Viktor condujo con precisión milimétrica, como si conociera cada curva antes de verla. Maya apenas podía apartar la vista de la pantalla del portátil, siguiendo el mapa improvisado que había generado con los datos extraídos.
—Está ahí delante —dijo ella, con la voz ronca.
El coche se detuvo en seco frente a un viejo edificio industrial a medio reformar. La fachada estaba cubierta de grafitis y las ventanas superiores parecían tapiadas. Una única farola, parpadeando, iluminaba la entrada principal.
—¿Estás lista? —preguntó Viktor, girando hacia ella.
Maya tragó saliva. Se sentía como si su estómago estuviera lleno de piedras.
—No, pero vamos.
Viktor sonrió con un matiz de orgullo triste. Abrió su puerta y bajó, rodeando el coche en silencio para abrirle a ella. Maya salió y se ajustó la mochila.
—Quédate detrás de mí en todo momento. Si te digo que corras, corres. Si te digo que te escondas, te escondes. —Su tono era tan severo que Maya sintió la piel erizarse.
—De acuerdo —susurró.
Viktor sacó su móvil y envió un mensaje rápido.
—¿A quién? —preguntó Maya.
—Al virrey. Debe saber que localizamos una célula. No quiero que nos manden refuerzos aún; si es una emboscada, quiero asegurarme.
Se acercaron a la puerta lateral del edificio. Viktor giró el pomo con un movimiento firme y silencioso, luego entró agachado. Maya sintió un escalofrío al notar la temperatura más fría del interior. El olor era una mezcla de metal, polvo y algo más que no podía identificar.
La planta baja estaba vacía, llena de escombros y máquinas oxidadas. Subieron unas escaleras de hierro que crujían con cada paso. Viktor se movía rápido, con la pistola preparada, su oído atento a cada susurro.
Al llegar al segundo piso, Viktor se detuvo. Con una mano le indicó a Maya que se quedara quieta. Avanzó hacia un pasillo iluminado por una bombilla débil que oscilaba suavemente.
De pronto, escucharon voces.
—¿Qué coño hacemos ahora? —preguntó alguien, nervioso.
—El jefe dijo que la información tenía que llegar al otro lado antes de que los "guardianes" se movieran —respondió otra voz, más calmada.
Viktor giró la cabeza hacia Maya y le hizo un gesto para que se acercara. Ella obedeció, conteniendo el aliento. Él le señaló la entrada a la sala, donde podían ver al menos cuatro personas reunidas alrededor de un portátil y una caja metálica que parecía contener equipos electrónicos.
Maya se inclinó apenas y susurró:
—Ese es el transmisor, por eso recibimos señales. Están preparando algo gordo.
Viktor asintió, luego le pasó un pequeño transmisor a la mano.
—Si todo se tuerce, aprieta este botón. Avisará al virrey y enviará refuerzos. Pero solo si no regreso.
—Viktor… —Maya lo miró, notando cómo la presión en su pecho se volvía insoportable.
Él no dijo nada. Solo se inclinó y besó su frente con un cuidado tremendo, como si fuera un cristal. Después se apartó y, con un solo impulso, irrumpió en la sala.
El estruendo fue inmediato. Disparos, gritos, el ruido de cuerpos golpeando el suelo. Maya se tapó los oídos y cerró los ojos con fuerza, pero la curiosidad y el terror la obligaron a abrirlos.
Viktor era un torbellino: desarmaba a uno, golpeaba a otro, disparaba con precisión letal. La sangre salpicaba las paredes, y el grito ahogado de uno de los hombres cortó el aire. Maya sintió un vértigo profundo al ver la rapidez, la brutalidad. Era casi inhumano.
Finalmente, Viktor se detuvo en el centro de la sala. Tres cuerpos yacían en el suelo, otro se arrastraba hacia la ventana. Viktor lo tomó del cuello y lo levantó como si no pesara nada.
—¿Quién os envía? —gruñó Viktor.
—¡No… no lo sé! —gimoteó el hombre—. ¡Solo recibíamos órdenes por un canal cifrado… un tal "Mistral"!
—¿Mistral? —repitió Viktor, apretando más.
—¡Sí! ¡Eso es todo lo que sé! ¡Por favor!
Viktor lo soltó y el hombre cayó al suelo, temblando. Maya, todavía temblorosa, se asomó y empezó a revisar el portátil y el equipo.
—Voy a extraer los datos —dijo con voz firme, aunque su mano sudorosa traicionaba el miedo.
Viktor se quedó vigilando. Su camisa estaba rasgada, el pecho manchado de sangre ajena. Aun así, sus ojos se suavizaron cuando miraron a Maya.
—¿Puedes? —preguntó.
—Sí, pero necesito tiempo. —Maya comenzó a conectar su equipo al portátil, sudando frío.
Viktor asintió y se quedó de pie, con el arma lista. Caminaba de un lado a otro como un león enjaulado, vigilando cada sombra.
De pronto, escucharon pasos abajo. Viktor levantó la vista y frunció el ceño.
—No estamos solos.
—¡Me queda un 20%! —jadeó Maya.
Viktor se acercó, puso sus manos sobre sus hombros y bajó el rostro hasta el suyo.
—Confía en mí. Termina esto.
Maya tragó saliva y asintió. Sentía la adrenalina recorrerle el cuerpo como un fuego líquido. Sus dedos volaban sobre el teclado, mientras escuchaba los primeros golpes en la escalera.
Viktor rugió y se lanzó hacia la puerta. Maya alcanzó a ver cómo interceptaba a dos hombres armados, lanzando uno contra la pared con tanta fuerza que se escuchó el crujido de huesos. El otro trató de disparar, pero Viktor lo desarmó y lo empujó al vacío del hueco de la escalera.
Los gritos retumbaban en el edificio. Maya luchaba contra el pánico para no equivocarse en el proceso. Justo cuando completó la descarga, el portátil emitió un pitido agudo. Ella desconectó el USB y lo guardó en su sujetador, su escondite improvisado.
Viktor apareció de nuevo, respirando con dificultad, con el rostro manchado.
—¿Tienes todo? —preguntó.
—Sí… —contestó Maya, jadeante.
Él la tomó de la mano con fuerza y la sacó corriendo. Bajaron las escaleras a trompicones, el metal resonando bajo sus pasos. Una vez fuera, corrieron por el callejón hasta el coche. Viktor arrancó sin dudar, saliendo a toda velocidad.