Cuando el sol se esconde

50 (Epílogo)

La oscuridad que había envuelto a Maya durante la transformación se disipó poco a poco, como una niebla densa que se retira ante la luz de un nuevo amanecer. No abrió los ojos de inmediato. Primero, sintió. Y todo era nuevo, desbordante, extraordinario.

El mundo entero vibraba a través de su piel. El silencio no era ya vacío, sino una sinfonía: podía distinguir el rumor del tráfico varias calles más abajo, el murmullo de la caldera, el pulso eléctrico en las paredes, la lluvia suave en los cristales. El aire era más denso, más nítido. El olor de las flores, de la madera, del mármol frío y el perfume de Viktor impregnaban el ambiente como una bruma embriagadora. Cada nota era intensa, precisa, como si el mundo hubiera ganado una nueva dimensión.

Viktor estaba allí, arrodillado junto a ella en el suelo del salón, sosteniéndola con infinito cuidado. Notó la presión de sus brazos, el frío reconfortante de su piel, el roce de los labios en su frente, las manos acariciando con ternura su cabello y sus mejillas, como quien cuida de un tesoro frágil y recién nacido.

Maya abrió los ojos despacio. Lo primero que vio fue el rostro de Viktor, pálido y hermoso bajo la luz de las lámparas. Sus ojos la contemplaban con una devoción tan honda que se sintió a salvo, incluso ahora, en medio del vértigo. Notó el peso del anillo en su dedo, ese símbolo silencioso de una promesa que acababan de sellar para siempre.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Viktor, su voz un susurro aterciopelado, como si temiera sobresaltarla.

A Maya le costó encontrar palabras. Sus pensamientos eran un torbellino de sensaciones: euforia, miedo, asombro, una extraña felicidad y una energía contenida que no sabía cómo canalizar.

—Es… —intentó decir—, es como si todo estuviera vivo, incluso lo inanimado. Es demasiado. Es… precioso.

La sonrisa de Viktor fue pura luz. Acarició su mejilla con el dorso de la mano, lento y suave, como si temiera romper el milagro que era Maya.

—Todo lo que sentí la primera vez que abrí los ojos está aquí contigo. Me siento vivo de nuevo solo por verte.

Ella se incorporó un poco. No sentía dolor, ni siquiera cansancio. Todo su cuerpo era liviano, eléctrico, perfecto. El reflejo en la mesa de cristal devolvía una imagen ligeramente distinta: los ojos más profundos, la piel con un tono frío y traslúcido, la boca un poco más roja. Pero sobre todo, la expresión era otra: una mezcla de asombro y fuerza nueva.

El hambre era solo una sombra al fondo de su conciencia, una llamada lejana. No la dominaba, pero la sentía allí, latiendo con ella, un recordatorio de la naturaleza cambiante de su ser. Viktor lo notó en su mirada.

—No tengas miedo —susurró, acercándose más, apoyando la frente contra la de ella—. Todo es abrumador al principio. Lo importante es que no estás sola.

Maya sonrió, aún insegura. Extendió la mano y tocó el rostro de Viktor, como si necesitara asegurarse de que él también era real en ese mundo nuevo. El frío bajo sus dedos era reconfortante, no inquietante. Se sintió anclada.

—¿Esto es para siempre? —preguntó, no temerosa, sino maravillada.

—Sí. Y para siempre no es tan terrible si es contigo —le respondió Viktor, besando con suavidad la comisura de sus labios.

Maya se apoyó en él, y Viktor la envolvió en un abrazo largo y silencioso. Así permanecieron, sentados en el suelo del salón, enredados como dos adolescentes enamorados, durante minutos que parecieron un suspiro y una eternidad a la vez. La nueva sensibilidad de Maya hacía que cada roce, cada respiración, cada caricia de Viktor, tuviera una carga emocional y física que le llenaba los ojos de lágrimas.

—¿Tienes frío? —preguntó Viktor en voz baja.

Maya negó con la cabeza. Sentía la temperatura ambiente, pero ya no la percibía como un humano. Era algo secundario, irrelevante, y le sorprendía lo poco que le importaba.

—Me siento… fuerte —musitó, flexionando los dedos como quien aprende a usar un cuerpo nuevo—. Y ligera, y… casi… como si pudiera correr durante días.

Viktor rio, esa risa grave y profunda que Maya ya empezaba a asociar con la seguridad y el amor. Se incorporó y la ayudó a levantarse, con esa facilidad sobrehumana que ahora sentía en sí misma.

—¿Quieres ver cómo te ves? —preguntó él.

Maya dudó, pero asintió. De la mano, Viktor la guió hasta el dormitorio y descorrió la cortina de uno de los grandes espejos. Maya se acercó, vacilante, y se observó con atención. Su reflejo estaba allí, ligeramente distinto, pero aún indiscutiblemente ella. Los ojos más claros y profundos, los pómulos más definidos, una energía intensa palpitando bajo la piel.

—Eres preciosa —susurró Viktor, de pie detrás de ella, con las manos apoyadas en sus hombros—. Ya lo eras antes, pero ahora… ahora el mundo tiene que adaptarse a ti.

Maya no pudo evitar sonreír. No era solo vanidad: era el alivio de verse y reconocerse, aunque ahora lo hiciera como quien se reencuentra después de un viaje larguísimo.

Volvieron juntos al salón. Maya no podía dejar de mirar a su alrededor, redescubriendo cada objeto, cada rincón, como si fuera la primera vez. El mundo era más grande, más lleno. Se sentó en el sofá, las piernas recogidas bajo el cuerpo, mientras Viktor la observaba con ese orgullo discreto.

—¿Crees que podré controlar esto? —preguntó, bajando la voz—. El hambre, la fuerza, la… eternidad.

—No dudo de ti —respondió Viktor, sentándose a su lado y tomando sus manos—. Yo estaré aquí para ayudarte, y si necesitas parar, pararás. No tienes que demostrarle nada a nadie, Maya. Eres suficiente así.

Maya lo miró y se lanzó a sus brazos, abrazándolo con fuerza. Sentía el pecho tan lleno de amor y de gratitud que le costaba contener las lágrimas, aunque ya no fueran exactamente humanas.

—Gracias —susurró, y Viktor la acunó como quien sostiene todo el sentido de su vida entre los brazos.

Permanecieron así mucho tiempo, hasta que la ciudad despertó del todo y el hambre se volvió más presente, más real. Viktor lo notó antes que ella.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.