Cuando el sol se esconde

33

La noche se fue escurriendo a través de las persianas como una mancha oscura. La quietud del refugio era casi irreal. Solo el rumor lejano de la ciudad subía en oleadas tenues hasta las ventanas de aquel ático, mientras los tres, separados y juntos a la vez, tejían su propio silencio.

Maya despertó varias veces a lo largo del día. Dormía poco y mal, arrullada por la respiración casi imperceptible de Viktor. Siempre que abría los ojos, él seguía ahí, tendido a su lado, la piel tan fría como el mármol bajo las sábanas, la postura perfecta, ajeno al paso de las horas. La habitación estaba en penumbra, apenas cortada por las líneas de luz que se colaban entre las cortinas. Era extraño contemplar a un vampiro dormir, pensó Maya: no había ronquidos, ni gestos involuntarios, ni el menor suspiro. Solo una inmovilidad casi sobrenatural, inquietante y apacible al mismo tiempo.

Se sentó en la cama, envolviéndose en una de las mantas, y sintió la tentación de acariciarle la mejilla, comprobar que de verdad seguía allí, que no era un sueño. Era como tocar una escultura, hermosa y distante. Lo observó un momento, preguntándose cuánto había de humano aún en él, cuánto de la criatura y cuánto del hombre que la había protegido.

Por el pasillo, oyó pasos. Era Jack. Había preparado café y un desayuno para ella —el segundo en apenas unas horas— y entró en la habitación con la familiaridad de quien ya no teme importunar.

—¿No puedes dormir? —preguntó en voz baja, con esa media sonrisa ladeada tan suya.

Maya negó con la cabeza, abrazándose las piernas. El cansancio se le veía en la mirada.

—A ratos. Me siento un poco como un animal en una pecera, ¿sabes? Fuera, todo sigue girando y yo estoy aquí… esperando que pase algo. —Se encogió de hombros—. Y luego está él —dijo, mirando a Viktor—. Me pregunto si alguna vez fue como yo. Si alguna vez fue… vulnerable.

Jack se apoyó en el marco de la puerta y la miró con una ternura poco común en él.

—Lo fue. Más de una vez. No es tan distinto de ti, Maya. Solo lleva mucho tiempo aprendiendo a sobrevivir. Pero no es invulnerable. Créeme, si algo le pasara, la ciudad lo notaría.

Maya sonrió apenas, sin convicción.

—Gracias por quedarte, Jack. Creo que necesitaba sentirme parte de algo, aunque solo sea por unas horas.

Jack asintió y le dejó el café sobre la mesita.

—No pienses demasiado. Aprovecha el día para estar tranquila. Esta noche será larga —añadió, en tono más sombrío—. Hemos interceptado un mensaje. No era para nosotros, pero da igual: saben que hemos acabado con una célula. Saben que tienes algo que les pertenece. Vendrán a por ello.

—¿El USB? —preguntó Maya, frotándose las sienes.

—Eso y más. —Jack miró a Viktor dormido—. Cuando despierte, haremos los preparativos. No te muevas de aquí salvo que te avise yo mismo. Y no abras a nadie. Ni siquiera a la policía. ¿Entendido?

Maya asintió, tragando saliva. Cuando Jack se fue, el apartamento volvió a sumirse en ese silencio expectante. Fuera, la tarde se volvía lentamente anaranjada.

Horas después, Viktor despertó. Era como si el aire cambiara de densidad en la habitación: primero un leve estremecimiento de las manos, luego la tensión que regresaba a los músculos, los ojos abiertos de golpe, fríos y profundos. El primer parpadeo le devolvió a la realidad, y Maya, que había estado sentada en el diván junto al ventanal, se sobresaltó levemente. No importaba cuántas veces lo presenciara; el despertar de Viktor siempre tenía algo de antiguo y sobrecogedor.

Él la vio y sonrió, cálido dentro de su helada gravedad.

—¿Dormiste algo? —preguntó, incorporándose.

—Lo justo. Jack ha hecho de niñera. No ha pasado nada… —Se detuvo un instante—. Pero él dice que vienen a por el USB. Y que esto no ha terminado.

Viktor asintió con gravedad.

—Nunca termina, Maya. Pero lo afrontaremos juntos. —Se levantó, estirándose con la agilidad felina de los suyos—. ¿Puedo…? —se acercó y le rozó la mejilla con los labios—. No tienes idea de lo que me tranquiliza verte viva.

Por un momento solo estuvieron ellos dos, el crepúsculo detrás, la ciudad aún por despertar. Había una intimidad nueva en la forma en que Viktor le peinó un mechón de pelo, en la forma en que Maya le devolvió la caricia, con los ojos llenos de dudas y deseo. Si el mundo se acababa, al menos estaban juntos.

Poco después, Jack convocó una reunión en la sala principal. Había traído su portátil, protegido por varias capas de cifrado y hardware imposible de rastrear. A su alrededor, los planos del refugio y varias rutas de escape alternativas. El grupo era pequeño: Viktor, Maya y él. Bastien y Alessandra, esa noche, no aparecerían; el virrey había ordenado separar fuerzas para evitar una redada coordinada.

Jack dejó el portátil frente a Maya.

—Te toca a ti. —Sus palabras eran suaves pero inapelables—. Este USB tiene información de varios dispositivos. Sospecho que contiene las rutas y los nombres clave de los intermediarios humanos en la ciudad, quizá incluso direcciones de sus refugios diurnos. Si logras abrirlo, tendremos una ventaja.

—¿No es peligroso? —preguntó Maya, conectando el USB al equipo—. Podría estar boobytrapped…

—Lo está. Pero confío en que sabrás manejarlo. Yo me encargaré del perímetro.

Maya suspiró y se sumergió en el trabajo. El ambiente se tensó: Viktor se sentó a su lado, observando la pantalla con interés. Sus manos, aunque frías, cubrían la de ella de vez en cuando en un gesto de apoyo. Trabajaron durante horas, Maya cruzando bases de datos, programas forenses y ataques de fuerza bruta; Viktor revisando nombres y conexiones de la red subterránea.

A medida que iban desencriptando datos, aparecieron patrones. Rutas de transporte, pagos ocultos, mensajes en clave. Una red de nombres, lugares y fechas que hasta entonces había permanecido invisible para la comunidad vampírica y para la policía. El enemigo principal seguía oculto, pero ahora tenían una lista: nombres de humanos traidores, lugares de reunión, almacenes y pisos francos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.