Viktor fue el primero en levantarse, espabilado ya tras la sacudida del crepúsculo y la sangre que Jack había traído en bolsas de emergencia. Maya, aunque físicamente estaba agotada, había caído en ese estado de alerta fría en el que ya no se planteaba el cansancio, solo la siguiente decisión, la siguiente acción. Se lavó la cara en el pequeño baño improvisado, recogió sus pertenencias y, en un impulso casi automático, comprobó las memorias USB. Aún seguían allí, intactas, aunque la paranoia de los últimos días la empujaba a comprobarlo una y otra vez.
Jack conducía el coche, su habitual buen humor atenuado por la tensión en el ambiente. Viktor iba delante, concentrado, como si sus sentidos buscaran cualquier peligro oculto entre las sombras del puerto y las calles de la periferia. Maya iba en el asiento trasero, rodeada de cables, discos duros y bolsas con ropa y munición. A cada kilómetro que avanzaban hacia el centro de la ciudad, el corazón le latía más fuerte.
—¿Sabes cómo va a ser esto? —preguntó Maya, mirando a Viktor por el espejo retrovisor.
—Van a querer respuestas rápidas, y que no les demos problemas —dijo Viktor, directo—. Pero nadie va a dejarte sola. Ya formas parte de esto, aunque no lo hayas elegido.
Jack asintió, buscando con los ojos cualquier rastro de peligro en la carretera. El silencio fue pesado unos minutos más.
El centro de la ciudad parecía otro mundo respecto al puerto. Luces, tráfico, la falsa normalidad de la vida nocturna. El refugio al que se dirigían era un club discreto, detrás de una fachada de piedra, casi invisible para cualquiera que no supiera a qué puerta llamar. No era la primera vez que Viktor y Jack iban allí, pero para Maya cada paso era una novedad.
Bajaron del coche y, tras cruzar una puerta anónima custodiada por un portero con oreja de auricular y mirada de piedra, entraron en un recibidor de mármol negro. Una camarera les indicó con un gesto que tomaran el ascensor del fondo, y en apenas unos segundos estaban bajando a los sótanos.
Allí, el ambiente era distinto: música amortiguada, gente bien vestida, casi todos con algo felino en la mirada y en el porte. Un círculo de poder y peligro. Maya se pegó más a Viktor, instintivamente. Jack iba delante, abriéndose paso.
Al fondo, tras una doble puerta de cristal esmerilado, les esperaba el virrey. Bastien, elegante, frío, con los ojos demasiado claros para su rostro casi inmutable. A su lado, Alessandra, con la misma copa de vino tinto (o algo similar) en la mano.
—Os esperaba —dijo Bastien, su voz calmada y firme. Hizo un gesto para que se sentaran—. Sé que habéis tenido una noche… interesante.
Nadie se sentó hasta que él lo hizo. Maya tragó saliva y posó la mochila a sus pies.
—El enemigo principal aún no ha dado la cara —empezó Viktor, sin rodeos—. Atacaron el refugio. Apenas salimos vivos.
Jack asintió, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Pero hemos conseguido información —añadió, señalando a Maya—. Ella ha extraído datos de varios dispositivos que pueden servirnos para trazar conexiones. Sabemos que hay una célula activa en la ciudad, pero no parece que sean los responsables de todo. Son peones, y los verdaderos cabecillas se esconden.
Maya asintió, buscando en los ojos de Bastien y Alessandra algo de reacción, pero ambos eran expertos en no mostrar nada. Era como si asistiera a una función donde cada gesto y cada palabra tenían mil significados.
—¿Puedes mostrarnos lo que has encontrado? —preguntó Bastien.
Maya asintió, encendiendo el portátil y conectando uno de los móviles extraídos. En la pantalla apareció una serie de mensajes encriptados, rutas de dinero, contactos, nombres y pseudónimos que, poco a poco, se iban conectando como una red subterránea bajo la ciudad.
Alessandra se inclinó hacia la pantalla, interesada por primera vez.
—Aquí —dijo Maya, marcando una secuencia de mensajes—. Este número aparece una y otra vez, pero no pertenece a ningún teléfono conocido. Y este contacto aparece en la lista negra de la Interpol desde hace años.
Jack silbó entre dientes. Viktor la miró, con una mezcla de orgullo y preocupación.
—Esto no es casualidad —dijo Bastien, su voz casi un susurro—. Alguien está usando nuestras propias reglas contra nosotros. Vamos a necesitar toda la ayuda, y toda la discreción posible.
Maya se sintió abrumada por la importancia de lo que acababa de descubrir, pero también por la forma en que todos la miraban ahora: ya no era solo una invitada o una víctima, era la clave de un tablero peligroso.
—Quiero que sigas trabajando en esto, Maya —dijo Bastien, mirándola fijamente—. Y quiero que Viktor y Jack te protejan. No salgas sola bajo ningún concepto. Y si hay que moverse otra vez, lo hacéis. Esta ciudad es un tablero de ajedrez y no podemos permitirnos perder ninguna pieza.
Maya asintió. Notó el peso del encargo y también, por primera vez, algo que rozaba el orgullo. Estaba asustada, sí. Pero, entre los monstruos y los depredadores, estaba viva.
Cuando por fin pudieron salir del círculo del virrey, Viktor la tomó del brazo. Ya no estaban en la nave ni en el ático, ni siquiera en el mundo cotidiano. Ahora era la hora de actuar.
—Vamos —dijo Viktor, apretándole la mano—. Hoy no hay descanso, pero al menos, estamos juntos.
Maya asintió, y supo que, a partir de ahora, cada noche iba a ser una batalla. Pero esta vez, no estaba sola, y eso, de algún modo extraño, le daba valor.