Estaba en el coche con mis padres mientras no paraba de pensar en la llamada con Ryan de ayer.
Tenía tantos sentimientos encontrados. Por una parte, me sentía más liviana, pero por otra me sentía avergonzada por contarle un pequeño fragmento de mi secreto a un chico al que casi no conocía.
—Recuerda, a la una vendremos a buscarte —me recordó mi madre.
Asentí algo distraída, agarré la mochila vacía que me había llevado para disimular y me despedí de mis padres antes de salir del coche.
Para que no dudaran, hice como que entraba en la biblioteca al mismo tiempo que veía cómo mis padres se iban.
Afortunadamente, solo tardaron unos escasos segundos en desaparecer. Así que, en cuanto tuve vía libre, me fui en dirección a la tienda de discos que Ryan me había dicho. La cual se encontraba pocos metros atrás de una tienda cerrada, que se situaba cerca de la biblioteca. Tan solo tenía que cruzar al otro lado de la calle y andar poco rato para llegar hasta allí.
Así pues, comencé a ir en dirección a la tienda de discos mientras trataba de poner orden en mi mente, puesto que se me hacía algo raro que ayer acudiera a él y hoy quisiera huir por las mismas razones. Tenía muchos momentos encontrados. Mas, sinceramente, lo que más sentía con cada paso que daba era miedo.
Me daba cierto temor enfrentarme a él, a hablar explícitamente sobre el tema. Pero ya era tarde. No había escapatoria.
De este modo, anduve unos diez minutos mientras intentaba en vano ordenar mi cabeza.
Una vez en el lugar, vi Ryan apoyado en su coche. Tenía la mirada perdida. Como era habitual en él.
—Hola —saludé nerviosa desde la lejanía.
Él, al oír mi voz, me miró. Y, si mis ojos no me engañaban, vi algo de alegría en su rostro al verme.
—Ey —dijo mientras se alejaba un poco del coche.
No dije nada. No sabía muy bien qué hacer, así que opté por quedarme donde estaba.
Al fin y al cabo, podía imaginarme qué diría él. Por tanto, esta situación se me hacía más incómoda, ya que, sinceramente, no quería escuchar su sermón. Sin embargo, me tenía que obligar a mí misma a permanecer allí y escuchar su palabrería barata para quitarme el asunto de encima.
—Puedes acercarte a mí. Si quieres —sugirió algo incómodo.
Me pensé por unos segundos el si acercarme o no, pues, si lo hacía, tendría que enfrentarme a él más de cerca, observar sus ojos. Y no quería.
Sin embargo, una parte de mí, era consciente de que sí o sí tendría que aguantar la charla. Por ende, si alargaba mucho el momento, más tardaríamos en acabar. Lo que tampoco me gustaba. Así pues, a regañadientes, me acerqué a él.
—Venga, suelta lo que tengas que decir —solté secamente una vez que me puse delante de él.
Ryan pareció no importarle el tono que usé, pues no vi ningún atisbo de molestia. Simplemente, tomó un poco de aire. Como si se estuviera preparando para el momento.
—Mi mejor amiga hacía lo mismo que tú —confesó abruptamente, pero esta vez, con algo de tristeza en su pálido rostro.
Fruncí el ceño.
—¿Y? —pregunté un poco insegura.
Ryan me observó más detenidamente por unos escasos segundos. A lo que mi cuerpo le respondió con un escalofrío. Pero, sin saber muy a ciencia cierta cómo explicarlo, no era debido a que él me diera miedo, porque no era el caso. Lo único que temía de él era el hecho de que ahora estuviera demasiado pendiente de mí o que contara lo que estaba haciendo.
Repentinamente, él bajó la mirada.
—Pues que ella era una chica alegre, cariñosa y ambiciosa. Pero, de repente, cambió todo eso. Se volvió más callada, más insegura, más taciturna —Comenzó a contar con algo de dificultad—. Poco a poco se iba apagando. Cada día se aislaba más. Ya no quería salir ni hablar con nadie. Se pasaba los días en su cuarto. Cambió sus camisetas de manga corta por las de manga larga para ocultar sus muñecas. Y cada día se la veía más delgada, más rota. Hasta que, de repente, un día vino a mi casa llorando desesperada. Yo sin saber qué hacer, simplemente pude abrazarla e intentar animarla.
Tuvo que hacer una pausa para no derrumbarse allí mismo.
Verle así de afectado provocó que me sintiera mal por haber sido tan injusta con él. Y, por impulso, le agarrase de la muñeca a modo de consuelo. A lo que él no reaccionó de ninguna manera. Se quedó igual que antes.
—Ryan, no hace falta que me cuentes...
—Ese mismo día, ella murió. Tuvo un paro cardíaco con tan solo quince años —Me interrumpió con la voz temblándole.
Yo me quedé callada. Solo fui capaz de acariciar su muñeca con mi pulgar. Él, en cambio, subió la mirada para mirarme. Tenía los ojos llorosos al igual que una expresión rota.
—¿Por qué me cuentas esto? —murmuré.
—Porque no quiero que se vuelva a repetir la historia. Mucho menos con una chica como tú —sentenció con la voz algo ronca.
Yo me quedé mirándole algo aturdida.
—¿Una chica como yo? —cuestioné.
Ryan, por su parte, se pasó la mano que le quedaba libre por su pelo oscuro. Parecía algo incómodo.
—Sí, una chica que no le ha hecho ningún mal a nadie, que, aunque sea algo cabezota, es amable y que no juzga a los demás —declaró con sinceridad.
Tras escuchar aquellas palabras, algo dentro de mí se volcó. Y es que hacía tanto tiempo que no me sentía apreciada. Pensaba que nunca más volvería a sentirme así.
—Yo... —Comencé a decir torpemente. Mas, no pude seguir. No encontraba las palabras adecuadas.
Avergonzada, mordí mi pulgar.
—Kiara, sé que pensaras que no es necesario todo esto, que a ti no pasará lo de Kate o lo de miles de chicas más que han muerto por un trastorno alimenticio. Ni siquiera pensarás que tienes uno. Pero al menos déjame estar para ti, porque, créeme, lo último que necesitas es estar sola —declaró mientras me suplicaba con sus ojos.
Aún seguía sin saber qué decir. Lo único que era capaz de hacer era mirarle y seguir agarrando su muñeca, pero ahora para calmarme a mí misma.