Cuando el sol se esconde

14

  Viktor se dejó besar unos instantes antes de reaccionar. No la rechazó, pero no dejó que la situación escalara.

   —Maya no quiero que te arrepientas de la situación —dijo Viktor—. Creo que hay muchas emociones distintas conviviendo ahora mismo en tu cabeza.

   Maya ignoró su advertencia y volvió a rozar sus labios con suavidad.  Viktor no se movió del sitio al principio, pero cuando ella se alejó él se inclinó en su dirección y comenzó a besarla. Maya enroscó los brazos en su cuello. Viktor se apoyó con suavidad en ella.

   Probablemente Viktor tenía razón, o eso pensaba Maya, pero eso no significaba que ella no fuera dueña de sus propias decisiones. Sus errores eran de ella. Los labios de Viktor bajando por su mentón hasta la clavícula interrumpieron cualquier pensamiento.

   Maya ayudó a Viktor a deshacerse de la chaqueta del traje y, no sin esfuerzo, de la corbata. No estaba acostumbrada a quitar corbatas. La piel de Viktor estaba fría, pero en el calor del momento ella no lo notaba. Maya comenzó a desabrochar la camisa de su compañero.

    Los labios de Viktor continuaron bajando, de la clavícula al pecho, del pecho a las costillas y de ahí hasta el borde de su pantalón. Maya contuvo la respiración. Un escalofrío de placer recorrió su columna vertebral. Los dedos de Viktor juguetearon con el botón del pantalón de Maya, desabrochándolo al final.

   En el momento en que la mano de Viktor se deslizó por la apertura del pantalón el timbre de la casa hizo dar un saltito a Maya. Viktor suspiró con resignación.

   —Debe ser Jack —dijo Viktor colocándose la ropa—. Había quedado con él. Tenemos muchas cosas de las que hablar los tres.

   Maya asintió con la cabeza. No sonaba bien, pero no había nada que pudiera hacer. Viktor se acercó a la puerta y esperó a que Maya estuviera completamente vestida para abrir.

   —Estamos sin tiempo y tú que no me abres —dijo Jack, entrando sin preguntar—. Tú debes de ser Maya, te he traído algunas cosas que he pensado echarías en falta. Tengo más en el coche.

   Maya no supo qué contestar al instante y sonrió con incomodidad hasta que pudo encontrar las palabras.

   —Sí, soy Maya —dijo intercambiando la mirada entre Jack y Viktor—, pero no sé a qué te refieres.

   —Rescatamos algunas de tus pertenencias, no sé si te lo dije —aclaró Viktor—. Este es Jack, forma parte de esta investigación también. Lo conozco desde hace siglos, puedes fiarte de él completamente.

   Jack dejó una caja de cartón enfrente de Maya. Ella se preguntó si Viktor estaba hablando en serio o de forma figurada. Desde luego, Jack vestía mucho más actual que Viktor.

   —Más te vale, porque vas a conocer a un montón de gente que no te va a parecer tan agradable esta misma noche —dijo Jack con un tono serio—, burócratas y snobs.

   —¿Cómo?

   —Es una historia muy larga de contar, pero necesito que vengáis conmigo a El rincón —dijo Jack— ¿Lo conoces, Maya? Junto a la avenida del Sereno.

   —¿La galería de arte? —preguntó Maya— ¿La que está siempre cerrada?

   —Esa misma. Hoy hay un evento privado —dijo Viktor sacándose unas entradas del bolsillo—. Por suerte para vosotros, tengo entradas.

   —¿Hay código de vestimenta? —preguntó Maya.

   —Semiformal o business casual, podríamos decir —. Jack se encogió de hombros—. No te preocupes, Viktor no lo va a cumplir.

   —Ni siquiera llevo un tres piezas —dijo Viktor, mirándose—. Creo que voy bastante casual.

                                                                                 ***

   Maya guardó silencio durante el trayecto en coche. Se sentía como yendo a una entrevista de trabajo, hasta se había vestido como para una, solo que de esta entrevista igual dependía su vida. Viktor y Jack charlaban, pero ella no era capaz de prestar atención a ninguna conversación.

   —Hemos llegado —dijo Viktor aparcando el coche justo en la puerta de la galería.

   En la entrada había un aparcacoches, que se acercó a ellos inmediatamente, y un par de guardias de seguridad armados. Maya sabía que en los museos había seguridad, pero era la primera vez que veía guardas armados a la entrada de unos, más tratándose de una galería en apariencia pequeña.

   —Voy a dar las entradas, esperadme aquí —dijo Jack sacándose las entradas de un bolsillo y alejándose de ellos.

   Viktor se acercó a Maya y puso una mano en su hombro, tratando de darle fuerzas de alguna manera. Notaba su nerviosismo.

   —Va a salir todo bien —le susurró al oído.

   El edificio, por dentro, no era mucho más grande de lo que Maya había imaginado. Las paredes estaban decoradas con cuadros de distintos estilos y autores, iban desde lo abstracto al impresionismo y todos parecían recientes. En el centro de la sala había una escultura de bronce de una pareja desnuda abrazándose. La mujer mordía el cuello del hombre, y este tenía una expresión de placer en el rostro. A Maya le incomodaba la escena.

   —Es de un gusto terrible —dijo una mujer a su lado, intercambiando la mirada entre Maya y la estatua—. No sé por qué lo han traído. Es una idea muy manida y la ejecución mediocre como mucho.

   Maya miró a la mujer con curiosidad. Llevaba una copa de vino tinto, o algo similar, en la mano y su porte y estilo no dejaban dudas sobre su estatus social. Debía rondar los treinta y muchos o cuarenta y pocos, pero los llevaba con más gracia que muchas veinteañeras.

     —No me he presentado —dijo la mujer—. Soy Alessandra. Una de la accionistas de la galería. No te había visto por aquí antes.

    —Yo soy Maya —contestó—. Trabajo en una empresa de software y recuperación de datos. Es mi primera vez aquí. Nunca la había visto abierta, para ser sincera.

   La mujer sonrió y asintió con la cabeza.

   —Abrimos casi todos los días, pero para un grupo muy concreto y limitado de la sociedad —dijo antes de dar un sorbo a su copa—. Te voy a tener que dejar de momento, tengo otros invitados que atender. Puedes beber y comer lo que quieras, pero no te recomiendo coger nada de las bandejas rojas.




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