Cuando el sol se esconde

32

La fábrica quedó en silencio tras el asalto. Solo el eco de la respiración agitada de Maya y el lento crujido de los huesos reacomodándose en los cuerpos de los supervivientes llenaban el aire. Bastien se enjugaba la sangre del labio mientras observaba las cenizas en el suelo con expresión adusta. Alessandra, imperturbable, consultaba el móvil, esperando alguna actualización de sus contactos externos.

Viktor no soltó a Maya hasta que estuvo seguro de que no quedaba ningún enemigo en pie. Por fin, cuando el temblor de ella se calmó, la tomó de la mano y juntos salieron del almacén, dejando atrás los restos de la célula Descarnada.

En el exterior, la brisa nocturna era fría, casi tanto como el silencio en el grupo. Viktor apoyó la espalda contra una vieja viga y cerró los ojos unos segundos. Sabía que el tiempo apremiaba. Las fuerzas enemigas no tardarían en reaccionar, y aunque esa célula había caído, la amenaza principal seguía oculta. Fue entonces cuando el sonido de un motor familiar, ronco y contenido, rompió la quietud.

Un Audi negro se detuvo a escasos metros de la entrada. De él bajó Jack, impecable, el pelo peinado hacia atrás y la mirada tan afilada como siempre. A su lado, la noche parecía perder parte de su oscuridad.

—¿Llegamos tarde a la fiesta o estáis reservando la mejor parte para nosotros? —bromeó Jack, sin perder de vista la tensión en el ambiente.

Viktor, al verlo, soltó por fin el aire que llevaba conteniendo demasiado rato.

—Nunca es tarde cuando vienes a limpiar el desastre de los demás —contestó, con una sonrisa cansada.

Jack se acercó, primero a Viktor, apretándole el antebrazo en ese saludo que solo compartían los que habían visto juntos demasiadas cosas. Luego, su mirada se posó en Maya, evaluadora, pero no hostil.

—Te lo dije —le murmuró Viktor—. Puedes confiar en él más que en nadie.

—Tranquila —añadió Jack, con una media sonrisa—. El mundo está lleno de monstruos, pero algunos hasta tienen sentido del humor.

Alessandra, molesta por la interrupción, intervino rápido:

—Jack, necesitamos asegurar la zona y limpiar la escena. Maya y Viktor deben volver al refugio. Y... no te pierdas: nos vendrás bien si hay represalias esta noche.

Jack asintió y, sin perder el ritmo, sacó un móvil especial del bolsillo interior de su chaqueta.

—El virrey quiere saber cómo ha ido todo. No va a estar contento: no hemos dado con Elise, pero sí con sus cachorros. —Miró a Bastien, luego a Viktor—. He traído refuerzos. El perímetro está controlado.

Maya sintió el peso de la noche por fin caer sobre sus hombros. Había sobrevivido, sí, pero ahora que la acción frenética había pasado, el cuerpo le reclamaba descanso, y la mente buscaba desesperadamente algo en lo que anclarse. Viktor lo notó enseguida.

—Vamos, te llevo de vuelta. Tienes que comer algo, descansar… y sobre todo, pensar en si quieres seguir a mi lado en esto.

Jack se adelantó para cubrirlos en el camino hasta el coche, atento a cualquier movimiento sospechoso. El viaje de vuelta al refugio fue silencioso, cada uno sumido en sus pensamientos. Maya se quedó dormida casi al instante, apoyada en el hombro de Viktor, sintiendo por fin una extraña seguridad entre el caos.

El refugio alternativo estaba oscuro y silencioso cuando llegaron. Jack se adelantó para revisar puertas y ventanas, siempre meticuloso, y luego regresó con el pulgar levantado.

—Estamos solos. He dejado instrucciones a los otros para que no nos molesten esta noche. Aquí podéis respirar tranquilos.

Viktor acompañó a Maya a la habitación, la misma que habían compartido antes. Él se sentó en el borde de la cama, mirándola a los ojos.

—Esta noche has sido valiente, Maya. Has demostrado que no solo eres útil con los ordenadores. Estoy orgulloso de ti.

Ella, todavía aturdida por la adrenalina y el cansancio, solo acertó a negar con la cabeza.

—He tenido miedo todo el tiempo. Y ahora siento… que podría perderlo todo otra vez. A ti también.

Viktor le acarició la mejilla con la yema de los dedos, frío y dulce a la vez.

—Mientras yo esté aquí, nadie te hará daño. —Miró a la puerta, bajando la voz—. Y Jack tampoco lo permitirá. Lo conozco desde que esto era todo campo y las guerras eran con espadas.

Maya sonrió, cansada, pero se permitió una broma:

—¿Así que hay una historia de amor milenaria que me estoy perdiendo?

Jack, que justo entraba en ese momento con un par de mantas bajo el brazo, soltó una carcajada grave.

—No te lo creas, Maya. Si me dieran un euro cada vez que Viktor se mete en problemas por una chica… Bueno, tendría para comprarme otra vida.

La tensión se disipó un poco entre risas. Jack se retiró, deseándoles buenas noches. Viktor se recostó junto a Maya, abrazándola. Por primera vez desde hacía semanas, ella sintió que el peligro podía esperar. La seguridad de estar juntos, de formar parte de un pequeño equipo —aunque fuera un equipo nacido de la sangre y el caos— era suficiente.

El sueño llegó rápido. Maya no supo cuánto tiempo pasó hasta que la despertó el sonido de voces en el salón. Abrió los ojos a medias y sintió el calor de Viktor a su lado, tan frío como el mármol pero extrañamente reconfortante. Estaba en pleno sueño vampírico, la respiración casi imperceptible, el rostro relajado de toda tensión. Vulnerable. Un recordatorio de que, pese a todo su poder, también él podía caer.

En la puerta, Jack hablaba en voz baja por el móvil especial, informando al virrey de la situación, resumiendo los hechos y pidiendo instrucciones para el día siguiente. Maya alcanzó a escuchar:

—Sí, la célula cayó. Nada de Elise. Pero tenemos a Maya y Viktor a salvo, y la información sigue fluyendo… No, no han bajado la guardia. Sabemos que vendrán más. ¿Refuerzos? Mándalos al perímetro antes del amanecer. Y virrey, si cae uno de los nuestros, sabrá de mi mano.

Al colgar, Jack entró en la habitación solo un momento, comprobando que ambos dormían. Acarició el hombro de Viktor con camaradería, casi paternal, y luego cerró la puerta despacio, guardando silencio para no interrumpir el frágil descanso.




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