Ethan había estado en el almacén, aislado por el ruido y el laberinto de cajas. Solo al salir, con una caja pesada entre las manos, escuchó la voz firme y serena de Viktor resonando en la recepción.
—Ay, dioses… —murmuró Ethan, soltando la caja y corriendo hacia el mostrador.
El panorama era un desastre: sangre por todas partes, el cristal hecho añicos, Maya arrinconada contra la pared y Viktor sujetando al vagabundo ensangrentado, que apenas se mantenía consciente.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Ethan, la voz casi un susurro, temiendo lo peor.
La pregunta pareció hacer reaccionar a Maya, que rompió a llorar, todo el miedo y la tensión desbordándose de golpe.
—¡Llama a seguridad, Ethan! —ordenó Viktor, lanzándole una mirada significativa hacia la sangre.
Ethan se apresuró a pulsar el botón de alarma bajo el mostrador y luego fue a ayudar a Viktor. El agresor, ya sin fuerzas, solo gemía.
—Creo que está perdiendo demasiada sangre —murmuró Ethan.
—¿De verdad? —bufó Viktor.
—Deberías salir de aquí —le sugirió Ethan—. Métete en la sala de extracción. Yo me encargaré de dar la versión.
Viktor dudó un segundo, luego asintió. Pero antes de irse, se acercó a Maya y le tendió la mano. Su voz fue sorprendentemente suave.
—Ven conmigo. No te conviene quedarte aquí.
Maya, aún temblando, asintió y se dejó guiar como si fuera otra persona. Su mano en la de Viktor estaba helada.
—Toma, una tila —dijo Ethan, entregándole una taza a Maya—. Siento que hayas pasado por esto. No escuché nada, estaba en el almacén.
Maya cogió la taza, intentando calmarse. No quería hablar más. Ya lo había contado todo a los de seguridad, y a la policía que vino a llevarse al atacante.
—Deberías tomarte la noche libre. Yo cubro el turno —le ofreció Ethan—. Puedo explicar lo que pasó. Incluso podrían darte unos días libres.
—Te acompaño a casa si quieres —interrumpió Viktor.
Ethan y Viktor intercambiaron una mirada que Maya no supo descifrar. Dudó. ¿Era seguro dejar que él la acompañara? Llevaba tanto tiempo buscándole, pero después de todo lo que había averiguado, también le tenía miedo.
—No hace falta —contestó, bajando la vista.
Viktor arqueó una ceja, sorprendido. Ethan también pareció quedarse corto de palabras.
—Con Viktor estarás segura —insistió Ethan—. Es más fuerte de lo que parece.
—Bueno, la primera vez no pudo hacer mucho, ¿no? —dijo Maya, amarga.
El silencio se hizo denso. Tenía razón, pero Viktor no podía explicarle por qué.
—Déjame acompañarte —insistió Viktor al fin—. Y si quieres, te explico lo que pasó aquella noche. No será fácil de entender.
—No me importa —respondió Maya, ahora más entera.
—Vamos en mi coche. Puedes volver mañana, a plena luz, a por el tuyo.
El coche de Viktor era puro lujo, tapicería perfecta y ese logo de Aston Martin que Maya solo había visto en películas. Mientras él conducía en silencio, Maya tamborileaba el brazo de la puerta para ocultar su impaciencia. Viktor había prometido explicarse, pero no soltaba prenda.
—¿Conoces a quien me atacó? —preguntó por fin, sin mirarle.
—No.
—¿Pudiste verle?
—No —respondió Viktor. Por primera vez, la voz le tembló, aunque apenas se notaba.
Maya lo estudió de reojo, pero él seguía concentrado en la carretera.
—¿Tienes alguna relación con todo esto? —soltó, sin aire.
—No… creo —admitió Viktor tras una pausa—. Si tengo alguna, la desconozco. Y, por ahora, nadie me ha mordido el culo otra vez.
Maya asintió despacio, ordenando sus ideas.
—Sé que has descubierto “errores” en las cuentas del banco de sangre del hospital —dijo Viktor, adelantándose—, pero te aseguro que no es lo que parece. Nuestros motivos no son malos.
—¿Cuáles son esos motivos? —preguntó Maya, directa.
Viktor tragó saliva y aparcó justo delante del portal de ella.
—Te acompaño hasta arriba, si quieres —dijo, esquivando la pregunta.
Maya estuvo a punto de negarse, pero recordó el miedo de esa misma noche en el rellano y asintió.
Subieron por las escaleras; Maya eligió evitarlas, por si acaso. Lo que más le llamó la atención fue que, a diferencia de ella, Viktor no parecía cansarse. Ni jadeaba. Ni siquiera el más leve temblor en la respiración.
Llegaron a su planta y Maya se tensó. Todas las luces del edificio habían funcionado, menos las de la séptima. Sacó el móvil y encendió la linterna.
—Quédate detrás de mí —le susurró Viktor al oído, helándole la sangre.
Ella apenas veía nada, pero él avanzaba como si conociera el camino de memoria. De repente, se oyeron ruidos metálicos delante. Maya se paralizó. ¿Un arma? ¿Quién?
No tuvo tiempo de pensar. Sintió cómo la empujaban con una fuerza sobrehumana contra el suelo, y entonces, tres disparos iluminaron el pasillo en ráfagas cegadoras. Por un instante, alcanzó a ver la silueta de Viktor… o de algo más.