Cuando el sol se esconde

15

 

   Los pasillos de personal de la galería hacían sentir claustrofobia a Maya. No había nada decorativo en ellos. Baldosas blancas en paredes y suelo, fluorescentes en el techo y puertas grises a ambos lados, sin ventanales y sin marcar. A pesar del ruido de fuera lo único que podía oír eran sus pisadas y las de sus acompañantes. No se le escapaba que no era la única que parecía tensa en esa situación.

   Jack abrió una puerta al fondo y les indicó que avanzaran. Había unas escaleras destartaladas que subían, y bajaban, hasta donde la vista alcanzaba. Por fuera la galería sería pequeña, pero sin duda el edificio que la contenía pertenecía enteramente a esta organización.

    —Menudo sótano tiene que haber—comentó Maya.

    —Conecta este edificio con el de la otra esquina, no te digo más —contestó Jack por lo bajo mientras comenzaba a subir.

   Viktor hizo un gesto para que guardaran silencio y se adelantó a ellos, abriendo una puerta dos plantas más arriba y dándoles paso. El ambiente en ese pasillo era más acogedor. Había ventanas y las paredes no eran enteramente blancas. Al fondo, una doble puerta blanca con relieves en un tono más oscuros estaba vigilada por dos personas armadas. Maya tragó saliva. Antes de que llegaran, uno de los guardias abrió una de las puertas y les hizo un gesto con la cabeza para que entraran.

   En la estancia había dos personas. Alessandra y un hombre rubio de unos treinta años al que Maya no conocía de nada. Conversaban distendidamente, o al menos eso aparentaban. La estancia era un despacho, decorado estilo Luis XV. Muy recargado para Maya, pero caro sin duda. Con Cortinas de techo a suelo en colores claros y bordados que parecían de oro. Muebles tallados y decorados a extremo. En cualquier otra situación Maya podía haber disfrutado las vistas, pero en sus circunstancias actuales sentía que estaba en un manicomio.

   —Mira, Bastien, esta es la chica de la que te estaba hablando. Ven que te la presento —dijo Alessandra levantándose de su asiento y acercándose a recibir a sus invitados.

   —Ah sí, la informática —dijo el hombre poniéndose de pie y tendiendo la mano a Maya, que dudó unos instantes antes de estrechársela— Yo soy Bastien Dubois. Dirijo, junto a Viktor al que ya conoces, las operaciones más delicadas de esta pequeña comunidad. Toma asiento.

   Al igual que Viktor, había algo en Bastien que resultaba raro para el ojo actual. No iba vestido como un noble de hacía tres siglos, pero había algo en él que parecía indicar que no entendía, o quería entender, la moda actual. Quizá fuera el corte del traje, la tela o un conjunto de pequeñas cosas. Su expresión era severa, y parecía tener tan pocas ganas de estar aquí como la propia Maya, solo que sin todo el miedo que ella tenía en el cuerpo.

   —¿Qué fue lo que viste la noche que te ingresaron? —preguntó sin rodeos.

   —Nada —dijo Maya cuando pudo reaccionar—. Sentí que algo me caía y luego que el mundo se oscurecía, pero no vi nada. Ni una sombra.

   Alessandra y Bastien intercambiaron miradas, luego la mujer sacó un dossier con una serie de fotos, que Maya habría creído que estaban sacadas de películas de serie B, aunque bastante realistas.

   —¿Te suena haber visto algo de esto aunque sea en sueños?

   —En las películas —contestó Maya, casi con incredulidad.

   —Si hubiera sido cualquiera de estas cosas yo las habría visto —añadió Viktor—. Ninguna es tan lista para ocultarse así de bien.

   —Ningún humanoide debería ser tan tonto para atacar rodeado de gente y con tu olor en la escena —replicó Bastien.

   —Quizá sea alguien que no conoce nuestras normas, o algo que no hayamos visto —dijo Alessndra.

   —Pensaba que ese era el motivo de la reunión —. Jack miró al resto de interlocutores.

  Maya guardó silencio mientras ellos debatían. Lo que no sabía es qué pintaba ella en este asunto. No tenía más información que la que ya había dado.

   —No digo que no lo sea, pero las personas que intentaron eliminar a Maya después en su casa eran como nosotros —dijo Viktor—. Ella misma puede contárnoslo.

  —Yo no sé qué pinto aquí, para ser sincera —se atrevió a decir por fin.

   Hubo unos instantes de silencio antes de que Bastien se dirigiera a ella finalmente.

   —Tienes unos conocimientos informáticos que nos pueden resultar muy interesantes, especialmente teniendo en cuenta que puedes actuar de día —dijo Bastien.

   —Tenemos un equipo de informáticos, por supuesto —añadió Alessandra—, pero siempre viene bien alguien más, y tú tienes un currículo interesante sin antecedentes penales, cosa rara en gente de tu experiencia en este mundo.

   —¿Qué tendría que hacer?

   —Si hay humanos y vampiros colaborando con quien te atacó deben tener un rastro digital que nos pueda llevar hasta el origen—dijo Bastien.

   Se inclinó hacia un lado y cogió una caja dentro de un cajón de su escritorio que le tendió a Maya. Dentro había como diez smartphones.

   —¿Puedes sacar información de estos teléfonos sin tener la contraseña? —preguntó Alessandra—. Te pagaremos, por supuesto.

   Maya miró los móviles. Algunos estaban rotos, pero otros estaban en perfecto estado en apariencia.

   —¿Para cuando tengo que tenerlos listos?

   —¿Para cuando puedes? —preguntó Bastien.

   Maya sabía que esta tarea podía hacerla cualquiera con conocimientos del tema. Era algo rutinario hasta para la policía, pero pensaba que querían ponerla a prueba de alguna manera y sus compañeros, aunque no lo dijeron, también lo pensaban.

   La vuelta al apartamento la hizo en silencio, concentrada en sus pensamientos. Oía, de fondo, como Viktor y Jack hablaban de cosas que no iban con ella, y ellos parecieron entender que no le apetecía hablar y no la intentaron incluir.

   —Yo me despido aquí, chicos —dijo Jack—. Las otras cajas están en el maletero.




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