Cuando el sol se esconde

31

La noche en la ciudad era distinta cuando se sabía perseguido. No importaba cuántas luces se encendieran en las calles, cuántos coches o peatones fingieran normalidad: debajo de esa superficie latía el peligro, acechando en cada sombra. Viktor y Maya cruzaron la puerta del refugio cuando el reloj marcaba las 21:00. En la acera, la vida seguía, pero a Maya todo le parecía más nítido y a la vez irreal, como si hubiera cruzado el umbral de un sueño del que no se podía despertar.

El plan era claro. Primero, contactarían con el virrey a través del canal seguro. No era sencillo: los Descarnados tenían informantes y saboteadores en casi todas partes. Viktor había dejado claro que ningún mensaje saldría de ese refugio, así que se desplazaron a pie un par de manzanas hasta un edificio anodino, donde un buzón digital en una cabina pública servía de nodo. La red de comunicación vampírica era tan anticuada como segura. Maya introdujo la memoria USB con la clave y, en segundos, un código cifrado confirmaba la recepción.

—Ya está —dijo ella, entregando la memoria a Viktor—. Ahora solo nos queda esperar la respuesta.

Mientras tanto, ambos siguieron caminando, mezclándose entre la gente. La ciudad era un tablero, y si algo había aprendido Maya en los últimos días era que no existían los movimientos sin riesgo. Llevaban encima poco equipaje: la bolsa con sangre para Viktor, un par de armas cortas y el portátil de Maya con las pruebas, escondido en una funda de mochila cualquiera.

—¿Crees que responderán esta noche? —preguntó Maya.

—No tengo dudas. El virrey no va a dejar pasar la oportunidad de desmantelar a los Descarnados —contestó Viktor—. Y menos con lo que has encontrado. Eres demasiado valiosa para él ahora.

A Maya no le gustaba sentirse “valiosa” solo por la información o el acceso. Pero tampoco era el momento de discutir sobre su papel. Siguieron caminando hacia el punto de encuentro preestablecido: un aparcamiento subterráneo, antiguo, en desuso, donde los vampiros de la ciudad celebraban sus consejos secretos lejos de la vista humana.

El silencio allí dentro era absoluto. Solo las pisadas resonaban en el cemento. Maya notaba la tensión en los hombros de Viktor, en la forma en que su mano descansaba cerca de la pistola bajo la chaqueta. Él la protegía, sí, pero también se protegía a sí mismo de lo que pudiera estar por venir.

Esperaron quince minutos. Finalmente, un mensaje en el móvil cifrado de Maya: “Zona E-13. No vengáis solos.” Era todo lo que necesitaban saber.

—Vienen preparados —susurró Viktor. Se acercó a Maya, rozándole la mejilla con la mano fría—. Quiero que te quedes cerca de mí en todo momento. Esta gente, incluso los nuestros, pueden ser peligrosos si huelen debilidad o miedo.

Maya asintió, tragando saliva. Tomó su mochila y lo siguió hacia el fondo del aparcamiento. Allí, entre pilares de hormigón y coches cubiertos de polvo, esperaban tres figuras. Una era Alessandra, impasible, con un abrigo largo que parecía absorber la escasa luz. La otra era Bastien, cuya presencia llenaba el espacio de una tensión eléctrica. El tercero era un humano alto y flaco, con la mirada ansiosa y los dedos manchados de tinta: el intermediario, encargado de transferir la información y vigilar la seguridad de la cita.

—Pensábamos que igual no os atrevíais a venir —dijo Bastien, sin rastro de cordialidad.

—No somos tan cobardes —replicó Viktor, entregándole el USB—. Aquí están los archivos. Todos los registros, rutas, listados de donantes, vídeos de vigilancia. Maya encontró algo más: Elise Sinley sigue activa. O alguien usando su nombre y credenciales.

Alessandra miró a Maya con una mezcla de respeto y cálculo.

—Vas aprendiendo deprisa, humana. ¿Puedes asegurar que no queda copia de esto fuera de nuestro control?

—Solo en nubes cifradas, con acceso físico, y la clave está aquí —respondió Maya, señalando su cabeza—. Si quieren borrarlo todo, tendrán que confiar en mí.

Hubo un silencio pesado. Bastien cruzó los brazos, evaluando.

—Bien. Ahora necesitamos el siguiente paso. Viktor, ¿tienes energía suficiente?

—Si hay pelea, lo sabréis pronto —contestó Viktor.

Alessandra hizo un gesto al humano, que sacó un plano de la ciudad y lo extendió sobre el capó de un coche. Varios puntos rojos y líneas subterráneas marcaban túneles, accesos ocultos y lugares de reunión de los Descarnados. Había una dirección señalada: el sótano de una fábrica abandonada cerca del río.

—Los informes apuntan a movimiento esta noche. El objetivo es tomar prisioneros, obtener información de Elise y cerrar la red —explicó Alessandra—. Viktor, tú y Maya vais delante. Bastien y yo os cubrimos. El humano se queda en el coche, es nuestro enlace.

Maya sintió un vértigo frío al saber que la estaban enviando a la primera línea, aunque no era más que una hacker, una analista. Pero Viktor la tranquilizó con una mirada y un apretón de mano.

La fábrica era un bloque de cemento y ladrillo, rodeado de maleza, rejas oxidadas y viejas grúas que proyectaban sombras monstruosas. El grupo se deslizó por una puerta lateral, apenas visible. Dentro, el aire olía a óxido y humedad. Maya activó el modo nocturno del móvil, usando la pantalla como linterna.

No tardaron en oír voces. Al fondo del pasillo, junto a un montacargas en desuso, tres figuras hablaban en voz baja, intercambiando bolsas opacas y paquetes. No eran humanos: la forma en que se movían, la piel pálida, el brillo extraño en los ojos, todo gritaba depredador. Bastien indicó a Viktor con un gesto que se adelantara.

Viktor se deslizó en la sombra como un animal, sus sentidos en alerta máxima. Maya y Alessandra le seguían a cierta distancia. La tensión subía con cada paso. Una de las criaturas olfateó el aire y siseó, alertando a los demás.

—Hay intrusos —susurró con voz rota, apenas humana.

No hubo tiempo para la diplomacia. Viktor se lanzó hacia el primero, moviéndose tan rápido que Maya apenas pudo seguir el movimiento. Bastien y Alessandra entraron en acción casi al mismo tiempo: uno disparando, la otra moviéndose con una gracia letal. Maya, pegada a la pared, retrocedió hasta encontrar cobertura.




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