Cuando éramos tú y yo.

Capítulo XVI

-Señorita Valeria Santillana, como jueza de este estado, en compañía del letrado, que viene en representación de la señora Paredes, traigo personalmente una orden para devolverle la menor a ésta última anteriormente nombrada, puesto que se le ha devuelto la patria potestad y guarda y custodia, así como al progenitor de la menor, el señor Oliver Anderson. -La jueza fue directa al grano con sus frías palabras.

Valeria no sólo no contestó, es más, parecía en shock, como si no hubiera esperado jamás que Brianda descubriera la verdad.

-¿De qué me he perdido?. -La voz grave y varonil de Oliver resonó a espaldas de Brianda, lo cuál hizo que se sobresaltara al no esperar verlo ahí.

-He venido a recuperar a nuestra hija. -Brianda le respondió secamente, aún dolida por los acontecimientos de los últimos meses.

-¡No pienso entregarte a la niña, así vengas con juez o con un ejército, es mi hija y no voy a dártela jamás!. -Los gritos de Valeria se escucharon en toda la calle, haciendo salir a vecinos curiosos de sus casas a los balcones y puertas.

-Señora Santillana no le estamos preguntando si quiere o no hacerlo, lo hará y punto porque así lo dicta la ley, usted tiene de forma ilegal a la menor y podría ir a prisión por ello si los padres de la menor denuncian el caso, ¿comprende la gravedad del asunto?. Entregue a la niña y no lo haga más difícil, de lo contrario entraremos a por ella con la orden de registro que emití antes de llegar aquí. -La  jueza empezaba a perder la paciencia, pero Valeria se negaba a colaborar en rotundo.

-¿De verdad usted cree que eso es un "hogar" para la niña? ¡ni siquiera viven juntos!. -Intentaba por todos los medios retener a la que sentía suya.

-Eso es incierto, mi esposa y yo llevamos meses conviviendo, desde que ella recobró la memoria y  recordó nuestro matrimonio y a nuestra hija. -Intervino Oliver, mirando a Brianda, esperando su reacción, pero ella sólo asintió, a sabiendas de que no era cierto.

La jueza, harta de los gritos de Valeria, entró a la casa y junto con el letrado y Oliver, sacó a la preciosa niña de ojos azules como el cielo, entregándosela así a Brianda mientras Valeria juraba que eso no quedaría así.

La pequeña, aún asustada por la situación que no lograba comprender, escuchó las explicaciones de la jueza de que Oliver y Brianda eran sus padres y con ellos viviría en adelante.

Después de un largo rato de viaje en coche, llegaron a la vivienda de Oliver.

La jueza, muy seria, se volvió hacia Oliver y Brianda y les dejó muy clara la situación:

-Voy a venir cada dos semanas, para comprobar que efectivamente viven juntos y que son los padres que su hija necesita. Mañana a las seis de la tarde será mi primera visita a su hogar, espero no suponga un problema para ninguno de ustedes. -Dijo la jueza enarcando una ceja.

Brianda maldijo para si misma, ahora no podría negarse a convivir con Oliver en un largo tiempo, puesto que era la única forma de conservar a su hija, la que tanto le  había costado recuperar, a su lado.

Oliver le hizo saber a la jueza que no habría problemas, pero Brianda no estaba tan segura.

Una vez dentro, Brianda y la pequeña Milagros caminaron a la cocina, donde estaba Rosi, con Shara y Brianda se puso a la defensiva con ambas.

-Mi niña, ¿qué hace aquí con la niña de Valeria?. -Dijo Shara nerviosamente.

-Es MI hija, Shara. -Brianda fue cortante y pudo ver la sorpresa en los rostros de Shara y Rosi.

-Nuestra, querrás decir señora Anderson. -Decía Oliver en tono burlón en su oído.

-Tú y yo vamos a hablar en cuanto haya terminado de atender a la niña. -Brianda le señalaba con el dedo índice, su rostro denotaba desaprobación.

Mientras Oliver no dejaba de reír, Brianda se llevó a la pequeña con un sándwich a la habitación donde ella había dormido la vez anterior que había sido huésped.

Una vez la hubo bañado, dado de cenar y dormido, Brianda bajó al despacho de Oliver con unos papeles.

Golpeó suavemente la puerta con sus nudillos y él la dio paso.

Cuando entró, él ya estaba con la corbata quitada, la camisa semi desabrochada y una copa en la mano.

Brianda evitó su mirada y cerró la puerta detrás de ella.

-Dada la situación, quiero hacer una tregua contigo, Oliver. Si bien es cierto que aún sigo dolida y enfadada contigo, Milagros es lo primero para ambos, o eso he podido ver en tus reacciones hoy. Por ello he pedido a mi abogado que elaborase este contrato. -Brianda extendió su mano y le entregó los papeles a Oliver.

Él, al tomarlos, rozó su mano con la de ella y pudo ver que las mejillas de su mujer enrojecieron. 

Eso sólo podía significar una cosa: Aún ella sentía atracción por él. Todavía había oportunidad para recuperar su familia.

Oliver leyó en voz alta:

"El presente contrato, de forma temporal, acuerda una tregua entre los señores Oliver  Anderson y Brianda Paredes por el tiempo estimado de un año.

En ese tiempo, ambos convivirán sin perjudicar al otro, protegiendo a la menor Milagros Anderson Paredes, hija de ambos, y velando por su bien estar.

Pasando dicho periodo, cada uno continuará con sus vidas y se continuará con los tramites de divorcio que a fecha de hoy está paralizado.

El señor Anderson por su parte se compromete a ser discreto con su vida en personal y laboral así como la señora Paredes para con él, de forma que ninguno perjudique al otro en ningún ámbito."

-Vaya, pero se les ha olvidado añadir algo. Sabes que tengo cenas de gala y de negocios importantes y tanto tú como la niña van a tener que acompañarme si vamos a pretender ser un matrimonio feliz. Yo haré igualmente contigo, guardaremos nuestras posturas como cónyuges. Esa es mi petición para firmar esto. -Respondió Oliver al terminar de leer el contrato.

-Me parece correcto. -Asintió Brianda.

Oliver añadió la última cláusula y ambos firmaron.

Luego, Brianda se despidió educadamente y se marchó a la habitación que estaba en medio de la de su hija y la de Oliver.



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Editado: 30.06.2020

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