Viktor no se apartó cuando Maya lo besó, pero tampoco dejó que el momento se descontrolara.
—Maya, no quiero que te arrepientas —murmuró—. Llevas demasiadas emociones encima.
Ella ignoró el consejo y volvió a rozar sus labios, suave, firme. Esta vez fue Viktor quien la siguió, besándola como si hubiera dejado de resistirse a sí mismo. Maya le rodeó el cuello con los brazos y Viktor se inclinó hacia ella, el gesto dulce pero contenido.
Sabía que quizá Viktor tenía razón, pero también sabía que quería tomar sus propias decisiones, incluso equivocarse. Cuando los labios de Viktor bajaron a su cuello, Maya sintió que el mundo desaparecía. Le ayudó a quitarse la chaqueta y la corbata. Notó la piel fría, pero no le importó. Le desabrochó la camisa. Los besos de Viktor siguieron bajando, lentos, por el pecho y las costillas. Sus dedos se entretuvieron en el borde del pantalón, hasta desabrocharlo.
Justo entonces, el timbre retumbó en la casa, sobresaltando a Maya. Viktor resopló con resignación.
—Debe de ser Jack —dijo, recomponiéndose—. Hoy no paramos, ¿eh? Tenemos mucho de lo que hablar.
Maya suspiró y se ajustó la ropa con rapidez. El hechizo se rompió, al menos por ahora. Cuando Viktor abrió la puerta, Jack entró como si fuera su casa.
—Menos mal, pensaba que no me abrías —dijo Jack, directo—. Tú debes de ser Maya. Te he traído unas cosas que creo que echarás en falta. Tengo más en el coche.
Maya tardó en reaccionar y se limitó a sonreír, incómoda, hasta que encontró las palabras.
—Sí, soy Maya… pero no sé a qué te refieres.
—Rescatamos algunas de tus pertenencias, no sé si te lo comenté —explicó Viktor—. Jack es de confianza, le conozco desde hace siglos. Literalmente.
Maya miró a Jack con escepticismo. Él, mucho más moderno en su forma de vestir, parecía más mundano que Viktor.
—Más te vale confiar, porque esta noche vas a conocer a gente mucho menos simpática —advirtió Jack, dejando una caja a sus pies—. Burócratas y snobs, ya verás.
—¿Cómo dices?
—Luego lo entenderás. Tenemos que ir a El Rincón —dijo Jack—. ¿Sabes dónde es?
—¿La galería de arte junto a la avenida del Sereno? —preguntó Maya, algo sorprendida—. ¿La que siempre está cerrada?
—Esa. Hoy hay evento privado —añadió Viktor, sacando entradas del bolsillo.
—¿Hay código de vestimenta? —preguntó Maya, insegura.
—Semiformal o business casual. No te preocupes, Viktor nunca lo cumple —bromeó Jack.
—Ni siquiera llevo un tres piezas —sonrió Viktor, quitándole hierro al asunto.
El trayecto en coche fue silencioso para Maya. Viktor y Jack conversaban, pero ella no lograba escuchar nada; iba repasando mentalmente la posible entrevista que le esperaba.
—Hemos llegado —anunció Viktor, aparcando junto a la galería.
En la puerta, el aparcacoches y dos guardias armados la pusieron aún más nerviosa. Jack les pidió que esperaran, fue a por las entradas.
Viktor puso una mano en el hombro de Maya, cálida y tranquilizadora.
—Va a salir bien —le susurró.
Por dentro, la galería era más pequeña de lo que Maya imaginaba. Las paredes lucían cuadros recientes de estilos muy distintos. En el centro, una escultura de bronce: una mujer mordía el cuello de un hombre que tenía expresión de placer. Maya se sintió incómoda con la escena.
—Es de un gusto atroz —dijo una voz femenina a su lado, tajante—. Una idea manida y muy mediocre, la verdad.
Maya se giró. Una mujer de presencia arrolladora, copa en mano, elegante y segura. Ronda los cuarenta, pensó Maya, pero los lleva con más estilo que cualquier veinteañera.
—No me he presentado, soy Alessandra, accionista de la galería. No te había visto antes.
—Maya. Trabajo en software. Es mi primera vez aquí. Ni siquiera sabía que esto abría.
Alessandra sonrió con media mueca.
—Abrimos casi a diario, pero solo para un círculo muy cerrado —dijo antes de beber un sorbo—. Puedes beber y comer lo que quieras, pero no toques nada de las bandejas rojas.
Maya iba a preguntar, pero Alessandra ya se alejaba a hablar con otros invitados. Viktor la alcanzó enseguida.
—No quería interrumpir —dijo él, bajando la voz—. Acabas de hablar con una de las personas más influyentes de aquí.
—¿No es solo una galerista?
—Para nada. Alessandra es los ojos y oídos del Virrey en la ciudad.
—¿El Virrey…?
—Piénsalo como un alcalde. Pero con más poder del que imaginas.
En ese momento, Jack regresó y los rodeó con un brazo.
—¿Lo estáis pasando bien? Espero que sí, porque toca subir al despacho de arriba. La reunión nos espera.