estar segura de que era él para no parecer una lunática, aunque se sentía como una— ¿Viste algo de lo que me pasó?

   El hombre se quedó pensativo unos instantes. No parecía tener muy claro lo que iba a contestarle.

   —No puede ser, no soy médico. Yo sólo llamé a emergencias. —dijo el hombre con una sonrisa tranquilizadora—. No vi lo que pasó, lamento decirte. Estaba todo muy oscuro.

   —Pero yo recuerdo haber visto que mirabas detrás de mí —dijo Maya—. Justo después ya no recuerdo nada más, pero tu cara la recuerdo.

   La otra persona que había en la habitación salió en ese momento a escuchar lo que decían. Era un enfermero del hospital, o al menos llevaba el uniforme correspondiente. Intercambió una mirada con el hombre de la gabardina y se encogió de hombros con una sonrisita.

   —Puede que me pasara por alguna habitación a recoger unas cosas —concedió Viktor para apartar su atención del incidente del club— pero no te traté, de eso puedes estar segura. No soy médico.

    —Quizá fue un mal sueño — intervino el enfermero—. Yo a usted la recuerdo, vino en muy mal estado y estuvo muy medicada.

   Por loco que pareciese todo, Maya tenía cada vez más la sensación de que esto era algún tipo de complot o conspiración. Además, no se le había pasado por alto cómo evitaba responder cosas sobre el incidente.

   —Creo que deberías volver a tu habitación y descansar —. El hombre de la gabardina miró al enfermero y señaló a Maya con la cabeza.

   —Claro, señorita, deje que la acompañe, por favor.

   Maya se dispuso a replicar algo al enfermero, pero antes de poder decir nada Viktor ya se había ido. Había ocurrido todo tan rápido que pareció haberse volatilizado.

   Pensativa, volvió a su habitación. No sabía qué podía hacer. Quería investigar la situación, buscar información sobre Viktor, y qué relación podía tener con el hospital si no era médico ni enfermero. Quizá podría hacerlo desde la oficina una vez le dieran el alta. Si tan solo pudiera conseguir su nombre real...

                                                                                       ***

   Los días que siguieron hasta recibir el alta los pasó pensando en el último encuentro con aquel hombre. Por algún motivo, su obsesión crecía conforme llegaba la noche. En el taxi que la llevó de vuelta a la vida cotidiana no paró de pensar qué iba a hacer a hacer en su apartamento sin poder recorrer los pasillos del hospital buscándolo.

   Su apartamento estaba tan desordenado como cuando se había ido. El maquillaje desparramado por el tocador, la caja de pizza sin tirar en la encimera de la cocina y la cama adornada con los tres o cuatro modelitos que se había probado antes de elegir el que finalmente había llevado. El panorama era depresivo y desolador, pero tenía cosas más importantes que hacer. Ignoró el lamentable estado de su hogar y entró directamente al despacho y encendió su ordenador.

   Si ese hombre trabajaba allí o trabajaba para alguna empresa asociada o el gobierno local ella podría encontrarlo en la base de datos. No tenía un nombre, pero no le importaba cuánto tiempo pudiera llevarle y además tenía una idea de con qué departamentos estaba relacionado, además, recordaba su cara nitidamente después de su último encuentro. Su mandibula marcada, su nariz fina y estilizada, sus ojos azules y despiertos... Suspiró. Era como un embrujo. 

   El trabajo de aquella la noche había sido completamente infructuoso pero no se desanimó. Se consideraba buena en su campo, pero sabía que la tarea era tediosa y no podía hacer tampoco milagros.

   Ella siempre había sido muy fiestera, muy de vivir la noche, pero desde que había vuelto del hospital su vida consistía en ir al trabajo, volver y ponerse con su investigación, comer y dormir. Quizá fuera una respuesta al trauma de la agresión. La policía no había resuelto nada todavía. Sus compañeros de trabajo y amigos le insistían en que debía visitar un psicólogo, pero ella no sentía que tuviera la necesidad.

  —Vamos a salir a comer después del trabajo los chicos y yo —dijo Tonny con una sonrisa—, por si te quieres venir.

   —Tengo muchas cosas pendientes, quizá otro día, ¿de acuerdo? —Maya se sentía culpable de mentirles, más sabiendo que creerían que era por el incidente y no insistirían.

   Esa misma tarde volviendo del trabajo se le ocurrió una estúpida idea para encontrarlo. Una tan estúpida que solo podía ser o la mejor idea que había tenido nunca o la peor. Podría funcionar perfectamente o llevarla derechita a la cárcel. Sea como fuera, pensó, el riesgo merecía la pena.

                                                                                              ***

   —Buenas tardes, quería presentarme como voluntaria —Maya sonrió a la mujer detrás del mostrador—. Soy informática, trabajo en una empresa del sector.

   —¿Voluntaria para donar sangre o para trabajar aquí? —contestó la mujer con desgana.

   —Para trabajar. Verá, hace poco estuve ingresada y me siento muy agradecida con el hospital. Sé que hace falta personal para reparar los equipos, quizá hacer recados o ayudar a la gente que dona sangre, no sé.




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