Cuando el sol se esconde

13

   Maya despertó cuando la luz del sol la hizo despertar. Debía de ser por lo menos las doce del medio día. Por un momento se sintió desorientada en aquella habitación extraña y lujosa, hasta que todos los recuerdos volvieron de golpe.

   La noche anterior se había dormido en los brazos de Viktor, pero ya se imaginaba que en la mañana no estaría. A pesar de los nervios y el terror que había pasado, abrazada a él había dormido sin problema alguno. Lo último que recordaba antes de dormirse es haber sentido como las manos de él habían recorrido su espalda y cintura en dulces caricias. Pensar en ello, ahora que estaba sola, hacía que se ruborizara.

   En la puerta de la habitación había un post-it: "Sé libre de recorrer la casa durante el día, pero no me despiertes si no es urgente. He dejado comida para ti en la cocina y un juego de llaves en la entrada por si quieres salir. Vuelve antes del anochecer. Viktor". La letra era pulcra y cuidada, en cursiva. 

   Antes de salir de la habitación Maya se dio una ducha rápida y se cambió de ropa. La cocina era amplia y moderna. Con encimeras blancas y muebles grises. La estancia, al igual que el resto, era muy luminosa. Maya se preguntó para qué quería tanta cocina si él no comía. Encima de la encimera había una bolsa de papel de una cadena rápida con una botella de agua, un café, leche aparte y un par de bagels, uno dulce y otro salado.

   Llevada por la curiosidad, Maya se dedicó a abrir cajones y probar electrodomésticos. Una parte de ella había creído que eran de decoración, pero no. Todos los electrodomésticos funcionaban, incluido la nevera, que estaba llena de bolsas de sangre. Maya se apresuró a cerrarla y eso puso fin a sus deseos de exploración. Cogió un plato y unos cubiertos de uno de los armarios y se fue a comer al gran salón. Había una TV enorme en la estancia, pero las vistas de la ciudad desde el ventanal le parecieron más apetecibles.

   Después de su copioso desayuno, tenía más hambre de la que había calculado, decidió volver a investigar la casa. Descubrió más habitaciones, más baños, una biblioteca inmensa en la que se entretuvo un buen rato, había libros con siglos de historia, y casi imposibles de entender para el lector moderno, y también modernos y actuales. La última habitación que visitó fue un despacho con un ordenador. Estuvo tentada de encenderlo y echarle un ojo, pero lo consideró mala idea. Ni siquiera sabía si había cámaras vigilándola.

    En ese momento, absorta en sus pensamientos, el timbre de llamada de su teléfono le dio un sobresalto.

    —La madre qué... —dijo a la habitación vacía.

   Al ir a contestar se dio cuenta de que tenía como diez llamadas perdidas y también unos cuantos mensajes. No había pensado en ello en todo el día, pero no se había presentado al trabajo.

   —¿Diga? —dijo descolgando el teléfono.

   —¡Oh gracias a Dios! —gritó Reyes desde el otro lado de la línea— ¿cómo estás? Ya me he enterado. No sabía si te dejaban hablar, pero quería saber cómo estabas.

                                                                              ***

   Maya se quedó en silencio junto al ventanal del comedor hasta el atardecer, esperando a Viktor. Después de la llamada de Reyes tenía mucho que procesar. Cuando el sol ya empezaba a ocultarse detrás de los edificios la puerta que daba a los dormitorios se abrió.

   —¿Has pasado buen día, Maya? —preguntó Viktor al entrar al salón.

   —Pensaba que no podías salir mientras hubiera luz —dijo Maya sin mirarlo.

   —A esta hora sí. Es el único momento del día en que puedo ver el sol, pero no puedo acercarme más.

   Si Maya hubiera mirado en su dirección habría visto que estaba al lado de la puerta, justo en el ángulo perfecto para la cortina descorrida lo tapara con su sombra.

   —He hablado con mi jefa —dijo Maya—¿Qué ha pasado con mi edificio?

   Viktor apartó la vista y suspiró.

   —Ha sido todo muy difícil de cubrir —contestó Viktor en un tono de excusa—. Lo lamento, pero ya no quedaba nadie vivo. Eso no hemos sido nosotros. Nosotros solo hemos cubierto el rastro de lo ocurrido.

   —Tanta gente muerta —. Maya bajó la mirada—. ¿Es culpa mía?

   Viktor quería acercarse a consolarla, pero los últimos rayos de sol del día se lo impedían.

   —Es culpa de quien los asesinó —respondió Viktor con firmeza—, de nadie más.

   Maya lo miró de reojo y se puso en pie, alejándose un poco del ventanal. Tenía todavía el móvil en la mano, y lo apretaba con tanta fuerza que los dedos se le habían puesto rojos.

   —Sé que no confías en nosotros —dijo Viktor mientras avanzaba hacia ella al ritmo que el sol perdía terreno—, pero haremos justicia. Sus muertes no quedarán impunes.

   Viktor tenía, en parte, razón. Maya no confiaba en su organización, pero si confiaba en él, aunque todas las señales del mundo le decían que no era una idea muy inteligente.

   —Hemos recuperado algunas pertenencias tuyas más —siguió Viktor—, pero no todas o habría sido demasiado sospechoso. Las tiene un amigo mío, quería presentártelo hoy.

   —Es... —dijo Maya dejando la pregunta en el aire.

   —Sí, si decides participar en esto conocerás a unos cuantos —dijo Viktor—, pero son todos aliados, no te preocupes.

   Cuando el sol se escondió finalmente Viktor se acercó a ella e hizo un amago de ponerle la mano en el hombro pero en el último instante se lo pensó mejor y le dio su espacio. Entró en la cocina dejándola sola en la estancia.

   Maya lo miró alejarse de reojo y se tiró pesadamente al sofá. Estaba mentalmente exhausta.

   —¿Quieres que te deje sola un rato? —dijo Viktor al volver.

   En la mano llevaba una taza negra. Maya se imaginaba lo que había dentro, pero trató de no pensar en ello.

   —Respóndeme solo una cosa —dijo Maya— ¿Voy a volver a tener una vida normal alguna vez?




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