Cuando el sol se esconde

21

Maya no sabía quién había comenzado a besar al otro primero. Quizá ella. Quizá él. O quizá siempre habían estado buscando un punto exacto en el que encontrarse, sin siquiera darse cuenta.

El portátil quedó olvidado en la mesa, los teléfonos conectados seguían drenando secretos. Afuera, la ciudad caía en penumbra y el último reflejo anaranjado del sol proyectaba sombras largas en el salón.

Viktor la tomó de la cintura, tirando con suavidad, guiándola a su regazo. Maya dejó escapar un suspiro entrecortado cuando notó la firmeza de sus brazos y el frío agradable de su piel.
—Nunca estás caliente —murmuró ella con un estremecimiento.
—Tú tienes suficiente fuego para los dos —replicó Viktor, su voz grave y suave al mismo tiempo.

Se besaron de nuevo, con más urgencia. Las manos de Maya se deslizaron por su nuca, enredándose en su cabello oscuro, mientras los labios de Viktor descendían por su cuello, probando la línea suave de su piel.

Cada beso era un choque entre el frío y el calor. Un estremecimiento eléctrico que bajaba por la espalda de Maya y estallaba en su vientre. Ella arqueó el cuerpo cuando sintió sus colmillos apenas rozar la superficie de su piel, como una caricia que era casi una amenaza.

Viktor se detuvo. Respiró hondo, con los labios aún apoyados sobre la base de su garganta.
—No hagas eso —susurró él, como si estuviera a punto de romperse.
—¿Qué? —preguntó Maya, apenas conteniendo el jadeo.
—Ofrecerte así. Me lo pones difícil —dijo Viktor, y su voz sonó rota, cargada de deseo y de algo más oscuro.

Ella entendió. Sabía que él podía escuchar el pulso acelerado bajo su piel. Que cada latido le hablaba en un lenguaje más primitivo, más animal. Y sin embargo, había algo hermoso en ese autocontrol.

Maya llevó una mano a su mejilla y la bajó despacio, delineando su mandíbula.
—¿Qué pasaría si no te contuvieras? —preguntó, apenas un susurro.

Viktor tembló bajo sus dedos.
—Podrías no volver a ser la misma —contestó—. Podrías sentirte viva como nunca... o perderte en mí para siempre.

Sus palabras fueron una chispa en su interior. Un vértigo. Una caída. Maya sintió cómo se le tensaban las piernas. Lo deseaba. Lo temía. Y, sobre todo, quería saber.

—Entonces… —dijo Maya, con los labios entreabiertos, sus mejillas rojas y los ojos brillando con algo que parecía fiebre— dime que me pararás si no puedo hacerlo yo.

Viktor abrió los ojos y la miró con una intensidad que dolía.
—Siempre.

Se besaron de nuevo, ahora más lento, más profundo, como si quisieran explorar cada rincón escondido del otro. Viktor deslizó las manos por debajo de la blusa de Maya, rozando su piel, fría y suave, arrancándole un jadeo que se mezcló con el suyo. Ella tiró de su camisa, desabrochándola torpemente, sus dedos temblando más por la excitación que por el miedo.

Él se inclinó hacia ella, presionándola contra el respaldo del sofá. Bajó por su estómago, besándola, saboreándola, y cuando subió de nuevo y sus labios se posaron en la base de su cuello, Maya sintió el mundo desaparecer.

Los colmillos rozaron su piel. Apenas un milímetro de presión. El vértigo la sacudió, como si el suelo se abriera bajo sus pies. Sintió el pulso en las sienes, en el vientre, en cada rincón de su cuerpo.

Su voz salió como un gemido:
—Viktor…

Él se detuvo. Se apartó. Los ojos brillaban con una luz roja tenue, casi imperceptible. Respiraba rápido, aunque no lo necesitara.
—No… no puedo hacerlo —dijo con voz ronca, apartando el rostro de su cuello y apoyando la frente en su hombro.

Maya lo abrazó fuerte. Apretó su cuerpo contra el suyo, sintiendo cómo el frío le arañaba la piel, mezclándose con el ardor en su interior.

—Pero yo quiero… —empezó a decir ella.

—No entiendes… —interrumpió Viktor, casi en un gruñido—. No es solo sangre. Es entrar en ti, en tu mente, en tu alma. Me conocerías más allá de cualquier límite humano. Y yo... podría perderme en ti.

Silencio. Maya lo acarició, pasando los dedos por su nuca, calmándolo.
—Entonces… tendremos que hacerlo a tu manera.

Viktor la besó, con rabia contenida, con ternura feroz. La levantó en brazos con una facilidad que la hizo jadear y la llevó a la habitación de invitados, dejando la puerta entreabierta.

La depositó con cuidado sobre la cama. Ella se aferró a su cuello y lo arrastró consigo, buscando el calor de su boca, el roce de su cuerpo. Él la desvistió con calma, como si cada botón fuera un ritual, una promesa de cuidado. Maya sentía cada roce como una chispa que se encendía en su piel.

El deseo se volvió una corriente eléctrica entre los dos. Cuando la besó entre los muslos, Maya se arqueó y sus dedos buscaron los hombros de Viktor como un ancla. Su voz, rota, le susurró su nombre entre jadeos. Él la adoró con devoción silenciosa, como si cada movimiento fuera un rezo.

Cuando finalmente entró en ella, fue lento. Preciso. Un movimiento que era tanto entrega como conquista. Maya se sintió llena, invadida y amada a un tiempo. Viktor se inclinó hacia ella, sus labios buscándola una y otra vez.

La habitación se llenó de sus respiraciones mezcladas, de gemidos bajos, de susurros urgentes. No había espacio para el mundo exterior, ni para conspiraciones ni cazadores. Solo ellos.

Ella lo sintió vibrar sobre ella, temblar cuando alcanzó el clímax, mordiéndose el hombro de pura contención para no romperse del todo. Ella se rindió a la oleada que la arrastró, sintiéndose viva en un modo que rozaba lo salvaje.

Se quedaron abrazados un largo rato, enredados, respirando el uno en el otro. Viktor besó su frente, sus mejillas, cada rincón.

Cuando Maya abrió los ojos, Viktor la miraba. Sus ojos habían recuperado el tono normal, pero algo profundo brillaba en ellos.

—¿Estás bien? —preguntó con un hilo de voz.

—Estoy viva —contestó Maya, y le sonrió.

Viktor se quedó quieto, escuchando el latido de su corazón. Luego la abrazó más fuerte, como si temiera que pudiera desvanecerse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.