El ambiente en el despacho había cambiado. La luz era cálida, el atardecer pintaba reflejos dorados sobre el mármol oscuro y la respiración de Maya, al principio tensa, se había vuelto casi acompasada con la de Viktor. Sentada frente a la pantalla, sentía de vez en cuando la mirada de él posarse en la curva de su cuello, o el roce accidental de su hombro contra el de ella cuando revisaban algo juntos.
Trabajaron en silencio durante más de una hora, intercambiando de vez en cuando frases cortas, susurradas, como si temieran romper el hechizo del momento. Cada vez que Maya encontraba un hilo nuevo en la investigación, Viktor se acercaba para mirar la pantalla y su proximidad era tan intensa que el aire parecía cargarse de electricidad.
En una de esas, mientras revisaban las últimas coordenadas marcadas por uno de los móviles, Maya giró la cabeza y se encontró a apenas un palmo del rostro de Viktor. Él la miraba con una mezcla de admiración y algo más difícil de descifrar.
—Eres mejor que cualquiera de los nuestros en esto —murmuró Viktor, y Maya notó el leve temblor de su voz, como si también a él le costara mantener la compostura.
—¿Eso es un cumplido? —susurró Maya, clavando sus ojos en los de él.
—Eso es un hecho —contestó Viktor.
Maya sonrió, pero en lugar de apartarse, se inclinó hacia él con naturalidad, como si fuera lo más lógico del mundo. El silencio entre ambos no era incómodo, sino una pausa cargada de posibilidades.
—Si vamos a esa fábrica esta noche —dijo ella, en voz muy baja—, quiero estar preparada. No me gusta no saber a lo que me enfrento.
—Yo tampoco —admitió Viktor.
Por un momento, el único sonido fue el zumbido lejano de la ciudad, allá abajo, y el eco de sus propias respiraciones. Viktor levantó la mano y, con la yema de los dedos, apartó un mechón de pelo del rostro de Maya. El gesto fue tan suave que apenas lo notó, pero la piel se le erizó donde la había tocado.
—¿Y si no volvemos? —preguntó Maya, casi como una provocación, aunque había un temblor genuino en su voz.
—Siempre hay riesgo —dijo Viktor, acercando sus labios a la sien de Maya, apenas rozándola—. Pero no dejaré que te pase nada.
Maya sintió cómo el calor le subía por el cuello. En ese momento, entre la tensión y el cansancio, todo lo demás desapareció. Se giró en la silla, quedando de frente a él. Viktor apoyó una mano en el reposabrazos, cercándola, pero sin apurarla. Esperó.
Maya fue la que acortó la distancia. Lo besó despacio, primero con duda, luego con hambre, como si necesitara convencerse de que aquello era real. Viktor respondió igual, primero cauto, luego entregado. No había urgencia, sino una tensión contenida, una calma peligrosa.
La mano de Viktor buscó la nuca de Maya, sus dedos jugando con el nacimiento del cabello, mientras la besaba con una dedicación que desarmaba cualquier defensa. Los besos se volvieron más profundos, más intensos, hasta que Maya, medio riendo, medio jadeando, tuvo que apartarse un poco.
—Tenemos que prepararnos —dijo, y le costó reconocerse en el tono de su voz.
Viktor la miró con una intensidad nueva. La sombra de sus colmillos asomó apenas un segundo, pero Maya no retrocedió.
—Quiero que te prepares conmigo —dijo ella, en un susurro.
La noche caía sobre la ciudad. Antes de salir, compartieron la ducha y la habitación, pero no hubo palabras innecesarias, solo miradas, roces, y esa mezcla de deseo y miedo que hace que todo sea más vivo, más real. Viktor le mostró cómo ajustar la funda del cuchillo que debía llevar bajo la ropa, cómo sujetar la linterna, cómo moverse sin ser vista. Sus manos recorrían la piel de Maya con la excusa de ayudarla, pero cada contacto dejaba tras de sí una estela de fuego.
Cuando salieron al vestíbulo, Maya tenía el pulso desbocado y la mente lúcida. Nunca se había sentido tan vulnerable, ni tan fuerte. Viktor, con la camisa todavía húmeda en la espalda y el cabello desordenado, la miraba como si pudiera leer en ella todos los secretos del mundo.
—Lista —dijo Maya, cerrando el último botón del abrigo.
—Ahora sí —contestó Viktor, ofreciéndole la mano.
Y juntos, en la penumbra, salieron a buscar respuestas.